Juicio al Gobierno. Por Cristóbal Bellolio

Ex-Ante
El Presidente Gabriel Boric durante la Cuenta Pública 2024. Foto: Agencia Uno.

Los críticos de Boric suelen levantar cuatro grandes cargos. Primero, que ha sido un gobierno inexperto que llegó improvisando. Segundo, que ha estado desconectado de las prioridades de los chilenos. Tercero, que no ha cumplido sus promesas de campaña. Y cuarto, que su discurso de superioridad moral terminó explotándole en la cara. Veamos cuánta razón hay en cada una de estas acusaciones.


En la recta final de su cuarto año y a horas de su última cuenta pública, ya es tiempo de hacer una evaluación preliminar del gobierno de Gabriel Boric. Sus críticos suelen levantar cuatro grandes cargos. Primero, que ha sido un gobierno inexperto que llegó improvisando. Segundo, que ha estado desconectado de las prioridades de los chilenos. Tercero, que no ha cumplido sus promesas de campaña. Y cuarto, que su discurso de superioridad moral terminó explotándole en la cara. Veamos cuánta razón hay en cada una de estas acusaciones.

Para empezar, hace tiempo se viene repitiendo la tesis de que Boric es un presidente accidental, prematuro, a “destiempo”, como dijo Carlos Peña. Esto es descriptivamente cierto. Le tomó apenas diez años a la generación frenteamplista pasar de la calle a La Moneda. A Frei Montalva y compañía les tomó casi treinta. A la “patrulla juvenil” de Piñera, veinte. El frenteamplismo recién estaba construyendo músculo -político, social e intelectual- cuando se encontraron con el poder. Boric estaba todavía verde.

Pero la culpa no es del chancho sino del que le da afrecho. Nosotros pusimos a Boric a cargo de los destinos de la nación. Y lo hicimos porque la oferta de las coaliciones tradicionales fue mala. La otrora poderosa Concertación llevó a Yasna Provoste tras un proceso con menos mística que partido de la selección eliminada. Chile Vamos eligió a Sebastián Sichel pero al ratito le quitó piso y terminó apoyando a una opción -José Antonio Kast- inelegible para el votante medio. Alegar que Boric es un presidente improvisado sin hacerse cargo de las alternativas que el resto del ecosistema político ofreció es, al menos, cara de nalga.

De hecho, Boric podría decir que, dada la objetiva inexperiencia de su entorno, se rodeó de algunos canosos con más años de trajín en el cuerpo. Y podría decir también que integró a sus hermanos mayores —Tohá, Uriarte, Elizalde— cuando la cosa se puso complicada, resolviendo así una vieja tensión generacional en la izquierda.

Veredicto frente al primer cargo: absuelto.

Respecto del segundo cargo, no hay que olvidar que la cohorte del presidente hizo una meteórica carrera hablando de derechos sociales y perspectiva de género, no de economía ni de orden público. Sin embargo, desde que asumió, la agenda ha girado porfiadamente en torno a estos últimos: inflación, crecimiento, inmigración, portonazos, narcofunerales, etno-terrorismo, etcétera. Es decir, a quienes elegimos por hablar de X, les exigimos que gobiernen haciendo Y. Basta con revisar su programa de campaña: pocazo sobre prosperidad material, y menos aún sobre seguridad, más allá de la idea de “refundar” Carabineros.

Al gobierno de Boric le habría encantado que la prioridad de los chilenos fuera el lenguaje inclusivo o la política de cuidados, pero no. El resultado del 4S fue un baño de realidad, y lo cierto es que el presidente acusó el golpe e hizo los ajustes necesarios. Desde entonces, aunque sea una retórica que le queda incómoda, ha tenido que enfocarse en economía y orden público. Si lo ha hecho bien o mal es otra discusión. Pero descorchan champaña cuando sube el Imacec y repiten como loros que han aprobado una cincuentena de proyectos en seguridad. No es lo que uno esperaría de un gobierno woke.

Veredicto frente al segundo cargo: absuelto.

El tercer cargo es, en cierto modo, el opuesto al anterior: la queja del izquierdismo porque el gobierno no ha sido suficientemente de izquierda. Al moderarse, Boric habría traicionado sus principios e incumplido sus promesas. Es la tesis que empuja Daniel Jadue, quien piensa que los chilenos todavía andan detrás de grandes transformaciones para enterrar al capitalismo.

Pero es una queja sin mucho sentido. Especialmente después del 4S, no se podía seguir gobernando en clave octubrista con la inmensa mayoría en una frecuencia tan distinta. Habría sido un suicidio político. Lo que nos lleva a revalorar la victoria de Boric sobre Jadue: ¿se habría comportado igual el exalcalde de Recoleta frente al fracaso constitucional? ¿Habría agachado el moño, como mandan las reglas democráticas? ¿O habría corcoveado, como acostumbran a hacerlo sus socios de la izquierda latinoamericana?

Por lo demás, algo puede mostrar este gobierno para satisfacer paladares progresistas: la reducción de la jornada laboral a 40 horas, el sueldo mínimo en medio millón, la ley Papito Corazón, el royalty minero, la reforma de pensiones, etcétera. Es un paquete modesto dadas las expectativas, pero no irrelevante. Cierto: también consolidó el sistema de AFP y, en otra ocasión, le salvó el pellejo a las isapres. Pero la realidad —bien lo saben los que gobiernan— es despótica.

Veredicto frente al tercer cargo: absuelto.

Finalmente, el entorno del presidente Boric se vendió a sí mismo como portador de una serie de virtudes éticas superiores a las de sus antecesores. Era una de sus tres credenciales de presentación. El Frente Amplio nacía para encarnar un proyecto ideológico de izquierda que cuestionaba a sus padres por haber administrado —en lugar de cambiado— el modelo de Pinochet; para representar la experiencia histórica de una nueva generación que había adquirido conciencia política en democracia; y para hacer las cosas de forma distinta, exhibiendo un talante moral casto y puro. Como alguna vez sugirió Jorge Sharp, no querían ser como las otras coaliciones, sino distintos.

Bastaba con las dos primeras. Prometer la tercera fue un error. La política tiene dinámicas inexorables que ensucian las manos. Apenas llegaron al poder, pusieron a los amigos en altas posiciones. Otros se pasaron para la punta y —fundaciones mediante— se llevaron la plata en carretilla. Y si bien el caso de las licencias truchas es transversal, da la sensación de que este gobierno ha tenido una manga más ancha para aprovecharse del sistema.

A los gobiernos hay que juzgarlos de acuerdo con lo que dicen representar. Sería injusto tirarle la cadena a este porque no crecimos al 5% o porque no expulsó medio millón de extranjeros. Ese nunca fue su rollo. Pero el de las credenciales morales sí. Escupieron demasiado al cielo y ahora les cayó un aguacero en la cara.

Veredicto frente al cuarto cargo: culpable.

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