Los shocks, la incertidumbre o las alternaciones constantes del entorno no son algo natural. Los seres vivos reaccionan frente a ello porque no pueden mantenerse constantemente en un estado de perturbación. Humberto Maturana nos enseñó que a través de la autopoiesis los seres vivos podían encontrar un nuevo equilibrio sin alternar su organización central, en la medida que co-evolucionaran con su entorno.
Podemos usar esta imagen para describir al macroorganismo que es la economía nacional. A partir de octubre de 2019 sufrió una serie de “perturbaciones del entorno” que modificaron su estructura previa: aumentó el nivel y volatilidad de su riesgo institucional y político, su mercado de capitales perdió parte significativa de su profundidad y liquidez, tuvo un fuerte shock inflacionario y vio lo que probablemente ha sido la política fiscal más procíclica de los últimos 50 años, para finalmente terminar con una respuesta monetaria que llevó la tasa de interés a su mayor nivel desde que tenemos el actual marco de política.
Al leer el Informe de Política Monetaria de junio de 2024 entregado por el Banco Central, pareciera que después de todos estos golpes, la economía -en su agregado- está acomodándose en un nuevo equilibrio, un nuevo estado de normalidad, diferente al que estábamos acostumbrado, con un par de oportunidades que vienen del exterior, y varios desafíos internos.
Si vemos los puntos centrales del Informe, lo más destacable es que tenemos “una economía del 2%” en el mediano plazo (2025-2026) a menos que se generen reformas que incentiven la inversión. Y esto con un precio del cobre en niveles promedio de US$4,3 la libra (un regalo del resto del mundo). Esto se compara con una economía global que crece al 3%. Es decir, ni siquiera alcanzamos a ser un país “del montón”. Si el mundo fuera una sala de clases, Chile sería un alumno que baja el promedio. Esta noticia es mucho más importante que el incremento del rango de crecimiento esperado para 2024 de 2%-3% a 2,25%-3% (nuevamente, algunos celebran triunfos pírricos).
Esa economía mediocre, la del 2%, es una economía que ahorra poco menos del 20% del PIB, e invierte poco, aproximadamente un 23,5%. Es una economía que año tras año vive de un crecimiento aletargado del consumo privado, que ronda también un 2% -de lo cual podemos desprender que no hay muchas esperanzas de que las nuevas generaciones vivan el boom de consumo y movilidad social al que tuvieron acceso sus padres, con las consecuentes presiones sociales que ello implica- y que tampoco tiene muchos recursos para financiar a su Estado. Es una economía que tiene breves ciclos de aumento de la inversión vinculados a la expansión de un sector -en este caso la minería- lo que va de a poco concentrando rentas, capacidades, etc.
Por otra parte, el informe muestra a un Banco Central con síndrome post traumático. El trauma fue, evidentemente, una inflación cuatro veces sobre la meta. Vamos a tener un shock puntual en el precio de la energía, por decreto tarifario, que sincera el precio de la electricidad después de su congelamiento. Esto aumentará el nivel del IPC.
Pero ojo, esto no es inflación. No en una economía en la cual el empleo sigue creciendo empujado por el mercado informal y la variación de los salarios reales se explica por la contención de la inflación. No en una economía donde el mercado del crédito sigue deprimido, y la transmisión de la política monetaria aún tiene que hacer efecto. Pero pese a ello, el Banco Central ha decidido disminuir la velocidad de la baja de tasas.
Un “salto” puntual en el IPC por un cambio en un precio regulado no debiese modificar la trayectoria de la política monetaria, y si bien es cierto que la variación anual del IPC no alcanzará el 3% hasta 2026 la trayectoria del IPC subyacente (índice que no considera volátiles), no se ve mayormente afectado.
Si bien desde que comenzó la reversión del ciclo de la política monetaria, el Banco Central ha disminuido la Tasa de Política Monetaria en 550 puntos base, con la trayectoria señalada en este Informe, da a entender que este año podría quedar tan solo un corte adicional de 25 puntos hasta 5,5%, para terminar el 2025 en un nivel neutral de 4,5%.
La razón, sería este “atraso” en la velocidad de convergencia de la inflación (que terminaría en 4,2% el 2024 y 3,6% el 2025). Pero en verdad es más bien un retraso en la trayectoria de la variación del IPC, porque lamentablemente no tenemos aun ninguna presión de demanda.
El tercer elemento de este nuevo equilibrio es que terminamos con tasas de interés de largo plazo más altas, y con mucha mayor dependencia del nivel y dirección que adopten las tasas externas, dada la caída en la demanda local después de los retiros desde los fondos previsionales. La estabilidad (y el nivel) de las tasas de interés de largo plazo era algo peculiar de la economía chilena, y ayudaba al financiamiento corporativo. Esto desapareció y tomará años en volver a contar con una masa de demanda institucional como la existía previo al 2020.
Finalmente, una buena noticia: el Banco Central muestra un incremento en la demanda por cobre por parte de China que no tiene razones especulativas o financieras, sino derivadas del crecimiento real y de la transición energética, que explicarían más de la mitad del incremento en el precio de metal. Como consecuencia, hay razones para pensar en una apreciación del peso.
En resumen, este nuevo equilibrio, sería el de una economía de bajo crecimiento, sin desequilibrios monetarios (es decir inflación en la meta de un Banco Central muy prudente en la conducción de su política monetaria), mucho más dependiente del resto del mundo y con pobres perspectivas.
A menos que…nos atrevamos a hacer las cosas en forma diferente. A que no nos acostumbremos a la mediocridad. A que tomemos el crecimiento como un imperativo moral y busquemos otro equilibrio.
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