Abril 13, 2023

Heraldo Muñoz: “No debe haber una interpretación oficial de los 50 años del golpe”

Marcelo Soto

El ex canciller Heraldo Muñoz ha reeditado un libro, “La Sombra del Dictador” (Editorial Debate), donde repasa sus vivencias políticas desde el régimen de Pinochet a la transición. En la siguiente entrevista, señala que el acento de los 50 años del golpe “a mi juicio, debe estar en las lecciones aprendidas y en el futuro; en avanzar hacia un nuevo y amplio trato o pacto social por los cambios, y en defender y profundizar la democracia, la herencia potencialmente más revolucionaria de los 50 años”. El libro incluye un nuevo epílogo donde relata sus vivencias durante el estallido y entretelones, como su conversación con el Presidente Piñera antes del acuerdo del 15-N.


-¿Cómo fue tu transición a la socialdemocracia, a las posturas moderadas? ¿Qué episodios te marcaron?

-Bueno, con el golpe y la feroz represión que le siguió, se acabó aquella noción del “excepcionalismo chileno” de que nuestro país no podía devenir en una dictadura. Influyó la perdida de tantas vidas; la autocrítica por los errores cometidos, sin desmerecer los aciertos; la inexistencia de una mínima capacidad de resistencia armada frente a las fuerzas armadas; y, lo más importante, la realización de que los cambios profundos debían ser hechos mediante una mayoría social y política.

En eso, muchos socialistas nos inclinamos a la tesis, derivada de la experiencia chilena, del eurocomunista Enrico Berlinguer de un “compromiso histórico” con el centro político, con la DC, para, a través de un nuevo bloque por los cambios, recuperar la democracia y, más adelante, iniciar el proceso de transformación social con estabilidad. El PC optó por “todas las formas de lucha”, influenciado por el vigésimo quinto congreso del PC de la URSS que concluyó que “una revolución debe saber cómo defenderse”. Por último, a inicios de los 90 el mundo estaba cambiando; terminaba la guerra fría, los socialismos reales estaban colapsados, y la revaloración de la democracia y los derechos humanos estaba en auge, y estos hechos también tuvieron que ver con el giro.

-En 1971 ingresaste al PS, uno de los partidos más radicales de la UP. No le hizo la vida fácil al Presidente Allende. “Algunos han dicho que vivimos en un Vietnam silencioso pero ya dejó de ser silencioso este Vietnam, a consecuencia del terrorismo vandálico de los  que  se llaman demócratas”, dijo Altamirano dos días antes del golpe. ¿Qué lecciones sacas de esta experiencia?

-Aún me siento socialista. En la segunda mitad de los 60 el PS había descartado la vía electoral para acceder al poder y adoptado la tesis de la violencia revolucionaria; y, sin embargo, participaba vigorosamente en las elecciones parlamentarias, y había elegido secretario general al más moderado de los dirigentes, Aniceto Rodríguez, en el Congreso de Linares de 1965, y más tarde volvió a elegir al senador Salvador Allende para ser candidato presidencial socialista.

EL PS tenía esas contradicciones de tiempos agitados, no sólo en Chile sino en el mundo. Efectivamente, el PS no le hizo la vida fácil al presidente Allende, y eso forma parte de las lecciones aprendidas de la historia. Existían dos almas en la izquierda, algo parecido a lo de hoy, pero con contenidos distintos. El alma maximalista alejada de la realidad concreta de la gente de a pie, y del hecho que éramos minoría en el Congreso, perjudicó lo que podría haber sido un proceso mayoritario de cambios con gradualidad.

-¿A 50 años del golpe cuál es tu impresión de la UP y de Pinochet? ¿Sin la primera no se explica el segundo? De este último dices que fue un dictador atípico, famoso hasta hoy en todo el mundo, de escasa inteligencia, pero que logró transformar la economía chilena, con un rastro de 3 mil muertos.

-Pinochet surgió por la polarización de esos tiempos. No fue el líder del golpe, sino que se sumó a última hora por las presiones del Almirante Merino. Hubo dos Pinochet; el aparentemente leal y obsecuente con sus superiores antes del golpe, y el del reino del terror post-golpe para consolidar su poder contra la izquierda, contra todo disidente, y sus potenciales rivales al interior de las FFAA.

