Las elecciones del próximo domingo 7 de mayo han venido cobrando una importancia y unas expectativas que exceden el marco de su convocatoria, esto es, elegir los 50 miembros del Consejo Constituyente que deberán proponer al país un nuevo texto constitucional.
Esto último no es poco y su importancia debiera ser suficiente motivación para concurrir a las urnas: el objetivo de construir democráticamente una constitución aprobada por el pueblo y redactada por sus representantes es suficientemente relevante y algo inédito en nuestra historia.
Sin embargo, no es sólo esto lo que está en juego este próximo domingo.
Tras el resultado del plebiscito del 4 de septiembre, es probable que el mundo de algo más del 60% de electores que rechazó la propuesta constitucional de la Convención siga expresándose en contraposición al gobierno y sus coaliciones, a pesar de que parte de ese porcentaje respondió a los llamados de la centroizquierda por el rechazo. Pero, la ausencia de candidatas y candidatos de ese mundo entregó a la derecha la representación completa del rechazo. En otras palabras, la opción de Amarillos y Demócratas de no presentar candidaturas dejó un vacío que algunos, muy pocos, como el PPD, intentan cubrir desde la izquierda y Evópoli desde la derecha, aunque con evidentes dificultades. La desaparición electoral de esta centroizquierda tiene un costo para el progresismo en general que aún es difícil de evaluar.
Con esa expectativa de un triunfo avasallador, la derecha se encamina más hacia una confrontación interna que a dar cuenta de sus adversarios. En efecto, Republicanos y Chile Vamos se juegan este domingo el liderazgo del sector para los próximos eventos electorales, que incluyen elecciones de municipios y gobiernos regionales y presidenciales y parlamentarias. Republicanos, dado su previsible éxito o al menos crecimiento, enfrenta por su parte la necesidad de una definición que impactará sobre su futuro y el del país: contribuir al consenso para un nuevo texto constitucional o bloquear su posibilidad.
Por su parte, el PDG busca consolidar una posición que le permita levantar su propia candidatura presidencial para lo cual dispone de tres candidatos populistas ansiosos por probar suerte.
Las fuerzas oficialistas esperan en el mejor de los casos retener un porcentaje digno del electorado, cosa que está por verse, pero no va a ser intrascendente la sumatoria de los votos de Apruebo Dignidad con respecto a los del socialismo democrático, que concurre dividido a esta cita. Es probable que el error del PS de no formar una lista del socialismo democrático y apostar por Apruebo Dignidad, le vaya a significar brutales costos electorales: corre en corral ajeno deslavando su posición histórica. No sólo se elegirán muchos menos consejeros, sino que se debilitará gratuitamente la posición del SD en el gobierno.
Es un hecho que el presidente Boric ha venido apostando al socialismo democrático -evidentemente que con gestos a sus filas- para dar conducción y proyección a su gobierno. La posibilidad de sostener esta opción si bien no depende de los resultados de estas elecciones, podría verse afectada. Existe una expectativa respecto de la votación del Frente Amplio, el que debiera ser el que pague los costos principales dada la desmesura de sus promesas y la flagrante contradicción de estas con la gestión de su gobierno. Por su parte, el PC probablemente será el que mejor capitalice estas elecciones dentro de la izquierda.
No se puede echar al saco roto los llamados a la abstención y eventualmente al rechazo del texto que emane de este proceso. En esto se encontrarán los populistas de derecha e izquierda, que aprovecharán este proceso para denostar a la “clase política”, discurso que forma parte de su identidad.
Muchas señales saldrán de estas elecciones con participación obligatoria. La más importante de todas es si con los consejeros que se elegirán vamos a un texto constitucional que esta vez sí sea la casa común, o simplemente a intentar nuevamente dar vuelta la tortilla, esta vez para el otro lado.
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