Hasta el momento nadie del gobierno ha renunciado. Ninguna sola persona con un cargo relativamente importante de la administración de Boric ha determinado que por su rol en la masacre del domingo debería dar un paso al costado. Ningún dirigente de primera línea ha decidido que debería dejar de tomar decisiones por lo ocurrido. Los que estaban en el poder antes de la elección siguen en el poder. Los responsables del fracaso electoral más notorio en la historia del país siguen en sus cargos como si nada hubiese ocurrido.
Para no renunciar a sus regalías, y seguir cómodos en sus posiciones de poder, han tenido que desplazar el peso de la responsabilidad a otros. Entendiendo que sería inaceptable presentarse como líderes de la derrota y seguir en sus cargos, han tenido que presentar explicaciones ingeniosas para justificar su derrota. En esas explicaciones, todos, cualquiera, salvo ellos mismos son responsables de que la izquierda de Boric haya perdido y que la derecha de Kast haya ganado.
No es sorpresa. La reacción está inscrita en el ADN de la coalición que gobierna. Basta recordar que la respuesta del Presidente a los adversos resultados del plebiscito de salida de 2022 fue similar: “no se puede ir más rápido que el pueblo”. Así, Boric derechamente sugirió que la derrota había sido culpa de las personas y no de los políticos. En su versión fueron las personas las que no habían entendido la propuesta de los constituyentes y no los constituyentes los que no habían entendido la demanda de las personas.
No haber hecho el difícil, pero necesario mea culpa en ese momento condujo al gobierno a la situación en que está ahora. Por no haber aprendido de los errores, enmendado el rumbo, y haber seguido adelante con el aprendizaje a cuestas, la izquierda de Boric está donde está hoy. El gobierno perdió la elección del 7M por las mismas razones que perdió el plebiscito del 4S: por haber propuesto ideas políticas anacrónicas e incongruentes y por haber ignorado a las personas y sus prioridades.
Se dijo antes del 4S que ganaría el Rechazo porque la propuesta era extrema. Desde la Convención se descartó por venir de un “coro catastrófico”. Se dijo antes del 4S que ganaría el Rechazo porque la propuesta era revanchista. Desde la izquierda se respondió que era justo. Se dijo antes del 4S que ganaría el Rechazo porque el gobierno estaba convirtiendo la elección en un plebiscito sobre la gestión del Presidente. Desde los partidos oficialistas se ignoraron todas las advertencias y se pidió avanzar como si no hubiese nada en juego.
Asimismo, se dijo antes del 7M que ganaría la derecha porque las personas ponderarían más el contexto actual que el contexto futuro. Desde el oficialismo se ridiculizó la idea. Se dijo antes del 7M que el Partido Republicano estaba avanzando fuertemente por su posición frente a temas en que el gobierno había sido notoriamente negligente, como la seguridad, la inmigración y la economía. Desde La Moneda se respondió que todos los indicadores estaban mejorando y se pidió enfocar el debate en lo constitucional. Los resultados están a la vista.
Si se tuviese que explicar el fracaso, primaría la superioridad moral postiza con la que se presenta el gobierno. Sin ese sutil pero crucial antecedente sería imposible entender por qué la izquierda se ha negado tanto a aprender de las lecciones que le han ofrecido sus derrotas. También habría que considerar la dejación que ha traído la convicción ciega de que sus propuestas ideológicas son más importantes que las prioridades coyunturales de las personas comunes y corrientes.
No tenía que ser así. El gobierno, el oficialismo, y la izquierda en su definición más general, pudieron haber aprendido y enmendado a tiempo. Haber honestamente aceptado los excesos de la Convención Constitucional hubiese sido un buen primer paso. Un llamado a la amistad cívica acompañado de un desarmamiento ideológico hubiese sido una buena continuación. Y quizás, desde allí, de la nivelación de las expectativas y la reconsideración de las prioridades en el nuevo contexto, se podría haber hecho algo.
Pero la triste secuencia de errores políticos, tácticos y estratégicos pudo más y las consecuencias para el sector serán amplias y devastadoras. Hoy, la izquierda se encuentra absolutamente devota de influencia y autoridad. Liderada por el Frente Amplio y el Partido Comunista, ha perdido todo lo que pudo haber tenido. El Presidente que venía a cambiar todo, a desmantelarlo y refundarlo con dignidad, está ad-portas de firmar y promulgar una propuesta que sus compañeros de partido consideran una aberración.
Volviendo al principio, no hay renuncias porque no hay aprendizaje. El gobierno sigue avanzando sobre la misma ruta que trazó hace años. Las mismas personas que estaban antes de la paliza, siguen estando. Si hay cambios son cosméticos, son frases grandilocuentes pero que no cambian nada de lo sustancial. Seguramente los partidarios de Boric seguirán tratando a los votantes de monigotes, a la derecha de fascista y a Kast de nazi. Seguirán las ofensas, las burlas, las agresiones, y la ridiculización a toda persona e idea que no sea de su sector.
Paradojalmente, gracias a esa misma actitud, porfiada e infantil, lo único que tiene que hacer la derecha de Kast es proponer un texto un par de milímetros ideológicos más al centro para dejar su huella en la historia. No tiene que contestarle a la barra brava, ni tratar de convencer a las personas. El trabajo ya está hecho y está hecho por la izquierda, que con su intransigencia y supuesta superioridad moral ha obligado a los chilenos a entrar en un escenario donde deberán escoger entre la Constitución de Kast y la Constitución de Pinochet.
Siempre habrá movilizaciones y protestas -no sólo si gobierna la derecha-, y estará latente la posibilidad de que en algún momento converjan en algo masivo. Pero apostaría que difícilmente se darán las condiciones para excesos de violencia, por el descenso vertiginoso del apoyo social a todo lo que signifique desafiar el orden público.
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