No se puede decir que Izkia Jasvin Siches Pastén no lo haya intentado todo. Permisiva y dura. Policiaca y relajada. Ha intentado la comprensión y la contención, la institucionalidad más rígida y la improvisación más desatada. Nada parece haberle salido a esta mujer a la que nadie se le resistía demasiado.
Cabeza dorada de la nueva izquierda se la ve perdida en una montaña de desmentidos contradictorios. Una serie de esforzados comienzos que no parecen conseguir la continuidad que, como buena médica Izkia Siches, sabe que es necesaria a cualquier tratamiento.
Como presidenta del Colegio Médico podía exigirle a la autoridad medidas completamente impracticables y contraproducentes para asumir la pandemia sin pagar costo alguno por sus locuras inquisitoriales. Como jefa de campaña del candidato Boric podía, sin costo tampoco, decir y hacer esto y lo contrario. Asumió sin embargo, el ministerio en que todo, incluso lo que no has soñado hacer, tiene consecuencias.
El ministerio en que eres responsable hasta de los errores de tus enemigos. Ni luz, ni calefacción sino fusible. Izkia, ha elegido el lugar en que los más valientes gimen como niños, nunca mejor dicho, de pecho. El ministerio que destruyó al indestructible Andrés Chadwick, que acabó con el inacabable Andrés Zaldívar, que cansó al incansable Belisario Velasco.
La valentía para asumir ese desafío no puede ser más que aplaudida. A no ser que no haya sido del todo consciente del peso que ponía sobre sus hombros.
Es imposible que una mujer que ha estado desde la adolescencia misma metida en la dirigencia política y gremial no se dé cuenta de lo habitual de sus errores. Es imposible que este animal político que consiguió para el actual presidente gran parte de su impresionante votación, no entienda lo trágico de la frágil figura de confundida directora de colegio sin alumnos.
Lo sabe, claro, pero parece esperar algo que borre todo de pronto, como en la canción de Silvio Rodríguez. Quizás ese sea después de todo la raíz de muchos de sus tropiezos. Convencida como tanto que los privilegios son cuestión de piel o apellidos, cuando tienen que ver justamente con la cantidad de errores que se pueden cometer en la vida sin pagar el costo por ellos. Nació en Arica, tiene un nombre raro, es morena y creció en Maipú, pero eso no resta que haya estado desde demasiado joven en la dirigencia de todo y cualquier institución donde llegó.
Siempre presidenta, siempre segura de lo que hay que decir o hacer. Quiere ser directa e informal como la presidenta Bachelet, su más claro y poco reconocido modelo, pero le falta la tortura, el exilio, la prisión que le permita entender el dolor ajeno. Como gran parte de su generación, su vida ha sido una serie de logros conseguidos antes de intentarlos. Herederos cuyos padres tuvieron la elegancia de hacerles creer que todo se lo debían a su propio esfuerzo.
Inteligente, pragmática, cercana (cuando no está asustada), lo único que parece faltarle a la ministra del Interior es justamente vida interior. Falta de esa cultura general con la que no se salía del colegio antes, pero que parece ser un requisito hoy para conseguir un posgrado. Esta falta es particularmente visible justamente en las improvisaciones y cambios de rumbo a los que no ha acostumbrado en su vertiginosa gestión.
Creer que se puede ir a Temucuicui sin avisar es no solo una falta de criterio, sino también, ante todo y sobre todo, una falta de cultura. Es no haber leído la historia del conflicto chileno mapuche y menos la historia de Chile, construida en torno a esa frontera que es nuestra herida sangrante y nuestra columna vertebral. Como decir que los carabineros son autónomos es no conocer ni entender la historia misma de los carabineros que son la otra espina dorsal de Chile.
La ministra del Interior salta de la informalidad huachuchera que causó su primer tropiezo público, a una formalidad de inspectora de vialidad en que tropieza. No consigue el lenguaje informal culto en que justamente brilla el Presidente Boric. A este se le puede reprochar el exceso de poesía, pero lo cierto es que la ministra se expresa en algo anterior a la prosa: Lista de supermercado o recetario magistral, un lenguaje sin vuelo ni belleza alguna, en que no dice mucho, pero tampoco calla lo suficiente.
Ese arte de callar hablando todo el tiempo en que fueron maestros José Miguel Insulza y Francisco Vidal. Hombres ya sé, porque es Izkia Siches la primera mujer que ejerce la vicepresidencia de la nación. Ser mujer que es una ventaja indudable a la hora de entender este nuevo país, carta de triunfo que ha jugado quizás también de manera demasiado evidente, dicen mis amigas, como les resulta demasiado evidente el escote. Porque en política todo es política, los senos, las cejas, los pantalones y la falda.
La ministra ha decidido no seguir en el camino de las ministras anteriores. Mujeres que insistieron en separar su vida privada, empezando por su maternidad, lejos de su vida pública para hacerse respetar como funcionarias y no como madre, esposas, o novias de nadie.
Al amamantar en público no consiguió la imagen de maternidad que calma El Niño que nos habita. Los mamones la desearon babosamente, las mujeres no dejaron de sentir que la ministra usaba sus senos como los vaqueros usan sus pistolas. Un arma arrojadiza que no permite una conversación racional y fría sino que pone por delante el peso del instinto, la carne, la sangre, la leche, lo más primario y esencial, lo más delicado también.
No dudo que amamantar en cámara se puede hacer por buenas razones, pero esas también hay que exponerlas, hablarlas, discutirlas. Eso es lo que siempre le falta a la ministra, después de los actos: los signos, los símbolos, una explicación, un discurso, una lógica que los una y los comprenda. Es lo que la ministra no entiende: este ministerio en que la acción parece serlo todo, también necesita reflexión. Mucha reflexión.
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