Las apariencias no engañan. O solo engañan marginalmente. Se ha hablado abundantemente de la pinta de colegial de José Miguel Ahumada. Aunque tiene casi la misma edad que el presidente o Giorgio Jackson, tiene aspecto de escolar en plena edad púber que se escapa del colegio a ver cómo le crece la pelusa del bigote. En un gesto que lo describe mejor que nadie, no se dejó barba como ellos y usa traje, un traje que recuerda el uniforme escolar, con más ganas que todo el resto de gobierno.
Tampoco militó en ningún partido, ni tomó la delantera de ninguna marcha. Mientras sus compañeros de generación coqueteaban con el parlamento, los municipios, o hasta la convención, José Miguel Ahumada estudiaba en distintas universidades de Europa (Barcelona, Londres, Cambridge), acumulando magísteres y doctorados, uno tras otro.
José Miguel Ahumada es lo que parece, un estudiante. Sus convicciones contra el TPP-11 nacen justamente de sus estudios en Cambridge, Inglaterra. Ahí hace clase el economista chileno Gabriel Palma, uno de los grandes expertos en inequidad y un nostálgico del desarrollismo de los sesenta. Ahí también enseña Ha-Joon Chang, otro experto en desarrollo que ha estudiado la importancia del Estado en los cambios productivos de los países, basando en la experiencia del suyo, Corea del Sur.
La idea de que el mercado es una especie de divinidad intocable y el Estado un tirano y un mendigo a la vez, es por cierto absurda. Es trabajo de la universidad poner en cuestión los dogmas en boga, pero ésta siempre debe partir de una autocrítica. Es paradójico, por decir lo menos, que la idea de que el TPP-11 va a vender a Chile al capital extranjero nazca de grandes universidades extranjeras que son el lugar donde estudian los ejecutivos de las transnacionales. ¿No son transnacionales las ONGs que odian las transnacionales? ¿No hay intereses transnacionales en ellas?
Es al menos complicado criticar la política de apertura comercial de Chile al mundo, recibiendo una beca generosa que no habría sido posible sin esta política de apertura comercial, y cultural y política también.
Nadie es rehén de las becas que recibe, pero sí es importante entender por qué y para qué la recibes. Chile ha gastado mucho millones de pesos en llevar a chilenos a estudiar en las universidades donde se piensa el mundo del futuro. Esto es cierto en muchos temas pero no en el tema de estudio favorito de los becarios chilenos: Chile.
Por supuesto hay grandes profesores en muchas universidades de Europa y Estados Unidos que se han dedicado a la economía y política chilena, pero todos ellos fallan en los central: no viven ni trabajan en Chile. Su comprensión de la realidad chilena puede ser teóricamente impecable (aunque muchas veces no lo es), pero no pueden entender cómo un país que votó masivamente por tener una Nueva Constitución, reprobó ésta. La cantidad de palabrejas recién salidas de estas universidades, que en esa nueva constitución produjeron alergia en el electorado, son una prueba de la distancia gigante que hay entre los que estudian Chile y los que viven en él.
Ahumada es parte de los que piensan Chile como una probabilidad teórica. De alguna forma Chile es un ratón de laboratorio, una cifra per cápita, una curva de desarrollo, un abstract y una bibliografía. Su lucha contra el TPP-11 nace de lo que critica, la excesiva dependencia de Chile a las formas de ver y pensar del resto del mundo. Todo eso estudiado en inglés, con un profesor Coreano, en una universidad inglesa: más globalizado imposible
La lucha con el TPP-11 es así parte de un nacionalismo global, que necesita para alimentarse de Twitter o Instagram, es decir, teléfonos móviles, computadores, todos productos de las únicas trasnacionales tecnológicas que no necesitan acuerdos de comercio porque ya son dueños de los países. Estar así en contra del CTP11 es una forma de sentirse más cosmopolita, de sentirse parte del mundo mundial.
José Miguel Ahumada representa esa contradicción en carne viva. Todo su breve carrera ha nacido de la refutación de los Chicago Boys, esos economistas que demasiado jóvenes se fueron a estudiar a la universidad de Chicago gracias a un convenio con la Universidad Católica. Grupo que se sintió elegido, intelectualmente superior a la media de su profesión en Chile, y que exportó al pie de la letra lo aprendido con Gary Becker, Milton Friedman y otros.
Esa literalidad produjo la mayor crisis económica de la historia de Chile reciente. También empezó a la larga un nuevo ciclo productivo que trajo, al corregir el modelo aprendido en la universidad y adaptarlo a la realidad, un ciclo de prosperidad también inédito en la historia de Chile. Ese proceso de adaptación a la realidad chilena de la ortodoxia aprendida afuera, es lo que habría que aprender y enseñar del modelo chileno (sin excluir, por cierto, la crítica a sus muchas fallas). Reemplazarlo por una nueva generación de buenos alumnos de otra universidad extranjera no es en ningún aspecto una buena idea.
Pasar de le beatitud del mercado a usar la palabra “extractivista” porque sí y porque no, resulta igualmente absurdo. Pero quizás es nuestra maldición, ser rehén de alumnos que esperan sacarse un 7 agregándole una oreja o una cola de más al ratón de laboratorio, o convenciéndonos que somos alguna región perdida de Nueva Zelandia o Canadá, países, todo hay que decirlo, que no solo firmaron el TPP-11 sino que lo promueven con entusiasmo.
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