Pinochet fue un dictador atípico; un individuo de pocas luces, pero con un notable instinto político y maestro en el uso del poder y del miedo. Nunca creyó plenamente en el modelo económico de Chicago, pero, como le funcionó, se identificó con sus resultados. Tuvo más apoyo que otros dictadores de parte de líderes conservadores internacionales por la refundación económica del país. Después que perdió el plebiscito del NO, su sombra se fue diluyendo con el arresto en Londres y el escándalo de sus cuentas en el Banco Riggs, pero fue quedando el modelo neoliberal y la Constitución del 80, también desafiados con el tiempo.

-En la parte final del libro, hablas del estallido social y de una reunión el 22 de octubre de 2019 en La Moneda de los presidentes de partidos con Piñera. El PC y el Frente Amplio se restaron. Le dijiste al Presidente que el país estaba sin rumbo. ¿Cuál fue la reacción del mandatario?

-Fue una reunión sorprendente. Asistí en el entendido que sería muy duro y franco con el presidente, y así fue. Le dije que su gobierno estaba absolutamente sobrepasado, y protesté por los disparos indiscriminados con escopetas antimotines a manifestantes, que no se supiesen las circunstancias e identidad de personas muertas en un incendio en una fábrica, y que debía hacer un cambio de gabinete y abrirse a una nueva Constitución. Me miraba sin reaccionar, algo inusual en él respecto a un contradictor. Y tomaba nota en un cuaderno. Piñera terminó acogiendo todas las demandas planteadas. No tenía mucho margen de acción.

-El 15 de noviembre de 2019 participaste del acuerdo por una nueva constitución. Cuentas que llamaste a Gonzalo Blumel, quien dio luz verde de inmediato a la propuesta. ¿Valoras el rol del gobierno en ese momento?

-Eso fue en un momento clave de las negociaciones del 15N, cuando el entonces diputado Boric nos contó a un pequeño grupo de dirigentes que había logrado un principio de acuerdo con la UDI para que un proceso constituyente fuese sometido a un plebiscito de entrada, y su eventual texto a otro de salida. Llamé a Blumel para saber la posición del gobierno de Piñera, y me manifestó su conformidad. Piñera estaba contra las cuerdas y no tenía capacidad de maniobra y menos aún de veto a lo que las fuerzas políticas acordaban. Debió allanarse a ceder frente a una realidad incontrolada.

-¿Ha cambiado tu percepción del estallido? Recuerdas, por ejemplo, una conversación con Rafael Bielsa, embajador de Argentina, cuya casa está a metros de la zona cero. “Muchos de los que protestan en la plaza son estudiantes o graduados de la universidad, frustrados por las nuevas desigualdades”, le dices. “La mayoría no lo son”, contesta Bielsa. “Aquí al lado se ponen máscaras y preparan bombas molotov”.

-Fui, desde un inicio, fuertemente crítico de la violencia, del vandalismo, y de los ataques a las personas y a la propiedad pública y privada, sin perjuicio de condenar las violaciones a los DDHH. El diálogo que transcribo en el libro con el embajador Bielsa tiene que ver con su observación cercana de la primera línea en Plaza Italia y, más importante, sobre el porqué del estallido en un país comparativamente estable como Chile.

Mi hipótesis fue la paradoja del historiador Alexis De Toqueville: que los estallidos ocurren cuando, a medida que mejoran las condiciones de vida y el progreso en una población, la frustración crece más rápido por las injusticias sociales remanentes y por la toma de conciencia acerca de las desigualdades y sumisión sufridas. De Tocqueville argumentó que una revolución es más probable que ocurra después de un período de mejora en las condiciones sociales que cuando impera la pobreza. Bielsa retrucó que era una explicación convincente.

-El Gobierno prepara una gran conmemoración de los 50 años del golpe. ¿Cómo debería celebrarse? ¿Existe el riesgo, como han dicho analistas, de que el Presidente Boric se involucre demasiado con una postura y pague costos políticos, tal como lo hizo en el Apruebo?

-Creo que no debe haber una interpretación oficial de los 50 años. Sin duda, habrá visiones diversas. Estimo que existe un derecho moral de conmemorar el cincuentenario del golpe pensando en las víctimas de la dictadura; pensando en los detenidos desaparecidos; en los presos, torturados, exiliados, silenciados censurados y reprimidos, pero nuestra reflexión no puede quedarse sólo en las víctimas y el dolor.

El Presidente tiene todo el derecho de expresar su interpretación de lo que ha significado este período de la historia nacional, y un dolor que se ha transmitido de generación en generación. Su acento, a mi juicio, debe estar en las lecciones aprendidas y en el futuro; en avanzar hacia un nuevo y amplio trato o pacto social por los cambios, y en defender y profundizar la democracia, la herencia potencialmente más revolucionaria de los 50 años.

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