Septiembre 19, 2021

Libros: Soldados a Caballo, la historia de los primeros soldados de EEUU que pisaron Afganistán. Por Bernardo Solís

Ex-Ante

“Soldados a Caballo” es un relato descarnado y trepidante de las actividades de los primeros comandos de EEEUU que llegaron a Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre que revela como se inició en terreno la guerra más larga de la historias de Estados Unidos. Y como que se toparon con los mismos problemas de otras poderosas fuerzas que han incursionado en la llamada “tumba de los imperios”

Los primeros en llegar. Difícil explicar por qué este libro se ha mantenido en un discreto segundo plano comparado con otros sobre la guerra que durante veinte años azotó a Afganistán y que al menos parece haber terminado para Estados Unidos por ahora. Lo que está claro es que no es por su calidad, que sin duda la tiene. Puede ser por su acento pro militar, que necesariamente lo hace impopular. Tiene, también, una película que parece que es bastante mala. Tal vez el olvido que pesa sobre el libro (trate de ubicarlo en alguna librería) sea porque sus protagonistas son guerreros que ganan una guerra.

  • Soldados a caballo (Planeta, 2010, 496 páginas) es la historia de los soldados de las Fuerzas Especiales norteamericanas y de agentes paramilitares de la CIA que se desplegaron en Afganistán tras el atentado del 11 de septiembre de 2001. Son los primeros en llegar a combatir con los caudillos de la Alianza del Norte en contra de los talibán. Fue una campaña de guerrillas que duró dos meses y que se libró en las montañas del norte del país, junto a 15 soldados que mantenían sus prácticas tribales, con cargas a caballo contra tanques y asistidos por bombas inteligentes dirigidas por láser.
  • El largo viaje a Mazar-i-Sharif conduce al clímax de la rebelión en la fortaleza de Qala-i-Janghi, donde se concentraron a 600 talibanes que se rindieron a las tropas pro estadounidenses. La fortaleza guardaba también un importante arsenal al que accedieron los prisioneros, desatando una serie de violentos y sangrientos combates en la improvisada cárcel. Allí murió el primer norteamericano de la guerra, un agente de la CIA, y apareció el “talibán norteamericano”, Abdul Hamid, un californiano nacido como John Walker Lindh y que se había convertido al islam años atrás y trasladado a Afganistán, donde Al Qaeda le ofreció participar en los atentados del 11 de septiembre.
  • Stanton declara que para escribir el libro entrevistó a mas de cien personas, entre soldados norteamericanos, afganos y civiles, en Estados Unidos y en Afganistán. Experto en materias militares, uno de sus libros, sobre el hundimiento del USS Indianápolis en 1945, es lectura obligatoria para los oficiales de la marina de Estados Unidos. El capitán del barco fue condenado por un tribunal de guerra y posteriormente absuelto en el 2000. 
  • Con Soldados a caballo, Stanton entra en la cultura de la fuerzas especiales, un grupo militar de élite que para el 2001 enfrentaba la resaca del histórico fracaso de Vietnam. 
  • Es un grupo con códigos propios, integrado por soldados que han pasado por un exigente curso. Entre ellos no hay saludos militares ni  corren los grados. Están preparados para desplegarse en cualquier parte del mundo en 96 horas y entrar en combate. 
  • El 11 de septiembre de 2001, cuenta el libro, apenas vieron estallar las Torres Gemelas en la televisión sabían que partirían a la guerra. En las horas que pasaron supieron dónde y contra quién.

“Quiero que me envíen la cabeza de Bin Laden”. El libro abunda en cómo se echa a andar la maquinaria bélica de la principal potencia mundial. El despliegue de los soldados supone el envío de emisarios y agentes de la CIA con millones de dólares en efectivo a Uzbekistán y las montañas del norte de Afganistán.

