Febrero 26, 2023

Un año de guerra en Ucrania: balance y escenarios de una contienda desigual. Por Paz Zárate

Abogada Internacionalista

Un cese temporal al fuego, un intento honesto de negociar, sería positivo pero parece lejano: ninguna de las partes quiere ceder en sus posiciones. Y aún no se ven signos de posible uso de armas nucleares, aunque la amenaza de recurrir a ellas sigue estando sobre la mesa. La guerra en Ucrania no se ha transformado -aún- en la tercera conflagración mundial. Pero nos ha llevado a un camino sombrío.


Hace un año, el mundo miraba atónito, en vivo y en directo, el comienzo del mayor ataque aéreo, marítimo y terrestre en Europa desde 1945. ¿Es ésta la Tercera Guerra Mundial?, era la nerviosa pregunta que se repetía en medios de todo el mundo. Millones huían despavoridos del cataclismo, y no se trataba sólo de ucranianos buscando llegar con lo puesto, un niño en una mano y una mascota en la otra, al país vecino más cercano. También rusos comenzaron a escapar de su país, en atención al endurecimiento del régimen y la conscripción obligatoria, que más tarde tuvo lugar.

En este mismo espacio en Ex-Ante, hacíamos ver que el interés del Presidente ruso era, en términos amplios, revivir el imperio zarista; y respecto de Ucrania en particular, tomarla por la fuerza con rapidez, a fin de reemplazar el gobierno de tendencia occidental por uno prorruso. Y consignábamos que el escenario más probable ante la invasión de Ucrania era la victoria rusa, dada su innegable ventaja militar, incluyendo su poderío nuclear.

No obstante lo desigual de la contienda, y contra todo pronóstico, Ucrania se mantiene en pie. Aún con una quinta parte de su territorio bajo ocupación rusa, sigue resistiendo, y ha logrado incluso retomar control de amplias franjas de su territorio.

Éste ha quedado marcado por horrorosos crímenes de guerra, incluyendo el uso de armas termobáricas, que vaporizan los cuerpos y no permiten distinguir objetivos; ejecuciones sumarias masivas; tortura, secuestros y adopciones forzadas; violencia sexual; extensa destrucción de infraestructura; y ataques deliberados a objetivos civiles como refugios de niños y ancianos, hospitales y maternidades, edificios habitacionales, teatros, colegios y universidades.

Resumir el dolor que suponen todas las víctimas de esta guerra en su primer año, de ambos lados, y tanto fatales (la cifra se mantiene en reserva) como no fatales, así como la escala total de sus efectos globales, es tarea imposible. Si hablamos de refugiados ucranianos, el desplazamiento forzado de más de una cuarta parte de la población desencadenó una de las emergencias humanitarias de más rápido alcance en las últimas décadas.

Y si consideramos someramente el lugar de Rusia en el mercado mundial de la energía y de fertilizantes, y el de Ucrania en el de alimentos, los efectos económicos de la guerra han repercutido en todo el mundo, desde la lucha por nuevas fuentes de energía en Europa hasta el aumento de los precios del pan, aceite, cereales y combustibles en América Latina, África y Asia, motivando inestabilidad política en latitudes muy lejanas a Ucrania.

Adicionalmente, el conflicto ha significado que sumas siderales se estimen perdidas para la economía mundial, ya golpeada por la pandemia; y que otras tantas se están invirtiendo en armamento cada vez más letal, en una industria que factura cada día más.

Las interrogantes hoy son ¿cómo se explica que Rusia no haya logrado aplastar a Ucrania? Podemos intentar responderla, pero para otras preguntas relevantes (¿hasta cuándo seguirá la guerra? ¿quedarán impunes los crímenes cometidos en ella?), la respuesta es la incertidumbre.

La evidencia indica que Putin cometió el error de creer su propia propaganda y falló en la apreciación de las circunstancias de Ucrania, una ex república soviética decidida a incorporarse a la Unión Europea y a mantenerse fuera de la órbita rusa, y que no recibió con flores al ejército extranjero que supuestamente la liberaba del “nazismo” mediante una operación especial, que es como aún hoy se describe la guerra en los medios de comunicación rusos.

