Una calurosa mañana de enero de 2019, la Universidad Adolfo Ibáñez fue el fortuito epicentro de una cumbre del llamado Nuevo Ateísmo. Invitada por “La Otra Mirada”, iniciativa ligada al empresario Nicolás Ibáñez, la estrella era la escritora y activista somalí Ayaan Hirsi Ali, una de las voces más críticas del Islam.
Sorpresivamente, apareció Richard Dawkins, el famoso biólogo, promotor de la ciencia, evangelizador darwinista, y muy probablemente el ateo contemporáneo más reconocible del planeta. Dawkins se encontraba en Chile participando del Congreso Futuro, pero al enterarse de la presencia de Ali en Santiago, quiso plegarse a su agenda de actividades.
Recuerdo que Dawkins estaba maravillado por la recepción que había tenido Ali la noche anterior frente a un auditorio repleto en el centro de eventos Casa Piedra en Vitacura. ¡Qué reconfortante que los chilenos fueran tan críticos de la superstición religiosa, tan abiertos de mente, tan progresistas! En la única oportunidad que tuve para conversar con el “Papa del ateísmo”, le comenté que la mayoría de esa audiencia estaba compuesta por empresarios, católicos, conservadores, y probablemente simpatizantes de la dictadura de Pinochet. Dawkins estaba un poco desconcertado: ¿cómo se explicaba esta contradicción?
Hagamos un poco de memoria. El Nuevo Ateísmo es el nombre que recibe el movimiento intelectual surgido en la década del 2000, que redobla el cuestionamiento a la religión a partir de dos ejes. Por un lado, motivado por los ataques terroristas perpetrados por el fundamentalismo islámico, denuncia la creencia religiosa como la raíz de la violencia, la intolerancia y la maldad.
Por el otro, preocupado frente a la reaparición del creacionismo bajo el ropaje moderno del “Diseño Inteligente”, insiste en la importancia de revalorizar la ciencia como fuente indisputada de conocimiento y navegador insuperable de la realidad.
Christopher Hitchens, Daniel Dennett, Sam Harris, y el propio Dawkins, fueron bautizados como los cuatro jinetes del Nuevo Ateísmo. Ayaan Hirsi Ali pasó a convertirse en algo así como el quinto Beatle. Varios otros fueron luego enlistados en la misma corriente, desde el filósofo francés Michel Onfray hasta el psicólogo cognitivo Steven Pinker. La mayoría escribió sendos best-sellers invitando a los ateos a combatir frontalmente el pensamiento religioso y salir del clóset (disclosure: yo fui uno de ellos).
La recepción por parte del mundo académico e intelectual fue feroz. Desde Terry Eagleton a Karen Armstrong, desde John Gray a Mary Midgley, el Nuevo Ateísmo fue acusado de radical analfabetismo teológico. La religión no es un conjunto de proposiciones fácticas, dijeron, sino un depósito inacabable de sentido personal y práctica comunitaria.
La religión no compite con la ciencia, agregaron, y cuando trata de hacerlo -como pretenden los creacionistas- no es verdadera religión. Este es un debate abierto -la mayoría de los monoteísmos sí hacen aseveraciones fácticas-, pero no fue la deriva de la historia.
Con Obama en lugar de Bush en el poder y el repliegue del fundamentalismo religioso, tanto evangélico como musulmán, el Nuevo Ateísmo se enzarzó en una discusión con la izquierda. Hay que tener en cuenta que Hitchens había sido Trotskista en su juventud, Dawkins es un Lib-Dem británico, Harris vota por los demócratas en Estados Unidos. Todos ellos se consideraban progresistas. Pero no aguantaron el giro posmoderno y multicultural de la “nueva” izquierda.
El posmodernismo -especialmente epistemológico- es enemigo de la ciencia en la medida que niega la posibilidad de un conocimiento objetivo y universal. El multiculturalismo, por su parte, ampara costumbres cavernarias y silencia la crítica en nombre de la corrección política.
Así fue como el Nuevo Ateísmo rompió con la izquierda y se fue acercando a grupos radicales de derecha, que se encontraron en el camino con un inesperado aliado. El giro se completó cuando el propio Nuevo Ateísmo fue acusado de blanco y heteropatriarcal.
Esa fue la gota identitaria que colmó la paciencia racionalista ilustrada. Desde entonces, para los medios y plataformas de derecha -como “La Otra Mirada” en Chile-, resulta especialmente atractivo amplificar las voces del Nuevo Ateísmo en su cruzada contra el discurso woke. Sobre Ayaan Hirsi Ali, por ejemplo, Axel Káiser escribió que se trataba de una “verdadera feminista”, a diferencia de las otras que serían de cartón cuando se trata de defender los valores occidentales frente al barbarismo.
No hay entonces tal contradicción, para tranquilidad de Dawkins: en la medida que el enemigo común es la insoportable izquierda gritona que relativiza la realidad cromosómica en aras de la subjetividad identitaria, el Nuevo Ateísmo y la derecha “sin complejos” están en el mismo bando. La pregunta es qué ocurre ahora, cuando un negacionista de la ciencia como Donald Trump retoma el poder en el país más influyente del mundo en las guerras culturales.
Trump no habla de Dios tanto como Bush, pero cree que el cambio climático es un tongo y pone a un anti-vacunas a cargo de la salud pública. Es decir, contradice toda la racionalidad científica e ilustrada que el Nuevo Ateísmo venía a reivindicar. Ahora que su discurso quedó tachado de facho, ¿tendrán la capacidad de reinventarse en nombre de sus propios principios?
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