El 2008, cuando lanzaste The Forgotten Continent, tenías una visión optimista sobre el futuro de América Latina. En la segunda edición del libro, años después, veías más nubes negras. ¿Y ahora estás más pesimista o más optimista?
Estoy más pesimista que hace siete u ocho años.
¿Por qué?
Ha habido una década sin crecimiento económico significativo en América Latina. Y eso lleva a una frustración social, a cuestionamientos al sistema político, que no está entregando los resultados en términos de oportunidades y servicios públicos mejores. ¿Y por qué no hay más crecimiento? Porque el desempeño de la productividad es muy pobre en América Latina. Y para crecer se necesita sobre todo hacer las cosas mejor, y no simplemente añadir más capital o más mano de obra.
¿Cómo ves a Chile a cinco años del estallido?
-Chile sigue estando menos mal que la mayoría de los países de América Latina. En el estallido hubo mucho descontento, mucha violencia inaceptable en una democracia, pero también demandas pacíficas por mejorías: mejores pensiones, mejor sistema de salud, y más igualdad de acceso a oportunidades y bienes públicos, entre otras. Pienso que esas demandas son legítimas y sería un error pensar que han desaparecido. Hubo dos intentos de reescribir las reglas desde el inicio, desde una tabula rasa. Pero, pese a todo, Chile no se descarriló. Ha avanzado muy lentamente en los últimos cinco años, pero los rieles están ahí y podría avanzar mucho más con acuerdos que impulsen el crecimiento.
-Cuando viniste a cubrir la toma de posesión del Presidente Boric y conversaste con personeros del nuevo gobierno, comentaste “estos muchachos tienen mucho que aprender”. ¿Crees que han aprendido?
-Me acuerdo que escuché el discurso del presidente Boric en el Congreso y después fui a La Moneda y escuché su discurso a su electorado duro, en la Plaza de la Constitución. Y escribí que era importante que Boric se diera cuenta de que no podía gobernar con ese discurso y esos invitados de la izquierda dura mundial que llegaron al cambio de mando. Pienso que el presidente Boric ha aprendido, se dio cuenta que tenía que tomar en serio la inseguridad y la delincuencia. Y desde el inicio entendió que necesitaba un manejo serio de la economía, sin aventuras macroeconómicas.
-¿No crees que más bien el principal factor para que Boric se moderara fue su fracaso rotundo en el plebiscito del primer proyecto de nueva Constitución, que prometía llevar al país al desastre y de cuyo texto fuiste muy crítico?
–Evidentemente. Él no tenía otra alternativa, dado su origen político, que vincular su gobierno a esa Convención Constituyente. Pero sí, estaba claro que iba a ser un desastre, y que su gobierno fue gravemente herido por la derrota. Chile esquivó una bala con el rechazo a ese texto, porque hubiera sido una fórmula para el caos, varios años de caos. Y ahí sí hubiera habido un descarrilamiento.
-¿Crees que esos dos procesos constituyentes atrasaron las reformas en el país, en empezar a trabajar en las soluciones?
-Sin duda, pero habría que preguntarse: ¿Se podría sacar adelante reformas si no hubieran existido esos procesos? No estoy tan seguro, porque lo que ha habido es una polarización, y sobre todo una fragmentación política, que ha impedido que haya acuerdos. Pienso que sí ha habido un proceso de aprendizaje para Chile en estos cinco años. No estoy tan seguro que todos hayan aprendido, pero muchos en la izquierda se han dado cuenta que no se puede gobernar con utopías.
-Pero Chile no ha podido ponerse de acuerdo en reformas necesarias a cinco años del estallido ¿Eso es posible con la actual polarización política?
-Insisto que no todos han aprendido las lecciones de los últimos 5 años. Hay gente en ambos lados del espectro político que no están buscando acuerdos. Eso se debe a un factor estructural: la reforma política del segundo gobierno de Bachelet. Chile pasó de un sistema político muy rígido a uno demasiado líquido. Tener 16 partidos en un Congreso pequeño es absurdo. Hay buenas ideas para una reforma política, sobre todo establecer un umbral para la representación, como el del sistema alemán -que es del 5% del voto total- y también medidas para ayudar a mantener la disciplina partidaria y dificultar coaliciones promiscuas. Creo que con eso se lograría bastante, y ojalá que se apruebe antes de la próxima elección general.
-En una mirada más global al estallido. ¿Cómo ves el chileno en relación a otros que hubo en América Latina en esa época, como en Colombia, Perú, Ecuador y unos años antes en Brasil?
