-La discusión constitucional he enfrentado dificultades a poco más de diez días de la debacle del Apruebo. La oposición ha golpeado la mesa, desafiando al Presidente. ¿Esto refleja una pérdida importante del poder de Boric? ¿El gobierno debiera adoptar un rol secundario en el nuevo proceso constituyente?
-Se trata de un problema que debe ser mirado desde ambos lados. Por una parte, el resultado electoral del plebiscito tuvo un duro impacto en el gobierno, el que se ha devaluado políticamente, de manera vertiginosa, lo cual sólo aceleró más todavía la desaprobación ciudadana que venía experimentando desde que asumió en marzo de este año. Por lo mismo, y si apenas le da al ejecutivo para hacerse cargo de los graves problemas que enfrenta el país, no tendrá más alternativa que alejarse de esta negociación y dejarla en manos del Congreso.
Por la otra, sucedió lo que muchos anticipamos en caso de que ganara el rechazo y, más todavía, con la tremenda diferencia de votos que se verificó: las promesas previas, las intenciones y vocaciones declaradas, incluyendo el decálogo de compromisos para incorporar en una nueva Constitución, comienzan a licuarse, matizarse, cuando no a derechamente a revisarse. La historia no se repite, pero a veces rima, y la derecha no está más que volviendo a su vieja y conocida trayectoria.
-Chile Vamos se restó de la reunión del jueves, y emplazó al gobierno a salir de la mesa de trabajo. Elizalde llamó a actuar con la cabeza fría y a dialogar con la derecha ¿Hay un vacío de poder luego del triunfo del Rechazo que alguien va a ocupar?
-El poder no desaparece, sino que sólo se traslada de lugar. A la depreciación acelerada del gobierno, debemos sumar una inflación política del Congreso y muy especialmente del Senado. Sin embargo, lo anterior no necesariamente significa la validación y reconocimiento a nuevos liderazgos. Por de pronto, que el epicentro de todas las negociaciones se de en el Senado y los representantes de los partidos políticos, deja inmediatamente fuera a las expresiones ciudadanas que fueron protagonistas en la campaña electoral.
Pienso en Amarillos, por ejemplo, cuya desinstitucionalización política los excluyó de cualquier incidencia en la negociación la misma noche del domingo pasado. Pero incluso los senadores Rincón y Walker tendrán serias dificultades para mantener su visibilidad e influencia en las negociaciones, pues, finalmente, esto se decidirá entre las dos grandes fuerzas políticas de lado y lado: por el oficialismo, el Frente Amplio y el socialismo democrático; y por la oposición, Renovación Nacional y la UDI. El resto puede sumarse o también podrían prescindir de ellos.
-¿Cuál es tu evaluación del desempeño del nuevo diseño político que representa el gabinete? ¿Es una respuesta correcta al difícil momento del oficialismo?
-Hace tiempo venimos anticipando que la convivencia política será cada vez más insostenible entre las familias de la izquierda que tienen un diagnóstico tan diferente y, por lo mismo, instrumentos disímiles e incompatibles para afrontar los problemas que tiene el país. El tránsito de Boric hacia la socialdemocracia -tanto en el tono, las formas y en las acciones- se inició desde la segunda vuelta electoral. De ahí lo siguió la designación de su primer gabinete, especialmente con la nominación de Marcel en Hacienda, como también en su discurso del 1 de junio; para terminar, por ahora, en los últimos cambios ministeriales. Más allá de que esperábamos un golpe de timón más profundo, la llegada de la hija del Laguismo y la mejor embajadora del Bacheletismo, no dan lugar a dudas hacia donde está girando esta administración. Y justamente por eso, es que las quejas del PC y del FA se harán cada vez más recurrentes y amargas.
-¿Carolina Tohá y Ana Lya Uriarte representan un giro hacia la ex Concertación como eje del gobierno? ¿Se acabó el ciclo más proclive a la izquierda que se inició con el estallido social?
-No sacaría cuentas tan definitivas. Así como Tohá y Uriarte son las herederas de una familia política, también los hijos marcan fuertes diferencias con su padres. Interpretar que el resultado electoral significa paralizar los cambios o revisar su justificación, sería no sólo un gran error del gobierno, sino también una pésima lectura de la derecha y los sectores más conservadores. El miedo, la rabia y la desesperanza están intactas. Y así como tuvieron una expresión política coyuntural en el rechazo el pasado domingo, eso podría cambiar de manera radical; como de hecho ha venido oscilando políticamente en la última década.
El anhelo de cambios está más presente que nunca, como también su sentido y dirección; pero lo que debe revisarse es la profundidad y velocidad de los mismos, cuidando no destruir otros activos que son condición para lograr mayores niveles de estabilidad, prosperidad y seguridad. Marcel, Tohá y Uriarte son agentes de cambio, de uno profundo, pero más seguro y sostenible.
-¿En qué posición queda el PC tras este cambio, marcado por la fallida nominación de Cataldo, y la posterior “compensación” para posicionarlo en la Subdere? ¿Qué papel está jugando Teillier? ¿Es el convidado de piedra?
