-¿A qué se debe el auge de la extrema derecha en Francia y Europa?
-Hay varios factores influyendo en las actuales turbulencias que sufren las democracias occidentales. Uno importante es el estancamiento, la sensación popular de estar económicamente peor que las generaciones anteriores. Pero eso se combina con otro elemento, que es la pérdida de espacio vital: la erosión del lugar de pertenencia, debido a procesos de migración, gentrificación y transformación productiva, que van erosionando los vínculos sociales.
Todo eso sumado al envejecimiento acelerado, que se traduce en un proceso en que van desapareciendo los propios. El resultado es una percepción de decadencia vital y un fuerte resentimiento contra las élites cosmopolitas, que se ven cómodas siendo de “cualquier lugar”, rebotando por el mundo entre sus espacios protegidos y sus discursos bien pensantes, como las retrata David Goodhart. Y ganas de afirmar lo propio con fuerza, así haya que ofender las sensibilidades progresistas.
Un dato interesante es que este conflicto entre un demos (pueblo) localista y que demanda una ciudadanía exigente, y una oligarquía con un sentimiento cosmopolita y aristocrático, está presente ya en los orígenes de la democracia occidental en Grecia, donde triunfa finalmente el demos y su ideal de comunidad de iguales. Desde entonces los deportistas aristócratas representan a sus respectivas poleis (ciudades estados) en los Juegos Olímpicos, en vez de a sí mismos.
-¿Es comparable con lo que sucede en Chile con Republicanos y otros partidos como Social Cristiano y Nacional Libertario?
-Esos partidos trabajan con las mismas frustraciones y miedos populares que las derechas duras europeas. Tal como nuestro progresismo cosmopolita local reproduce el mismo guión que el de sus pares estadounidenses y europeos. El conflicto inter elitista en todas partes va siguiendo similares patrones, y se hace más descarnado en la medida en que se ve empujado por la sobreproducción de élites, como ha mostrado Peter Turchin.
-¿En las municipales en Chile podría darse un fenómeno parecido, de aumento de la derecha dura?
-No me sorprendería, aunque creo que el gobierno ha hecho un esfuerzo por deskaramanizarse un poco, tratar de alejarse del vanguardismo moralista y acercarse a la realidad popular. Pero ese giro tomará tiempo en hacerse creíble, y todavía no están ni ellos mismos convencidos completamente. Esto, en parte, porque ellos son los herederos del sentimiento cosmopolita aristocrático y progresista, sus prebendas y sus cargos. Por lo mismo, no es llegar y pedirles que renuncien a todo eso. Un buen número de ellos nacieron con un canapé de cóctel de La Haya en la boca.
-¿Qué responsabilidad le cabe al gobierno y sus políticas de migración y seguridad en este crecimiento de la derecha radical?
-El gobierno está formado por personas y partidos que, antes de llegar al poder, cuando eran oposición, obstruyeron y dificultaron todo lo posible la aprobación e implementación de medidas necesarias para combatir la delincuencia, el crimen organizado y el descontrol migratorio. Esta era gente que defendía las barricadas, quería refundar carabineros y decía “Nadie es ilegal”.
Desde la derrota octubrista del 4S van girando hacia otras posturas, y ahora posan de paladines de la seguridad y el control fronterizo. Sin embargo, por un lado, ya hay mucho daño hecho. Y, por otro, siguen con equipos en el ámbito migratorio que son de convicciones ideológicas totalmente contrarias a las demandas ciudadanas. Es incomprensible que Luis Thayer Correa y su equipo sigan ahí como si nada después del 4S. Hace increíble el giro discursivo.
-¿Kast o Kaiser pueden seguir el modelo de liderazgo de la derecha nacionalista de Le Pen y Bardella?
-En eso han estado trabajando todo este tiempo. No es algo así como una sorpresa.
-En las negociaciones municipales, ¿cómo has visto el rol de Republicanos y de Chile Vamos? ¿El escenario favorece a las posiciones duras?
-Son diálogos que se vienen dando en clave electoral, pero no política. Y lo cierto es que a nivel de tesis políticas quizás es inevitable una grieta en la derecha: el antioctubrismo moralista de Kast hacia la derecha supone que el FA es un lote cuyo poder es ilegítimo y proviene de una asonada antidemocrática. Y la promesa es pasarles todas las boletas pendientes y negarles todo puente de diálogo.
Apuntan hacia una confrontación total y a una suerte de erradicación política del adversario. Lo mismo que el octubrismo, pero para el otro lado. La centroderecha, en cambio, yo creo que espera más bien seguir en la dinámica de acuerdos parciales con el FA, como ha sido en materia de seguridad, y de consolidación de su giro centrista, apuntando a volver a una especie de democracia de los acuerdos. Se ve difícil congeniar ambas miradas.
-¿Cómo puede posicionarse Evelyn Matthei en esta disputa por quién es el más duro en la derecha, sin perder el centro?
-Matthei debería ser capaz de reconocerle al gobierno los aciertos, al mismo tiempo que apretarlo donde está al debe y proponer medidas duras e importantes que Boric no sea capaz de llevar adelante. Pero mostrar que no está en una “guerra cultural” ni en una cruzada antioctubrista. Y que el error del octubrismo no era sólo su izquierdismo, sino su forma política autoritaria, despectiva con la democracia y contraria al diálogo.
Hay un espacio para la política genuina y honesta entre las furias populistas demagógicas y el desdén cosmopolita aristocrático. Se puede avanzar en el ámbito de la ciudadanía exigente, la recuperación económica y el combate contra los enemigos del Estado sin degradar la democracia, sin renunciar a la política y sin discursos estrambóticos carentes de sentido práctico.
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