-Pienso que estaban vinculados. En parte importante por un fenómeno de una generación joven con más años de educación. En muchos casos se habían endeudado para conseguir una educación universitaria y no obtuvieron el trabajo que esperaban. Eso llevó a mucha frustración, porque esa expansión en la educación superior coincidió, en los últimos 15 años, con la ralentización económica.
El fenómeno de las redes sociales fue otro factor. Pero creo que los estallidos fueron también una consecuencia de éxitos: América Latina había crecido más, había disminuido la pobreza, se había expandido la educación, etc. Pero todo terminó en una frustración. Ahora, la pandemia marcó una nueva fase en la región y en el mundo. La gente está mucho más concentrada en lo concreto y en lo básico de la vida diaria. La seguridad, poner alimentos en la mesa, etcétera.
-¿Qué especificidad ves en el caso de Chile?
-La intensidad de la violencia, la destrucción de estaciones de metro en forma sincronizada, la quema de iglesias, municipios y supermercados. Y todo en una escala mayor que en otros países. El estallido de Brasil y el de Chile tuvieron en común que detonaron desde un cielo azul, como una tormenta sin aviso previo, muy inesperada. Esto no quiere decir que no había descontentos, porque los había. Pero creo que nadie pensó que se iba a dar de esa forma, ni en Chile ni en Brasil.
-¿Qué papel ha jugado Venezuela en la crisis latinoamericana?
-Ha sido un factor político clave para mover a América Latina más a la derecha. Primero, porque Venezuela es una muestra del fracaso total de cierta izquierda. Y también, porque ha expandido el crimen organizado. No todo el crimen organizado es fruto de la migración venezolana, pero el Tren de Aragua existe, y es especialista en extorsión, un problema grande en América Latina. Eso ha sido un factor político en la región.
-¿Crees que el crimen organizado es el principal problema de América Latina?
-Sí, tal vez es el problema mayor. Ha ido creciendo en este siglo y ya está muy generalizado, tanto geográficamente como en nuevas modalidades de delincuencia. Y eso afecta la economía, pero sobre todo la vida cotidiana de la gente. Tiene un efecto depresivo, aporta al desencanto político y dificulta el crecimiento económico.
-Tú acabas de sacar un libro muy elogiado sobre España. En Chile siempre hemos tenido una relación con la política española como un espejo, un espejo distorsionado si quieres, pero un espejo al fin y al cabo.
-Es interesante, como Chile ha pasado por las mismas cosas que España, en un lapso de 12 o 15 años. Pero ha ido en paralelo, con esa diferencia en el tiempo. España pasó por estancamiento económico con la recesión, con la crisis financiera que duró como cinco años, y ha pasado por un proceso de fragmentación política. La clase media se siente algo frustrada, y los jóvenes también. En el movimiento 15-M y Podemos había mucho de frustración generacional. Pero en la misma forma como en Chile, ha habido una vuelta a la moderación, a los partidos centrales, digamos. En Chile no se ha dado todavía en el Congreso, pero sí en las encuestas.
-¿Qué lecciones podría sacar Chile de cómo España administró su crisis social hacia adelante?
-Primero, un gobierno con mayoría absoluta (el de Rajoy) sacó adelante reformas impopulares, pero necesarias. La limpieza del sector financiero (que implicó un costo al erario público) permitió una vuelta al crecimiento en 2014. Su reforma laboral, que introdujo la “flexiseguridad” hizo que la tasa de crecimiento no tenía que ser tan alta como en el pasado para empezar a crear empleo. La esencia de esa reforma fue mantenida en la reforma laboral del gobierno de coalición de Pedro Sánchez. Y un Estado de bienestar relativamente robusto, con un sistema de pensiones públicas y de seguro contra el desempleo aportó a la paz social.
-En síntesis, a 5 años del estallido ¿qué tipo de reformas requiere Chile para que vuelva a crecer y frene la polarización política?
-Son dos cosas vinculadas pero distintas. En cuanto a lograr una mayor estabilidad política -además de terminar con la fragmentación, como señalé- necesita consensos para lograr un acceso a bienes públicos de calidad para todos. En la medida que esas reformas impliquen mejorar el capital humano, aportan al crecimiento. Porque Chile está en una fase en que para volver a crecer rápidamente, tiene que ser mucho más eficiente: mejorar el capital humano, la infraestructura, añadir mucho más valor y diversificar la economía.
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