La columna de Ana Josefa Silva:
Cómo darle una vuelta de tuerca atractiva e ingeniosa a ese subgénero que es el “robo al banco” es lo que logra gozosamente Asalto a la Casa de Moneda.
El thriler español es protagonizado por el británico Freddie Highmore, que se hizo mundialmente famoso como protagonista de la serie The Good Doctor. Matizada con ciertas gotas de películas de espionaje y otro poco de conspiraciones, es esencialmente muy entretenida. El guiño a la saga Ocean Eleven aparece explícitamente en boca de uno de los personajes (como para descartar comparaciones).
Un prólogo nos remonta al hundimiento de un galeón español lleno de tesoros en 1645, tras ser atacado probablemente por Francis Drake. En 2009, Walter (Liam Cunningham, El Viento que Acaricia el Prado), un comerciante de arte, surca por esos mares. James (Sam Riley), su socio y buzo estrella, consigue rescatar esos tesoros.
Pero la corona española reclama lo que es suyo y la Corte Internacional de La Haya le da la razón. Ya estas primeras secuencias están cargadas de suspenso y de sutiles detalles que cobrarán sentido hacia el final. El tesoro va a parar al imponente Banco de España, conocido por su sistema de seguridad tan legendario como “misterioso”.
Walter reúne a su tropa: James, la escurridiza Lorraine, Simón (Luis Tosar). Pero necesitan a alguien más: y ese es Thom (F. Highmore), un chico prodigio de 22 años, un ingeniero recién salido de la U, que acaba de rechazar un trabajo soñado en Londres.
Cómo y porqué decide unirse al grupo es parte de los recovecos de la historia.
Director y guionistas situaron esta historia llena de giros, que no deja de brindar sorpresas hasta el final, en un Madrid efervescente con el Mundial de Fútbol de 2010, que España ganaría. Los personajes, aun los secundarios, son lo más atractivo de esta trepidante intriga de suspenso. Clave construir un buen antagonista: y ese es el jefe de seguridad del banco, Gustavo (el gran José Coronado), un tipo sagaz y con mente de lince.
Entre salones, restoranes, bares, subterráneos y la central llena de aparatos tecnológicos donde opera la pandilla, se abren impresionantes espacios y planos generales de la Plaza de Cibeles y los imponentes edificios que la rodean, entre ellos el del Banco. Allí, rodeando la magnífica fuente de agua, se reunirán las multitudes a mirar en pantalla gigante el desempeño de su Selección en el Mundial.
Un momento clave para todo el mundo. Literalmente. Muy entretenida.
(No. No se parece a La Casa de Papel).
Asalto a la casa de moneda (Way Down)
Una historia narrada de manera lineal, con imágenes luminosas, naturaleza en todo su esplendor y una protagonista bella y alegre tomará desprevenido al espectador de Un Amor Imposible.
Y la seguirá con curiosidad, algo que nunca cede. O lo inducirá al equívoco de pensar que esta es una película romántica.
Pero el título no es del todo engañoso: porque los amores pueden tener muchos “apellidos”. Y eso es lo que, sin notarlo, el espectador irá descubriendo, muy de a poco, hasta darse de bruces con lo que realmente hay detrás de aquel “imposible”. Ese relato lo tiene a su cargo, la mayor parte del metraje, la voz en off de Chantal: habla de cuando se conocieron sus padres, lo que siguió una vez que ella nació y cuando era una niña.
Ya adolescente y luego adulta joven, Chantal tomará su rol. Este inicio que describe la voz de Chantal transcurre en los años ’50, en la pequeña ciudad de Châteauroux, Francia. Rachel (Virginie Efira), una oficinista que vive con su familia, conoce a Philippe (Niels Schneider), un joven encantador, culto y brillante, de familia burguesa.
Del romance que sigue nace esta hija, Chantal, luego que él ha regresado a París.
Aunque hemos sido testigos de los detalles pormenorizados de la relación entre Rachel y Philippe desde sus inicios, Un Amor Imposible es finalmente una historia madre-hija, enhebrada de silencios y sobre todo de una verdad que ha corrido paralela detrás del telón.
Como una estela de pistas, a Philippe le hemos escuchado algunas frases, dichas con esa manera seductora tan natural en él, y más bien al pasar. Y es esa personalidad la que está en el centro de este drama.
Son las piezas más pequeñas de un perfecto puzzle por armar, donde no sobra nada; pasillos por donde el espectador ha sido conducido subrepticiamente hasta dar con una historia dolorosa cuyo impacto solo se nos aparece nítido hacia el final.
Asombrosa. Muy Buena.
Un amor imposible (Un amour impossible)
Dato: la película fue nominada a cuatro Premios César: mejor actriz, mejor actriz revelación, mejor guion adaptado y mejor música original.
A sus 80 años, viudo hace tiempo, Ali Ungár (Jiří Menzel) decide viajar desde Eslovaquia, donde reside, a Viena. Su objetivo: averiguar dónde están los restos de sus padres. Para ello, se dirige a la dirección del oficial de la Gestapo que los mandó fusilar.
Y así se presenta, parsimonioso y formal como es él, ante la puerta del departamento que le abre Georg (Peter Simonischek, protagonista de Toni Erdmann). “Mi padre hizo fusilar a muchos”, le responde este hombre que parece el opuesto de Ali. “No lo he visto hace como 40 años”, agrega.
Y aunque este primer encuentro entre el hijo de una víctima y el hijo de un victimario no concluye bien, finalmente, ocurre lo improbable: se convierten en compañeros de ruta, tras las huellas sangrientas del oficial nazi.
Esta singular road-movie por ciudades y campos de Eslovaquia reúne a dos seres en las antípodas, tras el mismo objetivo: buscar rastros que conduzcan a oscuras verdades. Pero el contraste de caracteres y maneras de ser le da una vis cómica a las muy distintas situaciones que se van produciendo en el camino.
Georg es un vividor más o menos irresponsable, un mujeriego impenitente que, sin embargo, tiene curiosidad por averiguar qué hizo exactamente su padre durante la guerra. Nada de lo cual le impide lanzar frases que le darían escalofríos a cualquiera. Pero son sus recuerdos de niño y es lo que vio y escuchó.
El recorrido —visitas a Bibliotecas, ancianos en asilos, campesinos sobrevivientes— deja a la vista las huellas del horror y la violencia en un pueblo primero azotado por los nazis y luego por el Ejército Rojo. Una zona más o menos olvidada, que no suele aparecer en los memoriales, ni en documentales ni novelas.
“¿Por qué trae gente así aquí?”, le reprocha un campesino a Ali. “Porque él no lo sabe”, le responde.
También la hija de Ali, que tiene una escuela donde recoge niños de lugares como Ucrania y otros sitios aún en conflicto, se asombra y le cuestiona esta investigación en conjunto con el hijo de un victimario.
Pero no resulta en vano. Así como Georg le ha entregado cartas y fotos guardadas a Ali, en el camino irán encontrando documentos y testimonios que le darán la razón al anciano judío, sin que lo haya pretendido. Efectivamente Georg no sabía y lo que verá cambiará completamente su manera despreocupada de asumir su vida.
El final es asombroso y estremecedor.
El Intérprete
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