Oscar Daniel Jadue Jadue no toma ni se droga. No lo necesita. En una sola semana acusó al contralor de iniciar una vendetta personal contra él, lo mismo hizo con la prensa, mientras al mismo tiempo se peleaba con el museo Salvador Allende por invitar a una disidente cubana a exponer ahí. Eso le permitió alabar a la Revolución Cubana y decir que Allende no se había suicidado, sino que lo habían asesinado y llamar pinochetistas a una serie de senadores y diputados socialistas y demócratacristianos.
Da la impresión de que si no ofende a más personas e instituciones es porque con los misteriosos robos que ocurren a cierto calvo ministro, la prensa que odia de tan cerca, a veces lo olvida.
El alcalde Jadue sin tomar una gota tiene la mala curadera de los que buscan peleas con amigos y enemigos a ver si despiertan de su propio sopor. Pareciera que su vida estuviera guiada por eso mismo: una enorme necesidad de contradecir, de insultar, de molestar. Es lo único que explica que una persona que está en las antípodas de todas las tradiciones, de todas las enseñanzas, de todas las convicciones del comunismo chileno, se empeñe en ser uno de los máximos dirigentes de él.
Comparar a Daniel Jadue con Luis Corvalán, Volodia Teitelboim o Gladys Marín sería infamante para cualquiera de ellos. Todos ellos a su manera eran hijos de la disciplina, del amor al colectivo, de las órdenes del partido. Todos ellos estaban absolutamente seguros de lo que creían lo que no les impedía conversar con gente que pensaba otra cosa (aunque eso no cambiaba en nada sus convicciones).
Entrevistar a Gladys Marín, con la que nunca estuve de acuerdo en casi nada, era un placer porque había un humano en toda su riqueza al otro lado del grabador. Hacer lo propio con Daniel Jadue es una tortura, porque lo que encuentras es un eterno “quién la tiene más grande”, un constante “el mundo está equivocado y yo tengo siempre la razón”.
No hay disciplina en Jadue, que se esfuerza desde que perdió la primaria contra Boric en hacerle la vida imposible, sin que recuerde que su partido es parte del gobierno. No hay formación ideológica porque su visión de la lucha de clase es básica y nada dialéctica. Todo el ingenio de las farmacias populares se basa en encontrarle la falla al capitalismo y usarla, no en sustituirla, por otro sistema productivo.
¿Qué tiene Jadue entonces de comunista? En 1987, cuando sus futuros compañeros eran perseguidos con especial saña después del fracaso del año decisivo, Jadue bailaba con una sonrisa de oreja a oreja en la obertura del Festival de Viña, la fiesta favorita de la dictadura. Tenía la excusa de que defendía a su pueblo y bailaba una danza tradicional palestina. Esta ha sido la única y exclusiva pasión de su vida: la causa palestina.
El despojo y el dolor de ese rincón del mundo en que se acumulan todas las fés y las traiciones de occidente y oriente próximo, todos los dolores y las fronteras, es el motor de todas sus convicciones. Militó desde adolescente en distintas organizaciones palestinas donde siempre se lo encontró en la posición dura, la de un rechazo visceral a cualquier pacto con el “sionismo”.
El fanatismo está en la esencia de su carácter y poco tiene que ver con las injusticias reales con las que se enfrenta. Entró a militar al Partido Comunista después de los acuerdos de Oslo, sintiendo que Arafat y la OLP habían transado en el intento de convertir la Intifada en el estado permanente de vida de sus hermanos.
Porque esta es otra de las características de Jadue: es generoso con el dolor ajeno, aunque a él no se lo ha visto nunca en ninguna primera línea, ni tampoco sacrificar nada en la refriega. Su visita a la Plaza Italia en pleno estallido tuvo como objeto justamente apropiarse de una lucha en que su partido no había tenido ninguna parte hasta entonces, y ser más papista que el Papa. Su envidiable ego no le permitió oír las pifias con que los habitantes de las protestas acompañaban su intento de llamar a sacar inmediatamente de ahí la estatua del “genocida” Baquedano.
Su traducción a marcha forzada de los conflictos del Medio Oriente al escenario chileno lo llevo a rechazar, como allá, cualquier tipo de acuerdo. Los comunistas perdieron así su mejor patrimonio, el no haber apoyado nunca hasta el 2019 alguna asonada contra ningún gobierno democrático en Chile (y solo en Chile). La convención fue otro momento para demostrar su posición, que es siempre la misma, la de no pactar con nadie, ni siquiera consigo mismo, y mantener en estado de guerrilla permanente a su partido.
Olvida que el conflicto palestino tiene componentes religiosos y nacionales, históricos y culturales que nada tienen que ver con el Chile actual, por suerte. No le importa ese detalle, lo que quiere es un enemigo que le permita sentir que la verdad y la razón las sabe él y solo él.
Supongo que como todos los que caminan hacia adelante sin mirar hacia atrás, hay algo de sí mismo que no quiere saber, algo que no es heroico ni patriótico, ni valiente sino simplemente picaresco.
En todo fanático habita un niño que quiere creer que la noche es día porque alguien no llegó esa noche. Como el Presidente Boric, no pongo las manos al fuego por nadie, aunque él las tenga ya completamente chamuscadas. Tampoco quiero encender contra nadie la hoguera. Solo sé que los que han decidido que la mejor defensa es el ataque, ya no distingue que hay que defender y que hay que atacar. Creo que eso es lo que pasó a Daniel Jadue, y es una pena para él como persona y una tragedia para el partido que ha decidido seguirlo.
Ingenioso, inteligente, preparado, arquitecto, sociólogo, gran polemista, entusiasta sin falla. De ser una posibilidad de futuro para un partido hundido en la nostalgia, Jadue se ha convertido en algo parecido a lo que fue Chernóbil para la ex Unión Soviética. Un hombre radioactivo que en vez de explicar las cosas raras que surgen todo el tiempo de su municipio, insulta y da lecciones de moral a quien quisiera poder escucharlo con esa paciencia que tanto le hace falta al edil.
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