En un momento de creciente inquietud por las consecuencias de los acuerdos de la Convención Constitucional, ha entrado en escena una corriente ciudadana que alerta sobre los riesgos que esos acuerdos representan para el futuro del país y expresa su desacuerdo en voz alta. Se trata de Amarillos por Chile, una iniciativa encabezada por el profesor y escritor Cristián Warnken, que llama a impulsar “cambios graduales y responsables”.
En pocos días provocó una ola de adhesiones que sorprendió a los primeros convocantes, la mayoría ligados a la antigua centroizquierda, entre ellos varios exministros de los gobiernos de la Concertación. Numerosas personas de otras filiaciones y sensibilidades se han sumado a esta iniciativa que se ha ido decantando sobre la marcha como un referente de los valores democráticos y contrapeso de la compulsión refundacional.
Amarillos por Chile se opone a la “deconstrucción” del país, o sea, al desmantelamiento de lo construido por varias generaciones y, en primer lugar, al intento de desmembrar el Estado unitario en múltiples entidades autónomas, en una especie de federalismo impuesto a machetazos.
Durante varios meses, se escuchó decir dentro y fuera de la Convención que no había motivos para preocuparse por las propuestas desorbitadas, como la idea de disolver los poderes del Estado y crear una asamblea revolucionaria, que hasta aludía al ejemplo de los soviets en Rusia. Esas propuestas no pasarán en el plenario, decían quienes daban por hecho que iban a prevalecer el equilibrio y la sensatez. Pues bien, las votaciones producidas en el plenario lo han desmentido completamente.
Ya no hay dudas acerca de hacia dónde se encaminan los colectivos de izquierda radical que controlan la Convención: hacia la demolición metódica del Estado unitario, de las instituciones de la democracia representativa y de los cimientos del progreso económico y social conseguido por el país. En lugar de ello, emerge la obsesión de crear otra cosa, de diseño rudimentario, suma de todos los voluntarismos.
Si llegara a imponerse tal visión, Chile sería empujado a la ingobernabilidad y el caos.
Como es sabido, el color amarillo está asociado con la luz, el oro, la felicidad y la energía. Vincent van Gogh decía que el amarillo era “el color capaz de cautivar a Dios”. En este caso, ha sido la respuesta orgullosa al calificativo de “amarillo”, usado por los autoritarios de izquierda para estigmatizar a quienes no son suficientemente sectarios. Tal calificativo ha sido la expresión del oscurantismo de todos los tiempos, y reapareció en nuestro país con motivo de la exaltación octubrista, de aquella “buena violencia” que, supuestamente, anunciaba un radiante porvenir.
Fue una desgracia que muchas personas aceptaran y justificaran esa violencia como vía de redención social, lo cual fue capitalizado por los representantes de la corriente que hoy domina la Convención. Y aquí estamos ahora, enfrentados a una encrucijada en la que se juega nuestra convivencia en libertad.
La irrupción de Amarillos por Chile ha revelado que la sociedad civil está viva y desea manifestar sus preocupaciones y anhelos. Ello representa, sin duda, el retroceso del miedo y el renacimiento de la esperanza. Tenemos que impedir que nuestro país se extravíe definitivamente, para lo cual es necesario que se levanten muchas voces, decenas de iniciativas ciudadanas, múltiples expresiones de compromiso con la paz, la libertad y el derecho. Es la condición para despejar la incertidumbre.
El futuro no está escrito, tampoco el rumbo del país en los próximos tiempos. Todo dependerá de lo que hagamos o dejemos de hacer. En tal contexto, no nos sirven el fatalismo ni la desesperanza. Somos corresponsables de lo que venga. ¿Qué es lo primero? Defender la unidad de la nación y los fundamentos de la República bicentenaria, sostener los valores democráticos a pie firme, reforzar y perfeccionar el Estado de Derecho.
Necesitamos avanzar hacia un gran acuerdo nacional, que renueve el pacto constitucional y ponga bases más firmes a la estabilidad y la gobernabilidad. Es indispensable que el Congreso que asume el 11 de marzo contribuya a materializar esa perspectiva. Chile tiene fuerzas para superar los retos de hoy y de mañana.
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