Noviembre 14, 2022

Solidaridad sin reparto: ese impuesto lo pago feliz. Por Tomás Sánchez V.

Investigador Asociado de Horizontal

Perdámosle el cariño al acrónimo AFP. Acá la batalla importante es defender la capitalización individual y la inversión de los fondos, no el nombre o el diseño operacional. Más allá de todas las virtudes en términos de rentabilidad, las AFP cavaron su tumba solitas.


El diseño de un buen sistema de pensiones es un problema serio para todos los Estados del mundo. Cuadrar el círculo es sin duda una tarea compleja cuando buscamos ahorrar menos del 20% de nuestros ingresos, durante 40 años, para vivir de esos fondos por otros 20. Necesitamos de todo el ingenio que tengamos al alcance.

La propuesta del ministro Marcel ha sido ampliamente discutida y, dada su envergadura, una columna no alcanza. Por lo mismo, permítanme hacer tres breves puntos: solidaridad sin reparto, edad de jubilación y el fin de las AFP.

Lo primero, es el famoso 6%. Múltiples estudios revelan –entre ellos un estudio de Horizontal– cómo en Chile, comparativamente, se pagan muy bajos impuestos a la renta. El promedio pagado por empleado en Chile es de un 7%, muy por debajo del 34% de la OECD, del 19% de Nueva Zelanda o el 30% de Inglaterra. Sin embargo, sabemos lo poco popular que sería incluir a la clase media en la base de personas que paguen impuesto a la renta, haciéndolo políticamente inviable. Por lo mismo, los invito a mirar este 6% como el mejor impuesto posible: uno que se recauda, se invierte y se transfiere. No va al presupuesto de la nación, ni se desgasta en la operación de la burocracia. Sino que va de un bolsillo a otro, y hay que dar la pelea para que no vaya directo, sino que mediante la virtud de la inversión y el interés compuesto que lo haga crecer. Por lo tanto, abramos la puerta a un buen sistema solidario, pero sin caer en la trampa del reparto. En una sociedad que envejece y la pirámide poblacional se invierte, es un sin sentido. Separemos ambos conceptos: solidaridad y reparto no son lo mismo.

Segundo, muy brevemente: toda esta discusión, sin aumentar las edades de jubilación, es pan para hoy y hambre para mañana en la mañana. En el año 1982 la expectativa de vida en Chile era de 70 años, es decir, la jubilación tenía que durar 5 años. Hoy, esa expectativa ha subido a 80 años – alcanzando el nivel de los países desarrollados, pero sin su riqueza. Esto aumentó en un 200% la necesidad de recursos para la jubilación, lo que no podemos obviar. Planteemos un calendario a 10 años, donde cada dos años se retrase en uno la edad de jubilación; démosle flexibilidad al sistema para que existan incentivos a jubilar más tarde, e incluso introduzcamos variables contingentes para personas con enfermedades o que tuvieron trabajos más desgastantes físicamente.

Por último, perdámosle el cariño al acrónimo AFP. Acá la batalla importante es defender la capitalización individual y la inversión de los fondos, no el nombre o el diseño operacional. Más allá de todas las virtudes en términos de rentabilidad, las AFP cavaron su tumba solitas, negándose a toda reforma por décadas, y siendo observadores pasivos de una bomba de tiempo entre sus manos. El golpe de gracia fue cuando bajaron las comisiones a la mitad cuando les metieron un poco de competencia al sistema. ¡A la mitad! Simplemente impresentable… mejor no dar peleas perdidas, sino que defendamos un buen diseño de capitalización individual. Las AFP cambiarán su nombre a IPP (Inversor de Pensiones Privados – la misma cuestión), pero sin ejecutar la operación de recaudación, que se centralizaría en el APA (Administrador Previsional Autónomo). Así, la discusión la debiéramos fijar en la regulación de dichas instituciones, gobiernos corporativos del APA, IPPs e IPPA (Inversor Pensiones Público y Autónomo) y la eficiencia del modelo operacional entre ellas.

Ojalá la clase política no caiga en ánimos de revancha. La incapacidad de llegar acuerdos en la discusión previsional durante las últimas décadas es uno de los epítomes de por qué hemos llegado a tal nivel de desconfianza en el sistema político y desprestigio por no hacer la pega. Antes de destruir la propuesta, recojamos lo bueno, celebremos la actitud dialogante del gobierno que dinamitó la retroexcavadora y discutamos con buenos argumentos cómo mejorarla. Enfrentemos esta discusión con altura de miras y tengamos una buena discusión de lo que es necesario ajustar y precisar. Esta es la última oportunidad que tenemos, de acá tenemos que sacar algo bueno.

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