Esta semana un grupo dispar de rebeldes abrió las puertas de la cárcel de Sednaya, al norte de Damasco. Encontraron en los subsuelos de este refinado infierno, presos que pensaban que el que acababa de caer era Háfez al-Assad, el padre del dictador actual, el oftalmólogo Bashar al-Assad. Nada supieron de la guerra civil de más de una década en la que el heredero del clan Al-Assad llegó a gasear a su propio pueblo además de ver morir a medio millón de personas.
El Partido Comunista chileno no se demoró ni un par de días en lamentar la caída de una de las dictaduras más crueles de Medio Oriente. Dictadura a la que los prisioneros comunistas sirios sobrevivieron en prisión.
La declaración oficial del PC pasó desapercibida en medio de las complicaciones de una reforma de pensiones liderada por una militante de ese mismo partido: Jeannette Jara, polémica, dura a veces, pero generalmente querida y respetada por casi todos. Una mujer rotunda, que hace gala de su origen popular, siempre muy peinada y despierta, perfectamente preparada e informada, que ha demostrado muchas veces una capacidad cierta de cruzar al otro lado del río y conversar lo inconversable.
Esa ministra, alta funcionaria de dos gobiernos de centro izquierda, o más bien de dos gobiernos que trataron de ser de izquierdas, pero terminaron en el centro, reemplazará en pocos días a otra militante del partido que lamenta la caída de Bashar al-Assad: la vocera Camila Vallejo, figura central de este gobierno de izquierda que quiere ser de centro.
Espléndidamente bien vestida, inteligente, astuta, capaz de decir una cosa y la contraria y ninguna de las dos cosas. Siempre exacta, sonriente y seria, ocupada y relajada, enojada y reconciliada, pronunciando todas las palabras que se pueden pronunciar, eligiendo a la perfección qué comentar y qué no, y cuándo y dónde comentar y dónde no. Leal al gobierno y más aún al presidente Boric que alguna vez le arrebató la presidencia de la Fech, pero aún más leal a su propio proyecto político y personal: el de dejarnos a los comentaristas el placer de verla crecer en público, adquirir habilidades comunicacionales, casarse, tener hijos, y ejercer cierta astucia política que le permiten pasar por lagos de barro fresco, sin mancharse, o casi.
Porque Camila Vallejo ha sido la única que ha logrado el milagro de hacerse desde el gobierno, y sin salirse demasiado de sus pautas, más popular de lo que entró. La única que siempre logra casi no estar en ninguno de sus naufragios —los indultos, el caso Monsalve, la Convención—, pero guarda para sí la llama extinta de esa juventud del 2011 que alguna vez lo supo casi todo. Acompañada en ese milagro de sacar algo de un gobierno confuso, justamente por su reemplazante Jeannette Jara, que tal como ella, parece saber cómo equilibrar el descontento ciudadano ante un país que está por encima de nuestros medios, sin romper del todo los puentes con los otros, los privilegiados supuestamente satisfechos que tampoco resultan estar del todo contentos.
¿Cómo puede convivir ese realismo tendiente a lo concertacionista con las defensa a Al-Assad o Maduro o Díaz-Canel o Kim Jon Un? Se puede decir que estas son decisiones de política exterior, y que Vallejo y Jara son ministras de carteras interiores, netamente chilenas. Pero en política interior, la dirección del partido ha demostrado la misma singular facultad para no ver lo que todo el mundo ve, y querer ver lo que solo ellos quieren ver. Para empezar, el empeño de Daniel Jadue en creerse víctima de un potencial lawfare, sus críticas y las de otros responsables del partido al gobierno y casi todas sus medidas. Un partido que se comporta en casi todo, menos justamente en la actuación de los ministros que militan en el partido, como si fuesen un partido de oposición.
Es cierto que la mayor parte de las declaraciones altisonantes y los apoyos a tiranos vienen de los protagonistas varones patriarcales. Y que tanto Vallejo como Jara miran, al mismo tiempo, los problemas desde distinto ángulos, no todos cartesianos. Mujeres demasiado inteligentes para no saber que lo que los separa de llegar a ser presidentes de la República o ministras del Interior, es justamente militar en el partido de los fans de Al-Assad.
Insalvable contradicción porque también saben que su preparación política, la cohesión de sus equipos, la manera de administrar las diferencias -o de imponerse por encima de esas diferencias-, se las deben al partido.
Sin esas raíces no florecerían como florecen, pero sin moverse de donde están con esas raíces, es virtualmente imposible que conquisten a los muchos chilenos que jamás votarán por nadie que milite en el Partido Comunista. Pasión que está alimentada por el discurso monocordemente anticomunista de la dictadura, pero también por la pasión monocorde de los comunistas chilenos por apoyar a cualquier dictador que no los persiga a ellos. Comprensible desconfianza, porque es difícil pedirle a nadie el voto cuando se deja tan en claro que se cree solo a veces, muy pocas veces, en las elecciones.
La promesa de una revolución sin costos, de una política sin ley y de una sociedad sin jerarquías provocó una gran resaca. El péndulo gira, pero no vuelve al mismo lugar. Lo que viene no es una mera restauración nostálgica, sino una demanda por más estabilidad y seguridad: menos épica refundacional y más responsabilidad.
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