Eran dos muchachas extremadamente jóvenes. Las dos eran también extremadamente bellas, de una belleza distinta, pero complementaria. Una era fría, distante, asustada quizás, rotunda en sus opiniones, cuidadosa en sus gestos. Delgada y pequeña parecía una muñeca de porcelana, de esas que se guarda entre cristales.
La otra era sonriente, divertida, más redonda, menos rotunda, con una voz suavemente enronquecida, más que seductora. Una estudiaba geografía, pero la política se había tomado su vida de un modo que parecía no hacerla del todo feliz. La otra estudiaba obstetricia e iba a ser matrona, algo real, concreto, vivo. Eso era, la vida misma al lado de su amiga que era irreal como un sueño que uno no se atreve a soñar.
Una de esas, sin duda, prometedoras jóvenes se llamaba Camila Vallejo. Su rostro circulaba mucho antes que pudiera darse cuenta por las portadas de todos los diarios del mundo. Su aparentemente frágil cuerpo dirigía asambleas de millones de persona. Detrás la respaldaba Karol Cariola, la otra belleza, que era dentro de las Juventudes Comunista su superior directo.
Porque la sonriente Karol con su aspecto de fiesta segura, algo de cierta franqueza campechana que debió aprender en los años en que estudio en la Universidad de Concepción, siempre fue la mujer dura de las Juventudes Comunistas. La que mantuvo la línea del partido mientras con sorprendente éxito reclutaba a toda suerte de dirigentes, como la alcaldesa de Santiago o la convencional Sepúlveda que nada tenían de proletarias, o sindicalistas y bien podrían militar en Evópoli.
Karol Cariola ha sido la primera víctima de esa contradicción esencial, que es la del comunismo criollo en general. Al querer conservar la línea dura del partido, que es la que atrae justamente a las niñas de clase alta al partido, se cierra al componente popular de éste, porque el pueblo siempre será más moderado que sus dirigentes. Entonces intenta la propia Cariola gestos de populismo como el apoyo a los retiros de los que debe arrepentirse después cuando la “abuela”, con esa envidia perpetua que la caracteriza, se ataca a ella y solo a ella. Lo mismo con su apoyo al gobierno, su lealtad con sus compañeros que están ahí, que contrasta con la base Jaduista que quisiera ser oposición con sueldo estatal.
Karol Cariola está entonces a cargo de una bancada que no sabe en qué lugar ponerse. Parte de un partido que ha tomado todas las apuestas equivocadas pero que le echa la culpa al croupier de sus errores. Se sabe depositaria de una tradición política e intelectual que el gobierno necesita con desesperación, pero al mismo tiempo de un pasado reciente de extravíos y gestualidades vacías.
Deben quemarse los dedos por tener la libertad que aprendió tarde su compañera Camila Vallejo, y hacer live en Instagram felices, y sonreír y jugar con su guardarropa, y ser la más linda de La Moneda. A ella le ha tocado bailar con la más fea de las feas, con un Congreso Nacional demencial, dirigido a medias por el PDG y el PR, donde ella se ha convertido en todo los que estos recién llegados de la política más odian.
Karol no puede ser libre, en parte porque ningún comunista de partido lo es nunca, en parte porque le toca encarnar justamente todo lo rechazado en el plebiscito. Única dirigente del 2011 que no tiene cargo en el gobierno, le toca dar la cara ante los otros diputados por los errores y los aciertos del ejecutivo. Sus cuerdas vocales han desertado de sus funciones y habla con una voz más que rasposa repitiendo eslóganes más o menos gastados, intentando encontrar un justo medio ante la crítica de lo que está mal en el gobierno y el apoyo a éste.
El asunto Sergio Micco que le está costando la presidencia de la Cámara, es más que simbólico. El Partido Comunista se jugó en la primavera del 2019 por equiparar a Piñera con Pinochet.
Instrumentalizó su indudable capital moral en la búsqueda de justicia en los derechos humanos para conseguir muy pequeños dividendos políticos. Con eso terminaron por destruir ese capital moral. Impidieron entre el barrullo, la fake news y las tomas, la ponderación justa y proporcionales de los indudables crímenes que ahí ocurrieron, sus autores, sus causas, las forma de evitar que se perpetren.
Sergio Micco fue el símbolo de este intento de que los derechos humanos no fueran ya patrimonio de todos sino de algunos. La toma del INDH, una de las vergüenzas que el mundo de los derechos humanos no asume aún, fue el ejemplo máximo de ese intento de banalizar todo lo sagrado: La tortura, la muerte, la justicia, la historia, solo conseguir un poco de épica a un movimiento que no supo conseguirlo por sí solo.
El intento, como todos los que protagoniza esta verdadera fuente inagotable de malas ideas que es el alcalde Jadue, no funcionó porque el Partido Comunista nunca puede alcanzar la irresponsabilidad perfecta de los Chanfreau o la Lista del Pueblo. Los comunistas pueden dormirse Hezbolá, pero despiertan gobierno Social Demócrata. Karol Cariola debe entonces explicar lo inexplicable para ser presidenta de la cámara, cosa que por experiencia y capacidad debería ser hace tiempo.
Esa capacidad, esa experiencia de poco sirve mientras su partido no se decida entre la lealtad a un gobierno que está aguantando como puede una tempestad que amenaza arrasar con todo, o prefiere surfear las olas para conseguir el aplauso de la contra cultura local.
Quizás si su partido se decide a ser lo que es, el más antiguo de todos, pueda Karol Cariola volver a ser joven y sonriente. Quizás cuando sepa que puede y quiere decir, pueda recuperar la voz que parece haber perdido. Desde aquí le deseamos una pronta recuperación.
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