En esta época en que la transición empieza a ser reescrita – o derechamente contada desde la perspectiva de quienes se opusieron expresamente a ella, de quienes no querían elecciones y seguir con la lógica de los extremos- estos tres libros que pertenecen a lo mejor del canon periodístico chileno muestran la redemocratización con un rigor ajeno a la lógica de reality show que tanto impera en nuestros días.
La transición en lógica de reality show. Un animador de televisión conversa en el estudio con dos personas. Es una entrevista sobre un libro que asegura revelar detalles inéditos de la década de los noventa. En la conversación, dejan una imagen inquietante: que La Oficina de Seguridad, el organismo que se creó tras el asesinato de Jaime Guzmán, se dedicó a la tortura y el exterminio.
- El animador se conmueve y dice algo así como que es duro pensar que mientras Patricio Aylwin estaba dando su histórico discurso del Estadio Nacional, en marzo de 1990, alguien estaba siendo torturado por las fuerzas del régimen democrático. La descripción de la escena televisiva puede ser inexacta; pero lo que sí es falso es la idea esa que quedó en el programa.
- En época en que la transición empieza a ser reescrita, o derechamente contada desde la perspectiva de quienes se opusieron expresamente a ella, es bueno refrescar los tres libros que dieron forma al canon periodístico del período.
- Los tres son del mismo autor, el periodista Ascanio Cavallo: La Historia Oculta del Régimen Militar (Antártica, noviembre de 1989, 607 páginas, y reeditado más tarde por Grijalbo y Mondadori); La Historia Oculta de La Transición (Grijalbo, 1998, 377 páginas); y uno que de escaso y potente es una irresponsabilidad prestarlo: Los hombres de la Transición (Andrés Bello, 280 páginas, 1992, y reeditado más tarde por Uqbar).
- Mientras el primero de ellos se ha convertido en fuente ineludible en las escuelas de periodismo, los otros dos suelen ser menos citados. Tal vez porque tienen demasiados matices para los actuales tiempos, más precipitados a la cosa literal.
La historia oculta del régimen, se publicó originalmente en 1988, en fascículos en el diario La Época, en un trabajo que Cavallo compartió los periodistas Óscar Sepúlveda y Manuel Salazar. A treinta y dos años, sigue siendo el monumento al reporteo que fue en esos días, cuando de verdad había un régimen militar al que reportear para contar cómo fue mutando el poder dentro de la dictadura, así como sus crímenes.
- Un esfuerzo notable que así contaba Emilio Filippi, el histórico director de La Época, en el prólogo de la edición de 1989: “La idea en sí misma era rebuscar en los antecedentes conocidos aquellas cosas que no habían trascendido al público por diversas razones: primero, porque la censura y la autocensura mantuvieron en la intimidad, por muchos años, ciertos sucesos o entretelones, lo que hacía que la historia oficial fuera extremadamente sesgada, y la no oficial, generalmente intencionada o gravemente insuficiente; en seguida, porque se necesitaba que algunos protagonistas o testigos estuviesen dispuestos a dar sus versiones y ayudar a atar los cabos sueltos que había por allí y por allá; y, por último, porque reportear, entrevistar a cientos de personas, leer libros y documentos, recurrir a informes privados y correspondencia inédita, era un trabajo demasiado laborioso para estos tres periodistas que seguían trabajando en sus tareas habituales en los campos más ‘angustiosos’ de un diario, como son los de la edición general, de la información nacional y la política”. Es decir, mucho trabajo: algo que hoy suele echarse de menos, en tiempos tan opinológicos.
- Escrito mientras se desarrollaba la campaña del plebiscito de 1988, La historia oculta recoge casi en tiempo real la épica de octubre de ese año, desde sus raíces, y poniendo el foco en los procesos que cambiaron la historia, y que no necesariamente son los más llamativos (incluso en esa época).
- Hay uno que es fundamental, y es el capítulo dedicado a la trama legal que antecedió al plebiscito (La invisible trama del voto), que cuenta cómo a partir de la casi accidental llegada de Eugenio Valenzuela Somarriva a la presidencia del Tribunal Constitucional –sí, del Tribunal Constitucional– empezó a tejerse la camisa de fuerza que Pinochet se pondría a fines de 1988 y que lo llevaría a dejar La Moneda: las leyes políticas, que instalaron el Tribunal Calificador de Elecciones; la Ley de Partidos; la que terminó el exilio; y la de votaciones, que fijó plazos e incluyó la decisiva franja electoral. Una de esas sorpresas de la historia (como el aparte dedicado al generla Escauriaza, al comienzo).
