Volver a la RDA. Una jovencita de 19 años conoce en un bus a un cincuentón que trabaja en el área de la cultura y que le parece atractivo. Viven en Berlín Oriental. Se enamoran perdidamente y ni él ni ella pueden dar crédito a tanta plenitud. El lector tampoco. La novela se titula Kairós, que es el dios del instante fulgurante.
Hasta la página 60 u 80 el libro prende poco, entre otras razones por lo que decía Borges: “Quizás en el infierno no puedan escribirse novelas, pero de lo que estoy seguro es que el paraíso eso es imposible”.
Lo que los saca del paraíso es la posesividad de él. No solo es absorbente; también es un enfermo y un maniático. Se gana la vida escribiendo reportajes sobre asuntos culturales o sobre la inmortalidad del cangrejo para la radio de la RDA. Tiene muy buen gusto musical y hacen el amor con Schubert o las Variaciones Goldberg de Bach.
El problema es que un desliz de ella, una o dos noches en casa de un amigo joven, transformará en adelante la relación en un infierno. Por parte de ella, fue solo eso: un desliz, un error, dado que lo sigue adorando igual y por años. Por parte de él, la experiencia es una puñalada de la cual nunca, nunca, podrá recuperarse. Se entiende en parte la psicopatía suya y las razones por las cuales él la quiere. Se entiende menos por qué una chica que es tan joven, bonita y adorable se enamora de alguien como él.
Lo que distingue a esta novela recientemente galardonada con el Booker International Prize, un galardón utilitarista que la industria editorial británica concede desde hace algunos años a obras traducidas al inglés (Labatut por fue finalista hace tres años por Un verdor terrible), es el estilo: frases cortas e intensas, hartas referencias culturales a la mitología, a la música, a la pintura clásica, a Brecht, a Hans Eisler, que compuso una pieza musical memorable, Las 14 maneras de describir la lluvia, además del glorioso himno nacional de la RDA, todo eso dentro de un sentido rescate de lo que fueron las costumbres, los lugares y las prácticas sociales de esa nación de mentira.
La autora, Jenny Erpenbeck, tal como su heroína, estudió primero diseño editorial y luego artes representativas, dos cosas que hace notar, y su idea fue contar una historia de amor que se va agotando junto con la de un país que se está viviendo abajo. La verdad es que lo consigue solo a medias, porque la correlación no es estricta.
El estrepitoso y a la vez anodino final de la RDA no tiene mucho que ver con el desenlace que la novelista le da a su historia de amor. O que no le da, mejor dicho, porque en realidad el desenlace es malo.
Como novela, Kairós, quizás salva. Tiene sus momentos, aunque jamás conmueve o incendia al lector. Lo que sí logra es hacer pensar mucho en el doble fiasco alemán en el siglo XX. Primero, un régimen que fue el horror de los horrores. Después, al menos en una parte del territorio, una república patética que fue, si no la más totalitaria del Este, probablemente sí la más sórdida y sombría. En eso Marx tenía la razón: la primera vez es tragedia, la segunda comedia. Jenny Erpenbeck mira a la RDA, donde se crio, con indulgencia y nostalgia y está en su derecho a hacerlo. Nosotros como lectores, claro, en nuestro derecho a acompañarla en esos sentimientos o no.
Volver a Donoso. ¿Cómo habría reaccionado Donoso a los homenajes, reivindicaciones y rescates que estamos viendo? En la revista Santiago, en la UDP, en el Cep. Demasiado tarde, seguramente habría dicho. Pero igual se sentiría dichoso porque finalmente se le reconoce el dominio literario que tuvo. Dominio, autoridad, manejo en infinidad de géneros.
En la novela urbana (El jardín de al lado) y en la de pueblo chico (El lugar sin límites), en la novela clásica (Coronación) en la vanguardia (El obsceno pájaro de la noche), en el pastiche (La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria ) y en la novela realista (La desesperanza), en la alegórica (Casa de campo) o en el ensayo literario (Historia personal del boom)…, Que era distorsionado, maniático, obsesivo, doble, neurótico y anduvo tras el éxito como animal herido, es verdad. Pero ni siquiera Henry James estuvo al margen de esta compulsión. Donoso escribió además una novelita corta, Taratuta, que publicó con Naturaleza muerta con cachimba el año 90, y que ronda la maestría absoluta. Apenas 80 páginas.
Es la tercera vez que la leo.
Partió siendo un artículo para la agencia Efe sobre un personaje novelesco, Viktor Taratuta, colaborador de Lenin antes de la revolución y conectado a un inmenso patrimonio que fue a parar a la cuenta de los bolcheviques. Aparentemente era judío; sin duda, un revolucionario; quizás también un pillo.
La cosa que tiempo después Donoso recibió una carta de alguien que decía llevar ese mismo apellido, Horacio Carlos Taratuta, argentino al parecer, aunque radicado en Madrid. El relato es glorioso. Donoso entra y se sale en la historia. Especula, supone, conjetura, plantea y descarta sucesivas hipótesis. Se pregunta dónde empieza la ficción. Y dónde la realidad, si es que en alguna parte empieza, porque la ficción en verdad la antecede y también la sucede.
Donoso, en definitiva, creía en la literatura. En la realidad, bien poco. Un grande, por supuesto.
Kairós
Jenny Erpenbeck
Ed. Anagrama, 2023
331 pág.
Taratuta
José Donoso
En Nueve novelas breves
Ed. Alfaguara, 1996.
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