Interpretando el estallido social, José Joaquín Brunner acuñó la distinción entre octubristas y noviembristas. En términos gruesos, entre los primeros se inscriben quienes ponen el foco en la violencia y las intensas manifestaciones ocurridas en octubre del 19 como dispositivo para empujar los cambios. Los segundos serían aquellos que atribuyen al acuerdo de noviembre de ese mismo año, y a la vía institucional que diseñó, el desentrampar la crisis social.
En su gran mayoría aprobadores en el plebiscito de 2020, octubristas y noviembrista coparon el escenario político y electoral durante dos años, enfrentados en una disputa por la hegemonía interpretativa que también se encarnó en la opinión pública. Puntos de vista en tensión que dejaron absolutamente al margen, silenciada, a esa minoría que se opuso sistemáticamente a ver virtuosismo alguno en los hechos desencadenados por el estallido social, y que terminó acorralada en el 20% del rechazo.
Discursos, símbolos y performance enfrentados, que terminaron definiendo los contornos del cambiante escenario electoral que nos ha acompañado este año. Qué si no eso, fue la elección de Constituyentes de mayo 2020, donde la derecha del rechazo quedó apabullada frente a las fuerzas arrolladoras de los octubristas, encarnados en la Lista del pueblo, de los pueblos originarios y el PC, y la de los noviembristas, representados por la ex Concertación, una buena parte del Frente Amplio y uno que otro representante de la derecha que aprobó el cambio constitucional.
La distinción de Brunner siguió siendo pertinente para entender luego las primarias presidenciales, en las que, de hecho, sólo participaron octubristas y noviembristas. En la primaria de Apruebo Dignidad, fue derrotado el octubrista Daniel Jadue por el noviembrista Gabriel Boric, mientras en la de la derecha de Chile Vamos la disputa se dio entre cuatro noviembristas, comprometidos sin ambages con el apruebo.
Tras la derrota en las primarias, el octubrismo quedó relegado a las pirotecnias y metáforas de Artés y se inició la recta final de una carrera presidencial que auguraba que el enfrentamiento de fondo, definitivamente, sería entre noviembristas. Hasta entrado septiembre, el parteaguas electoral decía relación con la interpretación que estos tenían de los mentados 30 años. Mientras la candidatura del Frente Amplio, de la mano de Gabriel Boric, seguía muy crítica de ese periodo, era Sebastián Sichel desde Chile Vamos quien abogaba por la defensa de la Transición. La centro izquierda, “ni chicha ni limoná”, pero esa es otra historia.
Imbuidos en sus campañas, los presidenciales parecieron no haber notado que, a dos años del estallido, el peso de la noche caía con fuerza sobre las expectativas transformadoras depositadas en la Convención, cuya instalación no exenta de dificultades aún no arrojaba saldo positivo palpable para las angustias ciudadanas que la habían posibilitado: pensiones, salud, sueldos. Como si fuera poco, sujetos identificados con los derrotados octubristas asolaron con violencia las calles, buscando reactivar la movilización social, conmemorando con vandalismo el segundo aniversario del estallido y, como si no bastara, encumbrando a los presos de la revuelta a la categoría de héroes nacionales.
Un contexto caótico, muy propicio para el crecimiento de un José Antonio Kast que consistentemente había representado su oposición a las agendas transformadoras. En un par de meses, y apalancado en la fiebre del octubrismo, Kast logró alterar los clivajes de la elección en juego, remplazando la tensión interpretativa sobre los 30 años de la Transición por otra sobre el sentido y la legitimidad misma del estallido social.
Con el crecimiento de Kast, observamos cómo el debate transicional pasó a segundo plano, dejando al estallido y al acuerdo político que lo siguió como el eje respecto del cual se pronunciará la ciudadanía en la segunda vuelta. Quienes interpreten que el estallido social fue el paso necesario para gatillar nuevas y postergadas transformaciones sociales mediante un nuevo pacto social representado en una nueva constitución, tenderán a inclinarse por Boric. Por el contrario, quienes sintonicen más con la representación del estallido como expresión de desgobierno, de secuelas principalmente devastadoras y donde lo más importante es restaurar el escenario previo, votarán Kast.
Ganen o pierdan con Kast, a partir de este diciembre, esa minoría silenciada del rechazo sacará la voz y, como nacientes diciembristas, tendrán identidad para enfrentar narrativamente a octubristas y noviembristas.
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