- El relato del 5 de octubre es glorioso, y probablemente tiene uno de los mejores cierres de libros periodísticos nacionales, porque luego de describir la derrota del régimen por dentro, y a La Moneda entrando en tinieblas, perpleja y derrotada, se pasa a las calles de un Santiago que tampoco terminaba de creer lo que había pasado. “Aquella madrugada el sol volvió a despuntar velozmente. Sorprendió esta vez a centenares de personas que a lo largo de toda la Alameda parecían vagar sin noción del tiempo, enronquecidas, exhaustas, extraviadas”. Son imágenes de victoria, de gente volviendo a ocupar su ciudad; no de víctimas.
La historia oculta de la transición. No son las multitudes exhaustas y extraviadas las que protagonizan este libro. Se trata de ocho años de historia en oficinas y casas: desde el nervioso cambio de mando en que asumió Aylwin, a la última jornada de Augusto Pinochet en la Comandancia en Jefe del Ejército.
- Dos gobiernos y un Ejército haciéndose zancadillas con papeleos y reuniones mientras el país se transformaba. Es un libro que habla del poder, y que tiene –mirado a la distancia– la épica de la democracia, que aspira a ser predecible y pacífica, es decir algo aburrida. Pero segura.
- El libro es sobre el poder, y por eso se aleja de las versiones victimistas que hoy rondan las reinterpretación de esos años. Es, se ve, una transición que no se hizo “dejando de lado a”, sino que precisamente en contra de los extremos, de esos que no querían elecciones o querían seguir pegando balazos, o ambas cosas.
- Y, como dice cerrando un capítulo dedicado a las disputas con el Ejército que comandaba Pinochet, “pasando y pasando”.
- El libro pasa por los pilares aylwinistas de la superioridad moral a los intentos del freísmo de concentrarse en el crecimiento, dejando de lado la política.
- Es inevitable quedarse leyendo cada capítulo, todos de una extraordinaria vitalidad hoy. Y especialmente porque el lector conoce el final de la historia: el cierre, con la ceremonia de salida de Pinochet de la Comandancia en Jefe, en realidad es el inicio de otra historia, más larga y que terminó de superar la transición definitivamente. Pero años después.
Los hombres de la transición. Es una trampa, porque de lejos es el mejor y tal vez el más necesario. Estructurado en las biografías de dieciséis protagonistas del proceso, el libro recrea el cambio de mando de 1990: cada vida ahí contada de los perfilados confluye a esa ceremonia.
- La lista es la primera línea de ese marzo de hace treinta y un años: Pinochet y Sergio Fernández; Patricio Aylwin, Carlos Cáceres, Francisco Cumplido, Andrés Allamand, Sergio Onofre Jarpa, Enrique Correa, Jorge Ballerino, Gonzalo García, Alejandro Foxley, Enrique Krauss, Edgardo Boeninger, Ricardo Lagos, Belisario Velasco y Gabriel Valdés.
- El libro es, así, el perfecto eslabón entre las dos enciclopedias que cuentan la historia de la dictadura y los primeros ocho años de gobiernos democráticos. Con la ventaja de las biografías, porque la cámara va pasando entre los actores, contando lo que han pasado y lo que esperan.
- Tiene, claro, mucho de cine y por eso que la edición –tiempo, corte, ángulo– es tan importante. Acá tampoco están las masas que vagaban por la Alameda el 5 de octubre pero sí los monólogos de los que toman las decisiones. No hay épica ni propaganda. Lo que está es el poder, mirado con curiosidad genuina. Y distancia.
- El foco es sobre los actores, que ven cambiar sus vidas después de jurar el cargo. Pero llega hasta ahí, hasta la imagen del Presidente democrático escuchando al orfeón militar que le rinde honores: “Ahí están Aylwin y Krauss, oyendo esa música solemne, en el más solemne día de sus vidas. Dos hombres que han hecho una profesión de fe de su condición de hijos de lo más hondo de la clase media, contemplando la marcial ejecución con que se está cerrando una era y abriendo otra”.