Rendezvous: El retorno de Bachelet. Por Kenneth Bunker

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Crédito: Agencia Uno

Todo apunta a una nueva aventura de Bachelet, que ya repite muchos de los rituales que la dejaron instalada como candidata tarde en el ciclo de 2013, y que permite que, de a poco, sean los otros los que le exijan competir, liberándola de la culpa de decidirlo ella misma. En los próximos días, se verá si Bachelet asume lo que ya se perfila como una responsabilidad histórica o si obligará a su sector a transitar por un bosque de dudas e incertidumbre en una historia que ya parece irreversible.


Con el panorama electoral en la derecha claro, lo único importante que queda por resolver es la candidatura presidencial del oficialismo. Hasta ahora era relativamente aparente que la izquierda que había reemplazado a la socialdemocracia lo había hecho con tal fuerza que había terminado por sepultar sus posibilidades de volver al poder. Pero, la inhabilidad del Frente Amplio para presentarse como una opción de gobierno creíble, capaz de responder a las demandas de las personas, ha terminado por hundir cualquier posibilidad de prolongar su estadía en La Moneda.

Así asoma con más fuerza que nunca el plan B: Bachelet. Ahora, obviamente es un “plan B”, entre comillas, en tanto la candidata ha marcado en todas las encuestas desde que se inició este gobierno, al menos. Pero, aun así, no era una posibilidad realista, ya que, lo más probable era que el Presidente Boric lograra revertir su situación, hacer lo necesario para perpetuar su legado, y dejar instalado un sucesor. Pero la incapacidad de cualquiera de los potenciales candidatos a su alero de tomarse la prerrogativa ha dejado la línea de sucesión en una espiral de desilusión.

Camila Vallejo quemó toda su credibilidad defendiendo al gobierno desde el comienzo, incluso limitando la libertad de prensa, y dando explicaciones inverosímiles a errores y horrores tan vergonzosamente evidentes que sembraron dudas hasta en los más convencidos.

Carolina Tohá desahució sus posibilidades al fracasar en la tarea de erradicar la ola de inseguridad que azota al país desde el estallido social, convenciendo a la clase media de que sus prioridades políticas distan de forma alarmante de las urgencias de las mayorías, que entienden con certeza que la situación está descontrolada y peor que nunca.

Vlado Mirosevic no tiene posibilidades de ganar, con una base de apoyo incluso menor a la de Marco Enríquez-Ominami, que, de competir, también lo haría de forma testimonial. A su vez, es improbable que Daniel Jadue remonte en medio del proceso judicial que enfrenta, pero no hay nadie en el Partido Comunista que lo pueda desplazar. Tomás Vodanovic no ha logrado convencer a las elites que lo rodean que es el candidato que hay que levantar si es que nadie más se logra instalar.

En el gobierno no hay nadie con suficiente reconocimiento público y evaluación positiva que pueda dar incentivos a los mecenas, y los movimientos y agrupación satélites de la izquierda progresista han sido tan desacreditados que no tienen posibilidad alguna de levantar a un candidato sin que ese candidato sea despedazado en el foro público.

Claro, cualquiera de estos nombres puede competir e incluso sacar una votación relativamente alta, pero ninguno se compara con lo que podría hacer Bachelet. Así, la expresidenta es por defecto la candidata presidencial. Si siempre lo quiso o si le cayó del cielo será por siempre un misterio, pero lo cierto es que no hay nadie mejor que ella para asumir el desafío.

Algunos piensan que la sombra que proyecta Bachelet sobre el paisaje político en la izquierda no ha dejado ningún otro liderazgo crecer. Y si bien hay algo de verdad en eso, también es verdad que en política no existe tal cosa como pedir permiso o ponerse a la fila. El poder se consigue con ambición y usualmente entre gallos y medianoche. Por lo mismo, la falta de renovación en la izquierda, exceptuando la candidatura accidental de Boric, es responsabilidad exclusiva de quienes no han sabido tomarse el poder.

No es culpa de Bachelet que Boric no haya logrado darle una visión de futuro a su propuesta política; es culpa de Boric que se conformó con haber llegado al poder, aceptándolo como la cúspide y la coronación de su éxito personal en la política.

Marzo se trata de Bachelet. Se trata de su definición, de sus tiempos, y de sus requerimientos. Marzo es el momento en que se corta el queque: no solo se sentenciará el fin del gobierno de Boric, pero también las estrategias que adoptará la principal competencia a Bachelet en el sector, así como también la de las candidaturas de la derecha, que hasta ahora no tienen un blanco al cual apuntar sus dardos.

Si Bachelet acepta, será un rendezvous, repitiendo la competencia entre Bachelet y Matthei en 2013, considerando que es improbable (tampoco seguro) que cualquiera de las dos cartas pierda en potenciales primarias internas.

Y si bien esto inevitablemente abrirá un duro debate con respecto al deficiente legado de las reformas estructurales de la expresidenta en su segundo mandato, arriesgando convertir la elección en un plebiscito sobre la capacidad de la izquierda para generar bienestar sostenible, podría ser mejor que apostar a cualquiera de las otras cartas, aún inciertas e impopulares.

Si Bachelet no acepta, habrá sido cómplice de los hechos que llevarán a la victoria de la derecha. Claro, no es su culpa que las nuevas generaciones no sean capaces de consolidarse teniendo todo para hacerlo, pero ciertamente tampoco ayuda que la expresidenta deje que crezcan los rumores de una potencial tercera aventura, ahuyentando potenciales competidores, tímidos por naturaleza, que entienden que, para sobrevivir, a veces hay que arrodillarse, agachar la cabeza y dejar pasar a los más grandes primero.

Así, todo apunta a una nueva aventura de Bachelet, que ya repite muchos de los rituales que la dejaron instalada como candidata tarde en el ciclo de 2013, y que permite que, de a poco, sean los otros los que le exijan competir, liberándola de la culpa de decidirlo ella misma.

La evidencia anecdótica se acumula, transformando lo que de cualquier otra forma sería una aventura electoral en un imperativo moral. En los próximos días, se verá si Bachelet asume lo que ya se perfila como una responsabilidad histórica o si obligará a su sector a transitar por un bosque de dudas e incertidumbre en una historia que ya parece irreversible.

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