Como en las tragedias teatrales, la cuarta edición de los rescates de fondos previsionales parece encaminarse a una nueva victoria. Como en las anteriores, la mayoría dice aprobarla casi por obligación; porque no queda de otra; porque el Gobierno llegó tarde o porque las necesidades son muchas. Son los menos los que la defienden como una fórmula para terminar con el actual sistema o siquiera como una buena solución.
El retiro como arma política. El 4º retiro de los ahorros previsionales era el más improbable de todos. En los meses previos muchas figuras políticas -que en su minuto apoyaron los anteriores rescates- se habían manifestado contrarias a éste. La postura, sintetizada con un adusto “ya no es momento”, encontraba sustento y respaldo en un coro de economistas vinculados a la oposición que, a la luz de los desequilibrios macro y bajo la figura ecuménica de juntar los retiros y el IFE, sacaron la voz por vez primera en este tema.
Boric y su voltereta. El primer giro “sonoro” lo dio el candidato presidencial del Frente Amplio, Gabriel Boric, quien hace nada, en plena campaña y por televisión, se había mostrado contrario a la medida. La voltereta, que fue mitigada con un discurso comprensivo de la política monetaria del Banco Central y con un intento por dibujar un proyecto menos “regresivo” que sus predecesores, le permitió a Boric salvar los muebles unos días, pero lo hizo objeto de feroces críticas de los retiristas más comprometidos en los días posteriores.
La chiflota. Con todo y a diferencia de lo que fueron los primeros retiros, las ediciones tercera y cuarta parecen definirse más por el temor a rechazarlos que por los beneficios de impulsarlos. No está claro quién o quiénes podrían ver catapultada su popularidad por apoyar la medida, pero parece bastante extendida la idea de que oponerse acarrea costos insoportables para la mayoría.
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