Si el mejor libro periodístico sobre lo ocurrido en octubre de 2019 lo escribió el arquitecto Iván Poduje, al historiador Alfredo Jocelyn-Holt le debemos la autoría del libro más completo para entender esta elección tan singular que enfrentaremos en dos semanas. Se trata de La Escuela Tomada (Taurus, 2015, 642 páginas), un ensayo sobre la histórica y controvertida toma de la Facultad de Derecho de 2009, y de cómo ésta marcó y explica la biografía de Gabriel Boric.
El cambio de las reglas del juego. En un país en que escasean biografías periodísticas de los candidatos (aunque sea una elección en que lo que más pese de hecho sean las biografías), el libro de Jocelyn-Holt ilumina buena parte de lo ocurrido en los últimos doce años. Las principales claves de este periodo están ahí, desplegadas en 600 páginas.
- La Escuela Tomada son las memorias de Jocelyn-Holt del proceso que reventó a la Facultad de Derecho el 2009. A partir de las rencillas internas de la facultad, el historiador sistematiza lo que se adivina es un tesoro de correos electrónicos, entrevistas y apuntes de entonces, que se leen como esos registros de épocas de catástrofe con que se topa uno cuando se investigan pestes, guerras y estallidos.
- La Escuela Tomada es un ajuste de cuentas con un proceso que se desató delante de todos y que tuvo la primera versión de esa nueva forma de hacer política que terminó imponiéndose: hacer algo y negar que lo estabas haciendo y construir relatos emocionales sobre posverdades.
- Jocelyn-Holt denuncia dobles discursos, carambolas y mentiras, y se asombra que se instalen hechos falsos sobre los que se crean urgencias, demandas. Al concentrarse en un pueblo chico como la Facultad de Derecho, la lectura permite ampliar los hechos al Infierno Grande del resto del país.
- Porque tiene razón Jocelyn-Holt: la toma de Pio Nono no es solo el debut de personas como Gabriel Boric o Fernando Atria, sino de una nueva manera de hacer política que se instaló mientras retornaba la violencia a las calles, y aunque fuera en otros barrios, y bajo otras banderas, sí se encontró la violencia con una mirada para el lado, un apoyo, una polera o un paper.
- Al final, el libro es la historia de la destrucción de una comunidad cuando se cambian las reglas del juego, y por eso es que Jocelyn-Holt se matricula con un relato comentado, a la manera de Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer. Es la única forma de contar cómo las habituales rencillas de Derecho cambiaron de intensidad y manera y se esparcieron por la elite del país.
- La historia de la toma es la habitual crónica de una traición –que eso es siempre una toma universitaria, un golpe a la maleta a la que después se le ponen justificaciones y ropajes más finos– y de lo que se construyó en los medios y en la política.
“Por las buenas o por las malas”. Los apuntes que aporta Jocelyn-Holt deslumbran, sobre todo cuando uno se topa con cosas olvidadas, como esa frase de Fernando Atria que en julio del 2013, y siendo miembro del equipo de Bachelet por una Nueva Constitución advertía que “el problema constitucional tendrá que resolverse por las buenas o por las malas”.
- El libro, advierte Jocelyn-Holt, no se trata solamente de lo ocurrido en Derecho. Tiene una inquietante reflexión sobre el estado y el futuro de las universidades en Chile y en el mundo. Pero eso ya da para otra columna.
- Hay un hito que recoge el libro, y del que el mismo Jocelyn-Holt ha escrito en otras partes: el que la “Revolución Pingüina” del 2006 incluyera la quema de libros que hicieron encapuchados en el campus Juan Gómez Millas en noviembre de ese año, un episodio borrado de la memoria y hasta ninguneado (las autoridades dijeron que eran sacados de un depósito, no de la biblioteca; hubo diferencias en las cifras) pero que sigue siendo parte de la primera estación del cambio en las reglas del juego, aunque en ese tiempo la prensa incluyera en sus crónicas al sujeto autor de las llamas (“enmascarados encendieron fogatas en la calle Ignacio Carrera Pinto. Al fuego caían los libros sacados desde la Facultad de Filosofía y Humanidades”) y no esquivara el problema del autor con un inútil “se quemó”, como ocurre desde hace dos años.
