En esta entrevista, Oporto habla de su comentado ensayo Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias: tener, poseer, destruir, uno de los textos más lúcidos y provocativos sobre el 18 de octubre de 2019, que será parte de un libro de pronta aparición. Dice que las protestas violentas son una expresión visceral del neoliberalismo, una paradoja que según ella explica la destrucción de centros históricos y comerciales a lo largo del país.
-Este ensayo feroz y sin medias tintas lo escribiste entre el 27 de octubre y 17 de noviembre de 2019. Es decir, tiene el valor de la inmediatez, de lo escrito en plena acción. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Cuando comenzaron los eventos de octubre de 2019, me invadió una gran angustia. Estuve escuchando la radio Bío-Bío durante varios días y noches, tomando notas. Partió como un registro personal, y después decidí darle forma de ensayo. Surgió como una necesidad de objetivar esos contenidos, a partir de la conmoción ante el caos exterior e interior que me afectaba. Apareció en otros dos medios un año después, y próximamente aparecerá como parte de un libro de ensayos de mi autoría.
Me hallaba en una especie de mazmorra, escuchando las voces radiales que testimoniaban el desastre y la violencia barbárica de las hordas de saqueadores. Tiempo después, una mañana nublada y desolada, vi la devastación del plano de Valparaíso y la imagen del perro infernal Negro Matapacos pegada en las paredes, con el eslogan: “El pueblo no saquea al pueblo”, que parecía, más bien, una amenaza. “Pueblo”: un término ininteligible para mí a estas alturas, aunque no estoy segura de haberlo entendido antes. Y, en 2020, vi la llamada Zona Cero, en Santiago. Ruinas sobre ruinas. Destrucción y quema de centros culturales y otros espacios. Escombros. Inmundicia. Fealdad del mal
-Se cumplen dos años del 18 de octubre y pareciera que nada ha cambiado de lo que describes en tu texto. ¿Crees que sigue existiendo una defensa ingenua, acrítica u oportunista de lo ocurrido, actitud que ejemplificas en Gabriel Salazar y Mariano Puga?
-En efecto, nada ha cambiado en lo esencial. Sólo veo la precipitación de esta pendiente a la barbarie, y el avance del narcofascismo con su psicopatía estructural arraigada en una sociedad de consumo intacta. Y continúo viendo oportunismo, aprovechamiento y una defensa acrítica de lo ocurrido, sobre todo en esa pretensión manipuladora de que la violencia y la barbarie debieran ser objeto de culto, veneración y acción de gracias, en vistas a la “refundación de Chile” mediante la Convención Constitucional.
-Una imagen que siempre me ha intrigado es la de un tipo tirando un enorme televisor de última generación a las llamas de una barricada. Tú hablas de “Tener, poseer, destruir”, que es una cita de Pier Paolo Pasolini. ¿Podrías explicar de qué manera esos tres verbos se relacionan con la violencia de octubre y que implicancias tienen?
–Supe de un episodio así frente a una multitienda en Valparaíso. Pero es más de lo mismo: revela una dependencia de la sociedad de consumo. “Tener, poseer, destruir” son declaraciones de Pasolini en su última entrevista, ofrecida a Furio Colombo horas antes de ser asesinado, en noviembre de 1975. Se refería a la educación recibida en la Italia de ese tiempo. Para Pasolini, el hedonismo de la sociedad de consumo era el verdadero fascismo, debido a la homogeneización y nivelación sin resistencias que era capaz de provocar. Vio cómo desaparecieron las culturas vernáculas de Italia y la cultura de la Resistencia: algo que ni el fascismo histórico había podido hacer.
