La mirada de águila del fiscal Xavier Armendáriz no es la menor de las pruebas que deberá sortear el ahora encarcelado exsubsecretario del interior Manuel Monsalve. Esa mirada estuvo al comienzo de todo, cuando el crimen era solo una denuncia asustada. Una denuncia que lenta, cuidadosa e impecablemente se abrió paso hasta convertirse en uno de los mayores escándalos de nuestra política reciente.
Es difícil saber cuál habría sido el destino de la ex autoridad si su caso hubiera estado en manos de otro fiscal que no fuera Xavier Armendáriz. Sabemos que algunos son intensamente negociables, de una comprensión encomiable ante los pecados de los imputados más ricos o mejor conectados. Sabemos que hasta ahora el fiscal Armendáriz no ha sido de esos. Sus fallos pueden ser polémicos y sus actuaciones inesperadas, pero no se ve en él ninguna necesidad de caer bien, de ser simpático, de tener santos en alguna corte, incluso las cortes ante las que alega.
Armendáriz tiene el mérito de haber logrado despertar el odio, o al menos la sospecha, al mismo tiempo de los partidarios de Daniel Jadue, los defensores del padre Karadima, los amigos del general Yáñez, además de variados fiscales nacionales y regionales juntos. A Armendáriz tampoco le caen bien los periodistas, aunque sus respuestas irónicas y su humor sardónico y cáustico sea para estos deliciosos.
Las filtraciones que otros fiscales usan como un recurso más en su ascenso lo ponen de los nervios. La misma idea de ascender no le resulta del todo seductora a este fiscal que estuvo entre los pioneros de la reforma procesal penal y fue muchas veces sondeado para ser fiscal nacional, pero que logró salirse de todas las nóminas, despertando la sospecha o la franca enemistad de muchos que sí aceptaron el cargo.
A Xavier Armendáriz, bombero en sus horas libres, le gusta apagar incendios, pero también encenderlos. Investiga como se investigaba antes en las películas, hablándole de usted a los interrogados, ofreciéndoles café o cigarrillos y sentándose largas horas a juntar evidencia lentamente, tan lentamente que el ex fiscal Sabas Chahuán le quitó el caso bombas para dejárselo al fiscal Peña. Aunque la evidente culpabilidad de los inculpados en el caso quedó en nada.
El fiscal Armendáriz puede tener muchos defectos, pero la desprolijidad no parece ser uno de ellos. Es difícil saber que piensa fuera de su trabajo. Su esposa fue militante de Revolución Democrática, pero no se le conoce al fiscal Armendáriz veleidades refundacionales. No en vano después de renunciar a la fiscalía y conseguir una vida tranquila en la Universidad San Sebastián, decidió volver al ruedo.
El caso Monsalve, en que se mezclan sexo, poder, mentiras y medias verdades es, para este exalumno del Liceo 11 de Las Condes, un sueño hecho realidad. Lo vive, asimismo, con ese talante de actor de carácter, esa mirada de rapaz en lo alto de la piedra en que espera la presa, su vocabulario perfectamente aceitado y la sensación de que, a pesar de que no pareciera saltarse ni un eslabón de la ley, este sigue siendo un asunto totalmente personal.
No sé cuáles son los gustos cinematográficos del fiscal Armendáriz, que lleva el apellido de una de las mayores estrellas del cine mexicano, pero sospecho que el cine negro de los años 40 y 50 dejaron una huella en él. A no ser que lo haya hecho, cosa más dudosa, el cine policial francés de los 60 y 70 con sus fiscales llenos de dudas y sus ladrones o asesinos de buen corazón.
Hay algo en Armendáriz de más aceitoso, de Boggie el aceitoso. Poca compasión, pero tampoco del todo crueldad. Frialdad ante los hechos, pero cierta paciencia apasionada por recolectarlos, lo cual debe estar preocupando a los defensores de Manuel Monsalve.
Este, por lo demás, tiene poca o ninguna defensa. Puede quizás acreditar que los hechos fueron parte de un contexto distinto al más infamante. Puede encontrar, no se sabe mucho donde, algo parecido a un consentimiento. Puede pasar de ser un monstruo a ser un borracho, puede pasar de ser un monstruo a ser simple y solamente un patético viejo demasiado verde.
Desde el punto vista político, desde el punto vista de la persona que Monsalve fue o trató de ser, desde el punto de vista de la persona que Chile necesitaba que Monsalve fuera, el crimen ya se había perpetrado antes del primer pisco sour, cuando se sentó a esperar a su subalterna para hablar de cualquier cosa, menos de trabajo.
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