- Otra señal temprana, y que esta vez se concentra en Derecho: las pifias y gritos contra Ricardo Lagos durante la inauguración del Edificio de los Presidentes en la facultad, y la carta con que Boric se explaya en El Mercurio justificando la funa (que llama “espontánea reacción de los alumnos”): “La democracia debe ser una construcción cotidiana de todos los sujetos miembros de una comunidad, y actualmente , un gran porcentaje de los jóvenes de este país, no nos sentimos parte del proceso chileno”.
Perfil de Atria. El libro tiene además un temprano perfil de Fernando Atria, hoy convencional, a través de la crítica a la influencia de Carl Schmitt en él. Recuerda Jocelyn-Holt:
- “En agosto de 2007, con ocasión del Tercer Congreso Estudiantil de Derecho y Teoría Constitucional sobre ‘poder constituyente’ (un concepto extrajurídico que, de aceptarse, hace recaer el inicio de cualquier ordenamiento en la mera fuerza volviendo todo lo que se dice en ‘legítimo’) me subo al baile, y desafío duramente a Atria por sus alambicados raciocinios. Como era de esperar, Atria, aunque hallándose en la primera fila del público, no se hace cargo de las críticas”.
- “El fuerte encontrón que tuvimos a la salida del Teatro Teletón esa noche fría, lluviosa, me parece un primer atisbo de lo que vendría después”. Ese encontrón está contado líneas más adelante, en un correo electrónico a su entonces ayudante, el también hoy convencional Renato Garín: “Ahora bien, ¿cómo discutir contra Atria? Yo podría caer en las beaterías academicistas, no ser ofensivo, ni ad hominem, a lo más hablar mal del personaje a sus espaldas. Es decir, podría ser como Atria. No me lo parece. De ahí que lo enfrente cara a cara, le anticipe que voy a ser frontal, y luego a la salida voy donde él y le pregunto por qué no me contestó”.
- “Ante eso me responde que yo no di ningún argumento. Cuestión que sí di. Le dije en su cara que era un sofista. Si a mí me dicen algo semejante le respondo, le aclaro, o lo tiro a partir. Pues, Atria es distinto. No contesta, se hace la víctima. No me preocupa esto último. Pero sí creo que retrata al personaje”.
La conjura. Esas definiciones son las que están en el libro, porque aunque buena parte del texto sea la historia de la conjura para tumbar al decano Roberto Nahum a través de las acusaciones de mala gestión, corrupción y plagio de un libro y los discursos que se armaron alrededor de las acusaciones (aunque más tarde éstas fueran descartadas) hay mucho que resuena hoy y lo seguirá haciendo en los meses que vienen, sobre todo con la prosa filosa de Jocelyn-Holt contando cómo era ese mundo en que todavía podía alinearse la nueva izquierda con otros actores (hasta empresariales, según el historiador) para cumplir sus agendas.
- Que el libro se presta a proyecciones nacionales lo prueba el párrafo en que Jocelyn-Holt evalúa cómo es que “una facultad académica supuestamente grave y circunspecta” consideró verosímiles las acusaciones contra Nahum, un decano que era reconocido por ser una máquina electoral y, precisamente, haber ganado unas elecciones que provocaron la dura reacción de sus opositores.
- Unas de las causas, dice el libro, “el ambiente rasca, en perpetua espiral delirante, que posibilitó que dichas recriminaciones concordaran con la tontera crónica” y “la extraordinaria habilidad de quienes montaron el show o se aprovecharon de él, alcanzando sus más pérfidos propósitos”.
- Páginas más allá, el historiador describe el efecto: “De repente, Nahum se había transfigurado en Pinochet, la Escuela en la de Rósense, y medio mundo, alumnos y profesores (salvo los conspiradores), en cómplices de una horrenda autocracia sátrapa”.
