Sé que debería empezar este artículo con un “disclaimer”, esas explicaciones con que los gringos dejan en claro sus conflictos de intereses. Lucía Dammert, la recién renunciada encargada del segundo piso del gobierno de Boric, es amiga mía. Debería también decir que fue mi alumna en un curso de lectura donde los alumnos sabían más que los profesores.
A mí me parece que buscar secretos donde puede haber misterios es perderse la dos cosas, los misterios y los secretos. Me llama la atención cómo los periodistas somos capaces de forzar todos los hechos para que encajen con nuestros prejuicios. Prejuicios que son por lo demás casi siempre hijos de la facilidad. Una imaginación desbordante para inventar escenas que no ocurrieron y ni una para imaginar hacia dónde va la película.
La biografía de Lucía Dammert es por cierto fértil para todo tipo de esos mitos y conspiraciones varias. Hija de un sempiterno senador a la izquierda de la izquierda peruana, Manuel Dammert Ego-Aguirre. Descendiente de una de las grandes benefactoras de Lima, Juana Alaraco de Dammert, pariente de actrices, políticos, sacerdotes y pilotos de carrera, su acento limeño de siempre impecable pronunciación, no puede más que provocar en esta capitanía general que somos, toda suerte de oscuras fantasías coloniales.
Algunas de estas fantasías disimulan apenas la xenofobia que las alimenta. Xenofobia nacida de la idea tan chilena de que, si alguien viene de lejos y vive aquí, es porque algo torcido, raro, secreto esconde.
Para aumentar la suspicacia, Lucía, alta, rubia con tendencia a lo pelirrojo, vivió también en Argentina y Estados Unidos. En todos esos lugares se fue especializando desde la academia en el tema de seguridad, la menos segura de las especialidades. Fue quizás de las primeras en advertir del peso que iban tomando las bandas criminales armadas en el panorama delictual chileno y la incapacidad de las policías para tratarla.
Fue ese tema, el peligroso tema de la seguridad, el que la llevó a hacer el puente entre la academia y la política activa. Fue jefa de asesores en la todopoderosa subsecretaria del interior del siempre ronco e imperturbable Mahmud Aleuy. Lugar este también lleno de intrigas y tramas más o menos ocultas, donde el poder real, el que la misma Presidenta se negaba a tomar en sus manos, se refugió lo que pudo.
¿Qué paso ahí con Lucía que pasó de un equipo de asesores a otro? ¿Sexo, drogas, rock n’roll? ¿PDI, Carabineros, partido socialista, mexicanos, CNI? Mi nulo olfato de sabueso de la información me ha llevado a no preguntárselo nunca. Solo sé lo que puedo ver y lo que no puedo ver prefiero no suponerlo.
Mientras fue asesora del segundo piso, sin nunca contar nada, tampoco se negó nunca a dar su opinión ni a escuchar la del resto de los comensales. Nunca la oí quejarse del trabajo que seguro fue mucho, ni alabar ni destruir a ninguno de los colegas o autoridades con las que interactuaba. Sonrisa, movimientos de cejas.
Todo ese tiempo Boric parecía creer en ella como una suerte de talismán. El Presidente estudiante necesitaba de modo pertinaz a esta profesora de la Universidad de Santiago. Confiaba en ella, al menos de la manera más visible que pudo. ¿Por qué dejó de hacerlo? ¿O es ella la que dejó de confiar en un gobierno donde dejó de ser la única adulta responsable cerca del trono a verse rodeada de mujeres poderosas de la centro izquierda más tradicional? ¿Cuándo y cómo se rompió la confianza? ¿Hubo confianza de verdad?
La manera en que se gestionó su renuncia deja ver las dificultades de asesorar un gobierno que pasa de la humildad exagerada a la exagerada certidumbre de su destino heroico. Todos los rumores y algunos más se dejaron correr para riesgo no solo de la interesada sino del Gobierno, que al mismo tiempo, en una inexplicable pataleta, dejaba en suspenso las cartas credenciales del embajador de Israel.
El Presidente dejaba ver así su horror por la muerte de niños en Gaza. Algo conmovedor en un cantautor o en un actor de telenovelas, pero no demasiado digno de un presidente que sabe que los países son más que sus gobiernos de turno y las relaciones diplomáticas algo más serio que un pololeo. Más aún si se termina pidiendo disculpa por lo que parecía no haberse pensado antes que Israel es también la Comunidad Judía chilena.
Pensar antes es el papel de todo segundo piso. Pero para eso hay que dejarse tiempo para preparar lo que se va a hacer o no hacer. A esta altura pareciera que el Presidente cree que pedir disculpas sinceras basta para borrar toda y cualquier falta. Me imagino que esta fe es algo con lo que cualquier asesor adulto no puede convivir demasiado tiempo. Ese tipo de asesorado, el que cree que con pedir perdón basta, es mucho más difícil que los testarudos. Por lo menos estos se equivocan una sola vez. Más allá de esta asesora o la otra, de esta ministra o la otra que parece se sucederán a ritmo creciente, resulta evidente que el gobierno y el gobernante deben decirle adiós a los niños.
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