El gobierno ha sido explícito en convocar a una nueva alianza política que exprese la diversidad del progresismo. La fórmula de dos coaliciones y una alianza, propiciada en el marco de los cónclaves oficialistas, no alcanzó a arrancar y fue dinamitada por la lógica electoral de la lista unitaria, que finalmente no cuajó. Hace unos días, el cambio de gabinete pretendió equilibrar las fuerzas del oficialismo y sellar las grietas, pero no se consiguió del todo.
Es cierto, en lo grueso, el gobierno aprende rápido y corrige en la dirección correcta, pero no logra ser impecable. Y es que cambiar es un valor sólo hasta que se torna inconsistencia; ello no depende del cambio en sí, sino de las razones que lo fundamentan. Quizás por eso, aunque cada cambio del gobierno es un acierto, inevitablemente deja un olor a exitosa improvisación.
Puede ser la dificultad de explicar los reales fundamentos de algunas correcciones o quizás una impericia para situarlas en el contexto de un nuevo relato. Pero inevitablemente queda la imagen de un gobierno equilibrista que salva la rutina sin que nada se caiga, pero que debe inventar trucos en el camino. Normal en un gobierno de minoría y sabanas cortas, pero no suficiente.
¿Qué falta para ser impecables? Que la maduración decante en madurez. Y ello exige recalibrar medios y fines, aceptar el duelo de lo que no pudo ser, para enfocar las energías en lo que tiene viabilidad. Para ello, convendría distinguir niveles de la obra: cimientos, estructura y fachada.
Los cimientos son las grandes ideas, también las confianzas, las relaciones. Habría que partir por reconocer que, tras una crisis dolorosa y necesaria, el progresismo chileno requiere una nueva síntesis. Nada volverá a ser lo que fue, nada será tal como lo imaginaron. Se trata de encontrar lo que une y diferencia, ya no en las biografías, sino en las ideas y la convivencia. Supone no escapar de las tensiones, sino que visitarlas, re entenderlas y si es necesario, disputarlas. El medio para esto no es el gobierno, ni siquiera los partidos. Algo en esta dirección se iniciaba entre los Centros de Estudios durante el verano, aunque sin mucha sistematicidad y con pocas posibilidades de proyectarse, habida cuenta que sus principales liderazgos entraron al ejecutivo en días recientes.
Los cimientos sostienen la estructura, como las ideas y las confianzas sostienen los proyectos y los equipos. El gobierno ya actualizó elencos, debe hacer lo propios con su programa y promesa. Nada ni nadie logrará equilibrio y consistencia sin esa estructura base. El camino de construir un pacto fiscal que incluya recaudación y gastos aparece como una gran oportunidad para priorizar en base a lo posible.
Como dijo el presidente, ello exigirá “dialogar hasta que duela”, lo que debe hacerse dentro y fuera del oficialismo, dentro y fuera del sistema político. Ese es el camino más seguro hacia la obtención de resultados, pero es largo y pedregoso. Fracasará quien quiera convertirlo en un atajo. Una cuestión central para habilitarlo es ordenar la casa primero: los partidos requieren nuevas estructuras compartidas de gobernanza, mucho más profundas que las reuniones de Comité Político. En esto, el capítulo de las listas debe dejar lecciones: no se puede hablar sólo en la cancha electoral, ahí siempre habrá más competencia que colaboración.
La fachada es el relato, y como tal, requiere de la estructura para no caerse a la primera tormenta. El gobierno y en particular el presidente, son hábiles en esta tarea. El riesgo no es que el gobierno no dé el tono de un nuevo relato, hay talento de sobra para ello. Los riesgos principales son la inconsistencia y la falta de credibilidad, es decir, que el nuevo relato no tenga estructuras solidas (nuevo programa y nueva gobernanza de las coaliciones) y que, para cuando sea el momento de lucirlo, el presidente y su gobierno sigan contando con la credibilidad para encarnarlo. No hay mucho margen para nuevas vacilaciones.
La principal dificultad para conseguir una verdadera unidad del progresismo es la tentación de partir por el final: dibujar una linda fachada, apoyarla en una débil estructura, sin evaluar la firmeza de sus cimientos. Hacer lo contrario requiere una definición mínima para comenzar el camino: si esa unidad se va a alcanzar entre las dos coaliciones o prescindiendo de ellas.
El gobierno ya hizo lo que debía y quizá algo más que eso, les toca a los partidos tomar decisiones. El peor error es esperar el resultado electoral, eso perpetuaría las diferencias y animaría la competencia, invisibilizando los intereses y desafíos comunes.
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