Después del intento de asesinato el pasado 13 de julio contra el expresidente y candidato del partido Republicano Donald Trump, el resultado de las elecciones presidenciales del 5 de noviembre parecía estar resuelto. Por ejemplo, CBS News mostró una brecha de hasta 5 puntos, con un 52% para Trump versus un 47% para Biden dos días después del atentado. Todo indicaba el triunfo de una “marea roja”; se pronosticaba no solo un triunfo de Trump, sino también una mayoría en la Cámara (se renuevan la totalidad de los 435 representantes, donde actualmente hay una leve mayoría republicana con 222 miembros frente a 212 demócratas). Además, se eligen 33 nuevos senadores -de un total de 100- en una Cámara donde la mayoría demócrata es frágil (51 versus 49, pero sólo dado el apoyo de 3 senadores independientes) y de 13 gobernadores.
En un país altamente polarizado, donde era evidente que la gran mayoría de los ciudadanos no simpatizaban con ninguno de los dos candidatos previos -ni Trump ni Biden- el efecto del intento de magnicidio generó un vuelco importante en las encuestas a favor de Trump. Probablemente esto llevó a una decisión largamente postergada por las cúpulas del partido demócrata -los Clinton, los Obama- para forzar la renuncia del presidente Biden a una segunda postulación. Ahora, con el reloj jugando en contra y a menos de un mes de la convención del partido del 19 de agosto, mientras antes se despeje el nombre del candidato demócrata, más pareja se torna la cancha electoral.
Pese a ello, para nadie es un secreto que Kamala Harris es la opción principal y las negociaciones giran, más bien, en torno a quién sería su compañero de fórmula. Necesita a alguien más cercano al centro, que capture el voto de los ciudadano que no están dispuestos a votar por una demócrata de “izquierda” (demasiado woke), pero tampoco por un Trump que pretende aislar a Estados Unidos con una retórica intransigente.
Desde que el escenario cambió, las encuestas vuelven a mostrar un panorama muy parejo e incierto. En términos de voto nacional, Harris comenzó con una leve ventaja de acuerdo con Reuters/Ipsos, 44% frente al 42% de Trump. Pero como el sistema electoral en EE. UU. es indirecto, la ventaja de Trump en ciertos estados clave, como Florida o Michigan, hace prever que la elección aún está abierta y será -hasta el momento- muy dinámica y susceptible a cambios por aciertos o errores de los candidatos.
Ahora, ¿cuáles son las diferencias en las propuestas económicas de ambos partidos y cómo nos afectan?
Trump ha construido su discurso en base a promesas ya conocidas y recetas para nada novedosas: continuar con su anterior política de reducción de impuestos corporativos y personales, extender algunas disposiciones que vencen a fines de 2025, y ampliar la protección a la industria manufacturera norteamericana vía medidas arancelarias y para-arancelarias, es decir, dar un nuevo impulso a la “guerra comercial”. Un incremento del 10% en los aranceles buscaría financiar la baja tributaria, y un plan de infraestructura para recuperar empleos y fortalecer la educación técnica. De acuerdo con su programa, del incremento en las tarifas al comercio, espera recaudar $3.8 billones de dólares. Adicionalmente, los gobiernos republicanos tradicionalmente han favorecido una Reserva Federal más dovish, y Trump probablemente empujará a adoptar una política de tasas bajas, dólar débil y altas exportaciones. Pero esto no calza con una política fiscal que baja impuestos, expande la demanda e incrementa el déficit fiscal. Respecto a este punto, la política tributaria anterior de Trump amplió el agujero en las cuentas públicas norteamericanas en más de $1.5 billones de dólares de acuerdo con la oficina del presupuesto del Congreso. Déficit que financió en gran medida su “enemigo” comercial, China.
Por su parte, las políticas de Biden que probablemente adopte Kamala Harris van en línea con un incremento en la tasa federal de impuestos corporativos desde el actual 21% (en efecto desde 2017, cuando se redujo a este nivel desde el anterior 35%) hasta un 28% para financiar un ambicioso plan de inversión en renovación de infraestructura pública -uno de los puntos débiles que se reconocen para el incremento de la productividad del país-, inversión en energías renovables y en educación, al tiempo que no aumente el déficit fiscal.
La política comercial demócrata se ha centrado en una modernización de los acuerdos comerciales (por ejemplo, en una revisión más estricta de las normas de origen) y en un enfoque más multilateral. No obstante, Biden también ha aplicado unilateralmente aranceles a productos chinos por consideraciones políticas. Finalmente, la coordinación entre la política fiscal y monetaria durante la administración demócrata ha sido correcta, permitiendo vislumbrar que una normalización de la tasa de interés junto con un incremento en los impuestos sería una combinación de políticas más adecuada que lo que sugiere Trump.
Lo que la economía global requiere hoy es más comercio, más multilateralismo, una transición energética más rápida y coordinada, y un conjunto de políticas económicas que sean coherentes y conduzcan a un período de estabilidad macroeconómica que permita hacer frente a los desafíos pendientes que aún no hemos sido capaces de resolver después del shock del 2020-22.
Estos son, a nivel macro, una reducción gradual de los déficits públicos y una restauración de los colchones de seguridad por parte de los bancos centrales y sistemas financieros, especialmente en los mercados emergentes. A nivel micro, asumir la quinta revolución industrial a nivel de habilidades del mercado laboral y vincularlas con el mundo de la educación, enfrentar de manera ordenada y realista la migración, la crisis de la representatividad democrática, y llegar a tiempo con mitigaciones al cambio climático.
En este contexto, sin duda la retórica insular y agresiva de Trump, que además no es coherente desde el punto de vista macroeconómico, se asoma como un riesgo innecesario para todo el mundo, empezando por el mismo votante estadounidense.
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