  • Y una misión. El libro recoge las palabras del jefe de contraterrorismo de la CIA a uno de sus hombres antes de su salida al corazón de Asia: “He hablado de esto con el presidente, y está completamente de acuerdo. Tiene usted que convencer a la Alianza del Norte para que trabaje con nosotros, para que se acepte a las fuerzas militares norteamericanas… Pero además de eso, su misión es llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para encontrar a Osama bin Laden y a sus principales lugartenientes y matarlos. No quiero que capturen a Bin Laden y a sus secuaces. Los quiero muertos. Vivos y encarcelados aquí en los Estados Unidos se convertirían en un símbolo, en un foco de concentración para otros terroristas (…) Quiero ver fotografías de sus cabezas ensartadas en puntas de lanzas. Quiero que me envíen la cabeza de Bin Laden en una caja llena de hielo seco. Quiero poder enseñarle la cabeza de Bin Laden al presidente. Le he prometido que lo haría. ¿Me he explicado con claridad?”
  • La cuña es verosímil. Según cuenta Bob Woodward, Cofer Black era conocido en el círculo de George Bush como “el hombre de las moscas en los ojos”, luego advirtiera que “cuando terminemos con ellos, tendrán moscas caminando por sus globos oculares”.
  • Esas gestiones permitieron a los equipos hacerse de viejas bases rusas en Uzbekistán desde las que, en octubre de 2001, partieron en helicópteros a combatir a los talibán junto a la Alianza del Norte, un grupo de caudillos que a ratos les recordaba a las familias de la mafia que habían conocido en películas y reportajes. Para llegar a ellos viajaron en helicópteros que superaron montañas de más de 4 mil metros.  

 Asesoría imposible.  Uno de los personajes del libro es el autor de lo que se consideró en su momento “el informe confidencial más célebre de la guerra”, un correo electrónico enviado desde el frente afgano explicando qué significaba pelear en las montañas afganas.

  • Dice: “Estoy asesorando a un hombre sobre la mejor manera de emplear infantería ligera y caballería en el ataque contra tanques T-55, morteros, artillería, vehículos blindados de transporte de tropas, y ametralladoras talibanes; una táctica que en mi opinión quedó obsoleta con la invención de la ametralladora Gatling.
  • “[Los muyahidines] han hecho esto cada uno de los días que nosotros hemos estado sobre el terreno. Han atacado con una munición de 10 balas por hombre, con francotiradores que tenían menos de 100 balas; con poca agua y con menos comida aún. He observado a un artillero de ametralladora PK que recorrió a pie más de quince kilómetros para acudir al combate, y que me mostró orgulloso su pierna derecha artificial desde la rodilla”.
  • “Hemos presenciado cómo la caballería atacaba los baluartes talibanes: los últimos kilómetros bajo fuego de mortero, de artillería y de francotirador. Se dispone de escasa atención médica si hay heridos, sólo se les puede llevar en asno al puesto de socorro, que es una casucha de tierra. Creo que [a los muyahidines] les está yendo muy bien con lo que tienen. No podríamos hacer lo que estamos haciendo sin el apoyo aéreo cercano; dondequiera que voy, los civiles y los soldados muyahidines siempre me están diciendo que se alegran de que los EE. UU. hayan venido. Todos hablan de sus esperanzas de construir un Afganistán mejor después de que se hayan ido los talibanes”.
  • El libro retrata esa brutalidad, con soldados de la Alianza del Norte que le cortan la cabeza a sus enemigos recién abatidos y patrullas que detectan minas antipersonales, las desarman y se las llevan para usarlas contra sus enemigos. Los combatientes aliados son “tipos duros que le dan un nuevo significado a la palabra reciclar”.
  • Presentada como la primera guerra del siglo XXI, la campaña afgana le mostró a las tropas especiales que se topaban con los mismos problemas que otras fuerzas militares habían enfrentado en Afganistán.  
  • Leído a la distancia de veinte años, se aprecia el callejón sin salida afgano. Dice un sargento que le preguntan si el país había hecho bien en combatir en Afganistán y si eso había cambiado las cosas. El sargento, Pat Essex, contestó: “No se podrá decir ni hoy ni mañana si hicimos bien. Tendremos que volver a Afganistán dentro de diez o quince años y preguntarnos: ¿Hicimos bien?”.

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