Abril 10, 2022

Las preocupantes señales del primer mes del Gobierno. Por Sergio Muñoz Riveros

Ex-Ante

No hay cómo desconocer que la tarea de gobernar le cayó encima a un joven político que estaba en proceso de formación y la agrupación de fuerzas que lo acompaña no es un apoyo sólido ni coherente. Pese a todo, no debe descartarse que el instinto de supervivencia juegue su papel, y lleve a Boric a usar todas las herramientas que tiene para salvar su gobierno del declive y el fracaso.


La acumulación de errores del gobierno de Boric no es solo el efecto de la inexperiencia o la impericia, previsibles en quienes carecen de antecedentes sobre la gestión de los asuntos públicos, sino, principalmente, la consecuencia de que el mandatario y sus colaboradores cercanos tienen una visión sesgada de la realidad y de su propia capacidad de incidir en ella. Es decir, los anteojos ideológicos y la sensación de autosuficiencia han condicionado en gran medida sus criterios acerca de cómo gobernar y en qué dirección.

Esa percepción distorsionada explica la mayoría de los desatinos de Izkia Siches desde que asumió como ministra del Interior: desde el intento de demostrar, con el frustrado viaje a Temucuicui, que ella cambiaría la forma de enfrentar los problemas de la Araucanía, pasando por la acusación de racismo y clasismo al Poder Judicial, hasta el bochornoso episodio de lanzar, en pleno Congreso, una grave acusación contra el gobierno anterior sobre un vuelo de inmigrantes ilegales que nunca ocurrió.

Lo sucedido era más que suficiente para que Siches dejara el cargo, pero Boric no tuvo más remedio que mantenerla, quizás a la espera de una oportunidad para desplazarla de un modo menos traumático. El problema es que los múltiples frentes que debe cubrir el ministerio del Interior (delincuencia, migraciones, terrorismo en el sur, etc.), no admiten espera, y Siches ya perdió credibilidad.

Desde la recuperación de la democracia, no habíamos conocido un desgaste tan rápido del apoyo a un gobierno recién instalado. Y tal tendencia podría acentuarse, puesto que las circunstancias políticas y económicas, más el foco de inestabilidad de la Convención, crean un cuadro muy complejo, que plantearía un difícil reto incluso a un líder experimentado. Y Boric está lejos de serlo.

No hay cómo desconocer que la tarea de gobernar le cayó encima a un joven político que estaba en proceso de formación, al que le faltaba recorrer muchos kilómetros antes de plantearse la aspiración de conducir el Estado. Por si fuera poco, la agrupación de fuerzas que lo acompaña no es un apoyo sólido ni coherente, o que destaque por el sentido de Estado. La presión del feminismo de combate, por ejemplo, puede generar muchos enredos y malas decisiones. Y qué decir la obstinada reiteración de un diagnostico falso sobre la Araucanía (“un conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche”).

Pese a todo, no debe descartarse que el instinto de supervivencia juegue su papel, y lleve a Boric a usar todas las herramientas que tiene para salvar su gobierno del declive y el fracaso. Demostró realismo al depositar su confianza en Mario Marcel como ministro de Hacienda, lo que representó una apuesta por los equilibrios macroeconómicos, y particularmente, por contener la inflación.

Ha respaldado explícitamente los esfuerzos de Marcel por frustrar el quinto retiro de los fondos previsionales que, de materializarse, echaría por tierra cualquier plan antiinflacionario y golpearía duramente el mercado de capitales. Boric parece tener conciencia de que un descalabro económico acarrearía una situación de descontento social que pondría en apuros y, quizás, hasta haría tambalear su gobierno.

No sabemos a quiénes está escuchando el mandatario en este momento, pero no tendrá otro momento para optar resueltamente por el realismo, incluso por el pragmatismo, si no quiere ser arrastrado por la dinámica autodestructiva de la Convención. Ha sido imprudente al mostrar una actitud incondicional hacia lo que de allí salga. No obstante, las encuestas que muestran el avance del Rechazo lo han obligado a asumir una postura de mayor cautela. En realidad, solo le sirve tomar distancia.

En Buenos Aires, declaró que la Convención concluye su labor dentro de un par de meses, pero que él fue elegido para gobernar 4 años, lo que puede interpretarse como compromiso con la continuidad institucional, en vez de hacer depender su mandato de lo que resuelva la Convención, como había dado a entender antes.

Necesita hacer lo posible para que, en caso de que gane el Rechazo en el plebiscito de septiembre, ello no sea interpretado como una condena de su gobierno. Tarea difícil, por supuesto, debido a las señales dadas por él mismo hasta ahora, y porque, mal que mal, el FA, el PC y los socialistas actúan en la Convención del modo ya visto, embriagados también por la refundación. Y algo más: si el gobierno se compromete en la campaña por el Apruebo, sin respetar las normas legales y, sobre todo, sin considerar los controles sobre el uso de las platas públicas, correrá un inmenso riesgo.

Si Boric se inclina, con el fin de no naufragar, por una línea que pudiera llamarse socialdemócrata, no podrá dejar de pagar costos. Tendrá que ajustar equipos y planes, a la vez que dejar de usar la retórica de agitación revolucionaria que lo caracterizó como diputado, y antes como dirigente estudiantil. Deberá sostener firmemente el Estado de Derecho, y no dudar en adoptar medidas de resguardo de la población que impliquen el uso de la fuerza legítima del Estado democrático, ya sea en la Araucanía o en cualquier otro lugar.

Nadie, por supuesto, le puede garantizar buenos resultados si hace tal opción, pero no tendrá otras alternativas si quiere sobrevivir. Y puede ocurrir que su coalición de gobierno no resista un viraje tan pronunciado. ¿Existe la posibilidad de que el PC se retire del gobierno si las cosas se ponen difíciles y el mandatario explora un camino de moderación? Claro que existe tal posibilidad, sobre todo si la conducción del PC pasa a las manos de Daniel Jadue, que parece verse a sí mismo en el futuro a la cabeza de una corriente de izquierda rupturista.

De aquí al plebiscito, se decantarán forzosamente las opciones del gobierno y las de la oposición. Será muy difícil evitar un cuadro de polarización, no tanto en torno al tradicional eje izquierda/derecha, sino más bien en torno al eje estabilidad democrática/desorden refundacional.

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