El debut de Boric. Jocelyn-Holt identificó la proyección política que Gabriel Boric tendría sobre su generación y el choque con las precedentes. Lo describe a partir del relato que el decano le hace de la visita de la directiva del centro de alumnos a su casa, microdelegación encabezada por Boric (“venían seguramente con un ultimátum bajo el poncho”), que se enfrentó a la ladina tranquilidad del decano, que los recibió con torta y café.
- Explica Jocelyn-Holt el encuentro de esos mundos desde la mirada de Nahum: “Éste era su territorio, el otro también suyo (la Escuela) ya se lo habían usurpado. Él negocia, él no es de los que se deja notificar y punto. La lección, de nuevo, era antropológica, y de las más contundentes, aunque, por lo visto, fuera de todo alcance para estos jóvenes, cero sensibles a dimensiones sutiles, culturales, de este tipo”.
- “Faltos de mundo, de historia, de roce cosmopolita y protocolar, son lo que hay no más, qué le vamos a hacer. Son nuestros típicos estudiantes, probablemente nuestros eventuales políticos típicos quienes, típicamente, dirigirán algún día los destinos del país, tan típicamente como siempre, de acuerdo a sus típicas limitaciones. Pero ¿no se supone que eran inteligentes, y en lo que me toca, alguna vez ayudantes míos y de la Sofía (su esposa, también historiadora)? Digamos que si alguna vez tuve una mejor idea de ellos, la toma terminó para siempre con esa ingenuidad un tanto tonta de mi parte”, escribe.
- A Boric lo describe como poseedor de un killer instinct, algo que escribe precisamente luego de contar la reunión que el entonces presidente del centro de alumnos de Derecho sostuviera con el ex presidente de la Suprema Mario Garrido Montt, mandatado por rectoría para definir si la denuncia de plagio contra Nahum era cierta o no, cita en que Boric cambió el foco hacia lo político.
- “Desechado lo penal –escribe Jocelyn-Holt–, a Nahum sólo cabía lincharlo públicamente o aplicar presiones políticos. Ni lo ético ni lo académico lo iban a sacar de su legítimo puesto. De ahí que, agotado el recurso ‘judicial’, se seguiría insistiendo en el cuento del plagio por la prensa, acudiendo incluso a ‘filósofos’ y a ‘artistas’ de la universidad, quienes, mediante opúsculos y ‘acciones de arte’, subrayaron lo ‘escandaloso’, lo impresentable, lo poco ‘decorativo’, poco ‘elegante’, de la situación, perjudicando sobremanera a Nahum”.
- Esa “forma nueva” de hacer política es la que describe el libro, que incluye duros comentarios a los extraños videos con que los dirigentes de la toma empezaron a entregar sus comunicados, y que al autor le recuerdan los de los generales golpistas de 1973: “recordaba demasiado la estética golpe 73, los bandos militares y sus elucubraciones seudojurídicas, también su doublespeak. Recordemos que en su momento los tres comandantes en jefe uniformados (más Mendoza vestido de verde), cortados de una misma pieza, a cartón piedra, también se vieron a sí mismos como ‘necesarios’, obligados por las circunstancias y contingencia”.
- En el mismo saco cae el quórum con que se trabajó la toma (“Es que, profesor, es una mayoría pero que no es mayoría, es una nueva forma de representatividad, somos los que somos, los más comprometidos”, le explica una alumna al autor) y un intento de determinar en qué creía realmente Boric en ese periodo entre el 2009 y el 2011.
- Arremete, dice Jocelyn-Holt, “contra todo lo que se le ponga en el camino. Cree y no cree: ‘no creo en las estructuras centrales, no creo en los partidos, no creo en la democracia representativa (…) hay que erradicar de la política a quienes hacen del engaño un arte, tenemos que disputarles el espacio que hoy ocupan’. Ese es el punto medular. Hay que reemplazar a los que engañan. También ellos (las nuevas generaciones de relevo) exigen su hueco, su espacio, sus quince minutos para fascinar, seducir, despistar y engañar”.