Lo advierte al inicio: “Con ‘El viejo Puerto’ pongo fin a mis ‘ejercicios de memoria’. Junto a ‘El viaje rojo’ (2014) y ‘El segundo piso (2016) terminaron siendo una trilogía que se refiere a las experiencias vividas en tres etapas de mi vida”.
Valparaíso, dice Ottone, es su ciudad. “Nunca en los largos años que he estado lejos de Valparaíso he dudado de que ella es mi ciudad, aunque esté malherida y hasta zaparrastrosa”.
Esa idea es la que persigue al lector. Aunque el libro atraviesa todos los lugares habituales sobre Valparaíso –citas al gitano Rodríguez, la noche, los cafés–, o entregué nuevas historias, como los amigos patibularios de Agustín Squella en los eventos deportivos, las imágenes que Ottone recuerda chocan con la decadencia de la ciudad.
Si en la memoria del concertacionista están el Valparaíso que se recompone de los años de la dictadura y que termina siendo nombrado Patrimonio de la Humanidad el 2003, el lector recuerda obligadamente las imágenes de calles que parecen bombardeadas y dejadas a su suerte.
Es una de las lecturas del libro: cómo convertir una ciudad –el Puerto Principal- en un territorio.
VIDA
Ottone vuelve sobre su vida. Su paso por las juventudes comunistas y por la Organización Mundial de las Juventudes Democráticas y luego su alejamiento del PC. El viejo Puerto le da ocasión de completar las reflexiones que ha venido haciendo sobre la nueva izquierda nacional.
Dice: “No sé exactamente cómo definir el pensamiento de lo que existe hoy en la izquierda radical, creo que es sobre todo una gran confusión con rasgos de populismo y teóricamente pobretona. Aquellos que continúan definiéndose como marxistas-leninistas deberían hacerse cargo del contenido de esa definición, que excluye la vida democrática como valor permanente. Hacerse los bobos es una mezcla de engaño, ignorancia o frivolidad”.
DESTRUCCIÓN
Ottone describe los esfuerzos realizados durante el gobierno de Lagos para impulsar la reconstrucción de Valparaíso: una serie de inversiones en infraestructura e intentos de descentralizar en parte el Estado, como ocurrió con el hoy ministerio de las Culturas.
Pero siempre choca el relato con la realidad, con la cara del puerto que emerge del Estallido y de la pandemia.
Escribe, después de recorrerla a fines del año pasado: “La ciudad está mal, algunas casas y negocios incendiados e irreconstruibles; rayada, rota. Aquí y allá se notan los esfuerzos de los vecinos para mejorar, a costa de pintura y colocación de vidrios. La calle Condell es un desastre, aprieta el corazón. Grandes y pequeñas tiendas lucen heridas casi de muerte. Si bien nuestro cerro Playa Ancha está en bastante buen estado, salvo el pavimento, las subidas a otros cerros, como la de calle Ecuador, están en malas condiciones”.
Lo que ve, advierte Ottone, no tiene explicación, ni siquiera contenido de clase porque las tiendas son modestas, de lo que hoy se llaman emprendedores. Tampoco tienen contenido democrático, ni obedecen a una razón política.
La pregunta que se se hace, entonces, podría haber titulado el libro:
“¿Por qué destruir tu ciudad? ¿En nombre de qué?”.
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