Ninguna palabra ha perdido más significado esta semana que la palabra convicción. Perdió sentido no porque no lo tenga, sino porque nos hemos ido dando cuenta que ha sido últimamente usada para decir sistemáticamente lo contrario de lo que debería decir.
Las convicciones son ideas que se defienden más allá de que las circunstancias. Por ejemplo, que la democracia representativa es el mejor sistema de gobierno posible es una convicción que no debería alterar el hecho de que hayan dictaduras más prosperas, seguras o felices que muchas democracias. Bukele en El Salvador puede tener espectaculares resultados en la lucha contra el crimen, y Ortega puede conseguir la igualdad en la miseria en Nicaragua, pero es Costa Rica y solo Costa Rica y sus convicciones democráticas el único país de Centroamérica que deberíamos imitar.
La generación del Presidente usó demasiadas veces la palabra convicción para justificar políticas como lo retiros o los indultos. Políticas justamente de los que no estaba seguro. La convicción fue la razón también aludida para lanzarse a esa verdadera estafa piramidal que fue para la izquierda el estallido y el proceso constituyente. Proceso que fue un verdadero festival de convicciones en las que finalmente no creían ni siquiera quienes las defendían como si se les fuera la vida.
Y claro, el Perro Matapaco no mató a algún Paco, y era solo una metáfora. Y claro también era una metáfora el incendio de la iglesia de Carabineros y las canciones que los llamaban violadores y deseaban la muerte a esos mismos carabineros. “Estábamos jugando, no estábamos hablando en serio. Yo soy buena onda profe, soy el mismo que bailaba trote nortino en los actos cívicos en primero básico. Mi apoderada, que vino conmigo, le puede explicar que estaba confundido, que tenía problemas en la casa en ese tiempo, que a partir de ahora me voy a portar bien”.
La apoderada no es otra que quizás la más talentosa de nuestras políticas: Carolina Tohá Morales. La ministra Tohá, a quien hemos visto estos días ensenándole a la ministra de la mujer como tragarse el bien ganado desprecio del General Yáñez, instruyendo al presidente cómo comportarse en un funeral y contestar por él los dardos de Evelyn Matthei, y llevar la agenda legislativa casi entera sola. Todos esto y más con la misma alegría con la que un apoderado va al colegio a conseguir que su hijo o hija no quede condicional.
La palabra alegría, es por cierto en este caso, una ironía. Porque no hay en la paternidad y maternidad nada más desagradable de que te enrostren lo mal que se portan tus hijos cuando no los ves. Y peor aún, cuando sabes que casi todo lo que te dicen de él es verdad. Y te callas mientras juras que nunca más, que ya no, que esto lo vas a arreglar en casa. Pero en casa sabes que eres también tú, la o él que no supo decir no a tiempo, la o él que entendió lo que no había que entender, la o él que estuvo ausente demasiado tiempo. Y sabes que esas anotaciones negativas, que esas pruebas no rendidas, que ese examen al que no se llegó tu hijo, es también un mensaje que no tienes, apurado porque termine más o menos bien el año, tiempo de analizar y responder.
Es esa impaciencia para no terminar en exámenes libres y terminar los ramos en orden, lo que más me preocupa de la actual gestión de la ministra del interior. Porque, aunque se aprueben todas las leyes represivas del mundo, y se vista de verde a todos los ministros y el Presidente, el problema de fondo sigue ahí. Desearles la muerte a carabineros, llamarlas putas, negarles el lugar entre los seres humanos era evidentemente no solo una estupidez, sino un crimen. Pero eso no puede llevar, como está llevando el gobierno, a negar que carabineros lleva demasiado años, los años que la concertación los convirtió en su ejército fetiche y la dictadura en su perro guardián, lastrado por la corrupción, el clasismo interno y la ineficiencia. Corrupción, ineficiencia, falta de real inteligencia, que es parte esencial del problema de seguridad que estamos viviendo.
Las convicciones sirven justamente para eso. Para cuando todos se ponen nerviosos y creen en demoler casas en directo, o endurecer leyes que ya eran duras pero ineficaces, antes de detenerse un poco y pensar antes de actuar. Las convicciones son justo eso, una forma de detener la intuición y buscar la razón por la que se hace lo que se hace. Es preferir la historia a la actualidad, la ética a la estética, la reflexión a la acción.
Bachelet I y II naufragó por eso mismo, porque su miedo a no cumplir, a quedar mal, la llevo a reaccionar en vez de gobernar y dar bandazo de ciegos y perder demasiadas veces su centro. Ejemplo de eso es justamente la política con Carabineros que llevó a celebrar como héroe nacional al General Bernales (bandera a media asta, funeral oficial) que no solo habría tolerado y amparado la corrupción de la institución, sino que se habría beneficiado de ella.
Carolina Tohá, que no carece de inteligencia ni de profundidad, parece pecar sí de esa impaciencia de quienes han sido responsables demasiado temprano en la vida. Esto contrasta evidentemente con toda una generación que ha empezado a ser responsable demasiado tarde. La fórmula del éxito para un gobierno como este, sería conseguir un equilibrio entre la ética de la responsabilidad y la de la convicción. El realismo y la ambición, la práctica y la teoría. Pero todo eso parece cada vez menos posible o probable ante el apuro sin fin, la improvisación permanente, esa sensación de verse siempre pillado, denunciado, que impide esa calma que con desesperación este país adicto a su propia ansiedad, pide a la vena.
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