“Impresiona que el daño no sea mayor, pero no podemos cantar victoria”. Iván Poduje, arquitecto, magister en desarrollo urbano y socio fundador de Atisba, lleva más de dos décadas estudiando los procesos de transformación de las ciudades. En esta entrevista analiza cómo los incendios forestales, que podrían convertirse en los de más hectáreas quemadas desde que se inició el registro hace 60 años, han golpeado a poblados durante la temporada 2022-2023.
En diciembre dijo que los incendios en Viña del Mar eran una bomba de tiempo por la falta de medidas de mitigación reales en los campamentos. ¿Qué puntos de encuentro y diferencia ve entre lo que ocurrió entonces allá y lo de ahora?
El punto común es la falta de planificación urbana para mitigar el riesgo de tener ciudades rodeadas de bosques, sin anillos de protección o cortafuegos. Esto ocurre en las partes altas de Valparaíso y Viña, y también en las periferias de Santa Juana o Purén, y en ciudades importantes como Chiguayante, Lota o Curanilahue, que están rodeadas por plantaciones forestales y donde afortunadamente no ha llegado el fuego todavía.
¿Qué diferencias ve desde un punto de vista urbanístico?
La diferencia por supuesto es la magnitud del desastre y la cantidad de focos que se activan afectando a 40 centros poblados, lo que hace muy difícil el control.
¿Cómo evalúa la respuesta a estos incendios respecto de los de 2017, en que Santa Olga fue borrada del mapa?
Es difícil hacer evaluaciones cuando tenemos personas fallecidas, que siempre serán una desgracia. Pero si nos atenemos a la cantidad de ciudades o centros poblados expuestos, que son casi 40, y a la población en riesgo, que alcanza las 300 mil personas, yo diría que el combate del fuego ha sido bastante ejemplar, lo que habla muy bien de la capacidad de brigadistas, bomberos y fuerzas militares, además del apoyo del sector privado. Pensemos que el 2017, sólo en un siniestro, se arrasó la localidad de Santa Olga y se perdieron casi 1.000 viviendas.
El caso de Santa Olga ha sido comparado con el de Santa Juana, aunque sólo la primera fue arrasada. ¿Cómo evalúa la respuesta en este último caso?
Ha sido mejor, ya que hubo más tiempo para reaccionar. En Santa Juana el fuego partió a 30 kilómetros del centro urbano y avanzó en una dirección, de sur a norte, y como la comuna es muy grande en superficie, se logró evitar que el fuego arrasara con la ciudad, aunque la superficie quemada sea enorme.
Creo que el caso más similar a Santa Olga es Purén, donde el fuego ingresa al área urbana. Pero como son tantas las ciudades en riesgo, hay que esperar cómo evoluciona.
¿Qué tan expuestas están las zonas urbanas, dado el trabajo de las brigadas y el despliegue aéreo?
Creo que, para la magnitud del desastre, la reacción de las brigadas ha sido muy adecuada. No olvidemos que hablamos de 250 mil hectáreas en 40 comunas de 4 regiones, incluyendo bosques de difícil acceso. Cuando ves como el fuego rodea ciudades como Mulchén, Nacimiento, Santa Juana o Quillón, impresiona que el daño no sea mayor, pero no podemos cantar victoria, ya que el fuego sigue activo en bosques próximos a las zonas urbanas.
Santiago tiene un clima similar a Los Ángeles, en EEUU, área que también sufre de incendios forestales y lidia verano a verano con sus riesgos de expansión. ¿Cómo pueden prepararse las zonas urbanas en Chile para evitarlos o enfrentarlos?
Necesitamos anillos de seguridad entre plantaciones forestales y centros urbanos. No es posible que tengas bosques que llegan casi hasta los medianeros de las casas, sin caminos de separación o cortafuegos.
¿Y eso de qué depende?
Acá hay una falla de los planes reguladores que no tienen el incendio incorporado como riesgo, lo que es insostenible. En tercer lugar, necesitamos un aparato de reacción y control mucho más robusto, que incluya equipos de las FFAA entrenados para combatir estos siniestros, con flotas de aviones y camiones.
Algunos análisis del gobierno plantean que los incendios podrían propagarse hacia el norte, ¿qué tan vulnerable es Santiago a incendios como los vistos estas semanas?
Menos que Concepción, Temuco o Valparaíso, ya que la ciudad no está rodeada por plantaciones forestales. Tenemos matorrales y bosque nativo y, en general, los incendios que surgen en estos suelos son más fáciles de contener. Además, no tenemos plantaciones sin control que ingresan a las áreas urbanas, salvo excepciones en la precordillera.
¿Qué evaluación hace de la veintena de muertos de esta temporada, cifra superior a la de 2017? ¿Qué dice esto respecto de las vulnerabilidades en zonas urbanas y rurales?
Tengo la impresión de que la mayoría de los fallecidos se localizaban en zonas rurales, más que en los centros urbanos. Estas regiones del sur tienen cientos de localidades o pequeños asentamientos metidos entre los bosques o en las afueras de las ciudades. La dispersión de la población es enorme y por ello han sido claves las alertas de evacuación enviadas por la autoridad.
Pero, por la misma razón, el número de viviendas afectadas podría elevarse respecto a los catastros oficiales, ya que la dispersión hace más difícil el catastro.
La decena de imputados a la fecha por estos hechos incluye desde personas que manejaban un esmeril hasta otros detenidos, supuestamente, con acelerantes. Las pruebas presentadas por las fiscalías varían también. ¿Cómo ve esa situación desde su especialidad?
Acá tenemos un problema serio. Hemos detectado un patrón de fuego asociado a caminos con 10 corredores viales que agrupan muchas zonas quemadas. El camino de la Madera va rodeando el incendio más grande: 70 kilómetros de fuego entre Santa Juana y Angol.
También tenemos focos que surgen en el Acceso Norte a Concepción, en la ruta costera a Tomé. Otro corredor de fuego pesca las rutas entre Cabrero, Quillón, Coelemu y Quirihue.
Además, hemos visto que los incendios se mueven hacia La Araucanía en comunas que han sido afectadas por ataques terroristas en el pasado, como Lautaro, Angol o Vilcún. Creo que esto debe ser investigado en profundidad y pronto.
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