Retrato del clásico dictador. El libro podría haber partido así: en mayo de 2018, cuando en las calles nicaragüenses arreciaban las protestas en su contra y ya había medio centenar de asesinados, Daniel Ortega fue a una “mesa de diálogo” en que el estudiante de 20 años Lesther Alemán lo encaró frente a las pantallas de televisión.
- Alemán tomó la palabra y dijo: “Por doce años los hemos escuchado, Presidente, conocemos la historia, no la queremos volver a repetir. Estamos aquí para exigirle ahorita mismo que ordene el cese inmediato al ataque. Estamos siendo perseguidos, somos estudiantes. ¿Por qué me salto la palabra? Porque nosotros estamos poniendo los muertos”.
- ¿Cambió en algo Daniel Ortega después de esa mesa en que fue interpelado y comparado con Somoza? No. Y El Preso 198, un perfil de Daniel Ortega (Editorial La Prensa, 163 páginas, 2018), del periodista Fabián Medina Sánchez entrega las razones por las que el ex comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, y actual dictador nicaragüense actúa como lo hace.
- El retrato que sale del libro de Medina es el del clásico dictador latinoamericano, que podría ser hasta una caricatura si no fuera una tragedia que le costó, por lo bajo, la vida a 300 personas, asesinadas por la policía y los grupos paramilitares de forma sistemática. El libro se inscribe en ese género latinoamericano de biografía de dictador. Pero de dictador de izquierda.
- Y no solo eso: se trata de uno –un dictador– que fundó su historia política en la guerra frontal contra la dinastía de los Somoza, el clan que durante cuarenta años expolió Nicaragua y que se transformó en sinónimo de tiranía latinoamericana.
- Medina Sánchez repasa, sin agregarle mucho a los hechos, cómo fue ese camino que llevó a Ortega a empatar con Somoza en crímenes y robos. Cuenta el periodista que una vez, en noviembre de 1998, logró entrevistarlo y que entonces Ortega le habló de lo cercano que era con el dictador libio Muamar Gadafi, que lo apoyaba económicamente.
La marca de los 7 años de prisión. Por el libro pasan las voces de los principales compañeros de Ortega en el FSLN y que hoy lo odian. Algunos de ellos están presos, o exiliados. Son ellos los que dibujan su silueta, marcada por la prisión política que vivió durante la dictadura de Somoza, en que fue salvajemente torturado.
- De ahí precisamente es que viene el nombre del libro: Daniel Ortega, dice Medina, nunca dejó de ser el preso Nº 198: “Esa condición ha marcado toda su vida, desde las relaciones familiares, sentimentales, hasta sus vicios, manías y la forma de ejercer el poder”.
- No son palabras al voleo. Ortega, dice el autor citando a una fuente anónima, “padece el síndrome del prisionero. Siempre está aislado, come de pie y en sus oficinas siempre construye una especie de celda, un cuarto muy pequeño con una cama y unos libros donde se refugia cuando está atribulado”.
- No solo eso: tres de sus escoltas fueron precisamente los guardias de esa cárcel somocista, así como sus mejores amigos provienen de sus años de prisionero (“como si el hombre no quisiera dejar la cárcel en la que estuvo”).
- Sergio Ramírez, ex FSLN, ex vicepresidente de Ortega y actual opositor, ratifica en el libro esa idea: lo describe en su casa, por las mañanas, desayunando de pie, como suele hacer todas sus comidas, cuando no son actos oficiales. “No es un hombre que tuviera modos civiles, y no creo que sea por maleducado o por odioso, sino que es un hombre de la cárcel, de los barrios, de la colonia Somoza. Estuvo muy poco en la universidad”, dice Ramírez.
- Ronald Reagan lo describió, en 1986, como “dictador con anteojos de diseño”, por los marcos de tres mil dólares que se compró en una óptica de Manhattan cuando asistió a las Naciones Unidas. Según Medina, una de las más profundas entrevistas que ha dado en su vida la hizo en esos años, en la revista Playboy. Allí contó su versión de la lucha guerrillera, como hizo en otras ocasiones, agregándose a combates en los que no estuvo y agregándole IVA a sus acciones. Un punto que sus compañeros de entonces, y actuales opositores, desmienten.
Poder y escándalos. Su ascenso al poder está bien descrito en el libro: cómo fue escalando posiciones al alero de su hermano Humberto, el jefe del ejército. Hay voces que describen que lo subieron por ser “ medio atontado, todo lento y sin haber tenido la relevancia que tenían los otros comandantes”. Una manera de evitarse los conflictos de ego entre guerrilleros alfa. A propósito: su hermano también se convirtió en disidente, después de permanecer como jefe del ejército tras la derrota de Daniel Ortega y bajo la presidencia de Violeta Chamorro, periodo en que modernizó y despolitizó a la fuerza.
- En marzo de 1998, Zoilamérica Ortega Murillo, la hijastra del dictador, lo denunció por abusos sexuales y violación desde que ella tenía once años. Zoilamérica es hija de la actual primera dama nicaragüense, Rosario Murillo, la mujer que reconstruyó a Ortega y lo llevó de regreso al poder, tras aliarse con los grupos más conservadores de la iglesia católica local.
- La denuncia nunca llegó a puerto: Ortega controla la justicia en su país, y la hija de Murillo retiró la demanda diez años más tarde. En el proceso apeló a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Se rindió en el 2008. Buscaba –dice en el libro– “seguridad y estabilidad para mis hijos”.
- Hay en el libro de Medina un capítulo dedicado a uno de los escoltas de Ortega, Marco Antonio Jirón Ow, apodado Pham Van Dong, y que le sirvió durante un buen tiempo. Jirón cuenta de las reacciones de Ortega cuando escuchaba críticas o el mundo no funcionaba como quería: echaba a sus pistoleros sobre la gente, fueran estos clientes de un restorán chino o dependientas de una sorbetería que ya había cerrado.
- Sin necesidad de agregar adjetivos, lo que emerge del libro es una personalidad retorcida que se complementó con su actual esposa y que, por lo que se ve, pueden estar a cargo del régimen durante varios más, sin que ni la comunidad internacional puedan impedirlo o la izquierda diga esta boca es mía.