Para mí, “tener, poseer, destruir” corresponde a lo que pudiera llamarse el teorema de la sociedad de consumo, y describe una secuencia. Primero, capturar algo o a alguien con fines utilitarios. Luego, apropiárselo, en el sentido de quitarle todo: su alma, identidad y energía; absorberlo, devorarlo y deglutirlo. Y, finalmente, expulsarlo como desecho, basura o excremento. Éste es el ciclo del consumismo, aplicado a las cosas y las personas. Es una forma de muerte abyecta, unida a una completa deformación de las relaciones humanas, y al amor imposible ilimitado como norma y condición para el progreso, el ascenso social y la conquista del privilegio de la impunidad de los amos invisibles. Esta fórmula se aplica cabalmente a la fascinante violencia vandálica, desplegada, validada y celebrada por muchos, como hipnotizados, desde octubre de 2019 en adelante: una violencia de consumidores insatisfechos, en el sentido antes señalado. Implica una aceptación de que todo es fugaz y está necesariamente dispuesto para la satisfacción inmediata. La materia no se espiritualiza. Todo es desechable: las cosas, las personas, los vínculos humanos, la propia vida.
-En varias partes del ensayo hablas de “satánico” para referir a ciertos hechos de violencia. Por ejemplo a la quema de iglesias, a la destrucción de una escultura de Cristo, al infanticidio cometido por una secta. ¿A qué te refieres con ese término? ¿Lo usas en un sentido cristiano o de otro lado analítico?
–Lo uso en sentido bíblico, y a la luz de los estudios sobre la violencia colectiva de René Girard. “Satán”, en hebreo, significa “enemigo”, “adversario”. Va unido a expresiones como “diabolos” y “Maligno”, entre otros, para referirse al demonio (…) “Satánico” se refiere aquí a la violencia acusadora, persecutoria, colectiva y sacrificial perpetrada por grupos o multitudes homicidas, contra una víctima única, en situaciones de crisis, polarizaciones y luchas intestinas por el poder, en vistas a una autorrestauración o refundación de una comunidad. Junto con la mentira, es una faceta intrínseca del fascismo y de formas de dominación en su transversalidad encubierta por discursos manipuladores.
La quema de iglesias y la destrucción del Cristo de la Gratitud Nacional (en 2016) son profanaciones de espacios e imágenes sagrados, vitoreadas por la horda vociferante y bestial. Remiten a la muerte de Cristo decidida por la turba. Y el infanticidio ritual de la secta de Colliguay, crimen con rasgos arcaicos, remite a un rito cananeo prohibido según el Levítico, consistente en pasar a los hijos por el fuego, es decir, quemarlos.
-Dices que lo de octubre “no es un despertar, sino una peligrosa irrupción de imágenes arquetípicas, sombrías y malignas de disolución, asociadas a crímenes inexpiados y crímenes imperceptibles. Tal vez, el preludio al hundimiento de Chile en una última oscuridad”. ¿Eres pesimista sobre el proceso constituyente, que nació en noviembre con las protestas masivas?
-Mantengo esa hipótesis acerca del avance de un oscuro proceso inconsciente, unido a un estado de inconsciencia, en el sentido de C. G. Jung, más allá de lo inmediato y lo contingente. De la Convención Constitucional no espero nada. Sólo veo oscuridad, luchas intestinas por el poder y descomposición, como en los casos de Rojas Vade y Ancalao. O en aquella otra voz, que defendía “el derecho de los delincuentes a manifestarse como delincuentes”. O en expresiones deleznables y mezquinas, como las de Elisa Loncón frente al espeluznante caso de torturas en Collipulli, referido lúcidamente por Mosciatti y, al parecer, por nadie más después de él; o frente a la solicitud de un minuto de silencio por la muerte de un agricultor quemado en el sur, tras dos semanas de agonía. Su respuesta burocrática denegando tal solicitud, es repugnante. Su elusión reiterada frente a determinadas preguntas revela su carácter ladino y huidizo, y es proporcional a su apetito de instalación y poder, desde una pretendida pureza y autoridad raciales.
Intuyo con angustia que, gane quien gane en las próximas elecciones presidenciales, habrá aún más polarización, disolución, inconsciencia, irracionalidad, corrupción, claudicación moral y derrumbe institucional. Y, haya o no una nueva constitución, también.
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