Putin creyó que podría conquistar un país de enorme tamaño (Ucrania es más grande que Francia, como se observa en la gráfica de abajo donde se compara el tamaño del país de Europa Oriental con estados de Europa Occidental) con poco esfuerzo; básicamente, mediante el impacto emocional de los primeros bombardeos.

Asimismo, Putin subestimó (como también hicieron otros) al Presidente ucraniano, un abogado devenido en guionista y luego actor cómico. Nadie contaba con que Volodímir Zelenski, blandiendo el arma de las comunicaciones, se convertiría en el activo principal de su país. Su inesperado liderazgo explica en buena parte la solidez interna del gobierno que hace frente al invasor, y también el hecho que externamente la invasión a Ucrania no haya seguido la suerte de la anexión de Crimea, que la comunidad internacional dejó pasar en 2014.

Por el contrario, Ucrania ha recibido un apoyo sin precedentes: armamento y entrenamiento para sus soldados, sanciones que siguen extendiendo sus efectos en el tiempo, y una promesa de asistencia sin límite temporal, para combatir al enemigo y para reconstruir el país, por parte de la Unión Europea y Estados Unidos.

Sin embargo, esta promesa no debe confundirnos acerca del resultado final del conflicto. La lucha continuará hasta que un lado haya ganado suficiente influencia para imponer términos en las negociaciones. Eso podría demorar mucho tiempo, y éste corre a favor de Rusia.

Ucrania quiere recuperar todo su territorio y que Rusia regrese a sus fronteras internacionalmente reconocidas. Para ello contará desde ahora con armas occidentales más poderosas, pero sus soldados deben aprender a usarlas en poco tiempo. Rusia, por su lado, tiene un ejército varias veces más poderoso y pretende ganar territorio que le permita acceso a recursos naturales y a puntos geográficos estratégicos, y además impedir que Ucrania se aleje de su órbita de influencia.

Una guerra prolongada significará la derrota de Ucrania y el triunfo del sueño imperialista de Putin, que apuesta al cansancio de todos los involucrados. Si bien Rusia está más aislada que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría, cuenta con la ayuda de China, superpotencia económica y militar que ya ha proveído equipo de combate no letal (cascos, chalecos antibalas), y mecanismos para aminorar los efectos de las sanciones (ejemplo, tarjetas de crédito).

Además, Rusia es un país gigante, donde protestar es arriesgar la vida, de modo que -en principio- su autócrata podría reclutar de forma forzosa toda la carne de cañón que necesite. Adicionalmente, Rusia cuenta con los mercenarios del grupo Wagner, un ejército privado que recluta convictos bajo promesas de libertad y con altas tasas de caídos en combate.

En los últimos meses la guerra ha tenido un estancamiento propio de la dureza del invierno y la adecuada preparación de los ucranianos para resistir la temporada sin calefacción y a veces sin agua potable. La primavera significa que cada parte reiniciará esfuerzos: Ucrania podría intentar cortar de forma definitiva el acceso ruso a Crimea, y Rusia podría reabrir un segundo frente desde Bielorrusia, y atacar Kiev de forma más consistente.

El sur y el este de Ucrania, donde se desarrollan hoy los combates, es terreno ideal para el uso de tanques y vehículos blindados. Los combates se avizoran pavorosos.

Mientras tanto, el mundo continúa enfrentando las repercusiones de la invasión rusa de Ucrania: escasez de alimentos, y elevadísimos precios de la energía. Muchas economías luchan por mantenerse al margen de la recesión.

En este escenario, un cese temporal al fuego, un intento honesto de negociar, sería positivo pero parece lejano: ninguna de las partes quiere ceder en sus posiciones. Y aún no se ven signos de posible uso de armas nucleares, aunque la amenaza de recurrir a ellas sigue estando sobre la mesa.

La guerra en Ucrania no se ha transformado -aún- en la tercera conflagración mundial. Pero nos ha llevado a un camino sombrío, que nadie sabe cómo continúa.

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