-Las diferencias del PC con la mayoría del oficialismo se vienen expresando desde la primaria y se hicieron más patentes en la segunda vuelta electoral. No creo que las múltiples declaraciones de Jadue y que las posiciones que continuamente fija Teillier, o lo que le escuchamos ahora al Senador Núñez, sean improvisaciones que están fuera de un libreto; menos todavía con la disciplina centenaria de la cual hace gala el PC. Estirarán el elástico hasta donde más puedan, pero no lo cortarán; pues la estrategia de un pie en la institucionalidad y otro en la calle es lo más funcional a su propósito y estilo.
-¿Cómo la centroizquierda que estuvo por el Apruebo puede construir un futuro político después de la derrota? ¿Es viable un reencuentro con la ex Concertación que estuvo por el Rechazo?
-Muchos hablan de una reconfiguración de la geografía política del país, especialmente si se considera a esa muralla china del plebiscito de 1988 que dividió por más de tres décadas a la derecha de la centro izquierda; todo lo cual pareció licuarse para la última elección. Tengo severas dudas.
Lo que creo, es que esto fue una división coyuntural y que será difícil extenderla a una reorganización de las alianzas y coaliciones. En efecto, si tomamos, por una parte, el giro que este gobierno hace hacia los sectores más socialdemócratas, con la mayor incidencia y valoración de los protagonistas de los últimos 30 años; y, por la otra, la regresión de la derecha, producto de la borrachera electoral, donde reaparecen sus rostros e ideas más conservadoras, creo que rápidamente las aguas volverán a su curso natural. Tanto en Chile, pero también en el mundo, lo que de verdad nuclea a los sectores progresistas es su aversión a la derecha.
-¿Qué te ha parecido la autocrítica de los convencionales? El libro de Baradit ha hecho noticia por una supuesta fiesta en un hotel en Concepción, pero no hay mucha reflexión. Stingo dijo que sus propuestas eran infinitamente mejores, pero faltó apoyo del gobierno y dinero, para contrarrestar las mentiras.
-He sido persistente en esta crítica, a riesgo de ser majadero. Hace varios meses alerté que “muchos de los que pretendían ser los nuevos padres de la patria, podrían convertirse en los rostros de la farra”. Apunté a Atria y a Bassa, como un símbolo de todos aquellos que tenían poder, influencia externa e interna, prestigio, sensibilidad política, y experiencia para haber conducido este proceso, y su resultado, de forma diferente.
Se les alertó hace meses, de múltiples formas y maneras. Y pese a que reconozco el complejo ambiente y las dificultades que enfrentaron, lo que vimos fue una temprana renuncia -en una mezcla de vanidades, frivolidad y una mal entendida empatía- que no sólo los llevó a la parálisis y a la renuncia, sino que a la dolosa complicidad, justificando y avalando los excesos que nos llevaron al descalabro. Y leer la “autocrítica” que hacen por estos días, no sólo me da rabia, sino que también me avergüenza. Sobre Baradit y Stingo, no tengo comentarios, ya que todo ha sido demasiado bizarro y ordinario.
-¿Es posible que la nueva propuesta, por efecto pendular, y como reflejo de los cambios en la posición de las fuerzas políticas, termine siendo muy parecida a la actual constitución y eso vuelva a generar una distancia?
-Sostuve desde el inicio de este proceso, que el método era el mensaje. Es decir, que las formas y maneras eran casi más importantes que el resultado. Lo que justificó ayer este proceso, y lo sigue justificado hoy, es que con urgencia requerimos recuperar una legitimidad colectiva sobre las normas básicas que rigen nuestro contrato social. Es imprescindible generar mayor compromiso, lealtad y afecto hacia nuestra reglas fundamentales de convivencia, reconociéndolas como propias, necesarias y obligatorias para todos. Eso tiene menos que ver con el contenido de las mismas, y mucho más con su forma de discusión y la manera en que se generan esos acuerdos colectivos. El anterior proceso fracasó más por la forma y estética con que se verificó, que por las razonables dudas que muchos tenían sobre su resultado material. Ese es el gran aprendizaje para lo que viene.
-Tomando en cuenta los errores de la convención pasada, ¿preferirías un mecanismo distinto? ¿Cómo crees que debería armarse el nuevo camino: con convención elegida, comité de expertos, una opción mixta o incluso una parte al azar? ¿Deben participar los expresidentes?
-Lo que más me interesa, y preocupa, es que el nuevo proceso goce de la mayor legitimidad ciudadana posible. Para ello veo imposible soslayar la decisión soberana sobre la conformación del órgano constituyente, a través de una elección mediante sufragio universal y voto obligatorio. Si hemos de tener “expertos” u otros mecanismos que aseguren una mejor discusión y posterior redacción, bienvenidas sean las propuestas. Pero suponer que el rechazo del 4 de septiembre es una suerte de “devolución” del poder al Congreso, para que este resuelva y discuta a espalda de los ciudadanos, será el inicio de un segundo gran fracaso.
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