La asunción del nuevo Gobierno corona un proceso de cambio político de larga data, al tiempo que pone en la primera línea de la política a la generación que impugnó exitosamente la transición y sus dinámicas. Sin embargo, aunque se trata de una impugnación exitosa, la generación de relevo no llega al poder en una hoja en blanco y será precisamente la conciliación entre lo nuevo y lo viejo lo que ocupará buena parte de sus afanes y talentos.
Hasta ahora Gabriel Boric ha mostrado talento y convicción para lo simbólico y para las señales de largo plazo, la pregunta que se abre es si tendrá el mismo talento en lo que se refiere a la gestión cotidiana del poder. Para subir al cielo se necesita una escalera larga y otra chiquita, dice la letra de una popular canción. Y lo mismo puede decirse sobre la política.
La escalera larga son los actos de lo que se da en llamar “estadistas”: los trazos gruesos; los guiños culturales; la gestión de todos aquellos gestos que deben ser decodificados por otros para convertirse en realidad política.
Las sentencias del tipo “me siento parado sobre hombros de gigantes”; la elección de edecán mujer; eliminar la corbata, girar la foto con su gabinete para los árboles de fondo y desayunar con líderes sociales antes de asumir son parte de ese repertorio, pero también lo son la conformación de una coalición con los guaripola de los 30 años y firmar a contrapelo de sus aliados el acuerdo para iniciar el proceso constituyente.
La escalera corta, en tanto, es todo aquello que está detrás del escenario. Las cocinas, los sótanos, los palos brutos de los escenarios. Tras las bambalinas, lejos de las luces y fuera del alcance de la cámara sucede todo aquello que los trazos gruesos delimitan pero que alguien debe empujar. Y ocurren también todas esas gestiones que el estadista omite o pretende no conocer.
A esa familia pertenecen los acuerdos tácticos con quienes, a la luz del día, son tus enconados enemigos, ya sea para turnarse la mesa del Senado o para copar algún otro cargo administrativo. La negociación, la transacción y la traición; todos esos verbos que se conjugan en política, aunque la retórica de algunos los omita.
A estas alturas se sabe que al presidente Boric no se le da con la misma fluidez lo cotidiano. Una amarga comprobación de aquello se vio durante la campaña con la dificultad que mostró para manejar y retener cifras, magnitudes y otras menudencias. Y tampoco parecen ser parte de los ámbitos en los que pretenda incursionar -a diferencia de su predecesor que insistía en estar en todas las partes de la cadena-. Será esa una tarea de sus equipos y cuando las cámaras amplían el foco y muestran el entorno del nuevo mandatario, en todo momento se puede ver a quién probablemente será el encargado principal de las materias de escalera “chiquita”: Giorgio Jackson.
Y es que la gobernanza de una coalición heterogénea, en un contexto de cambio constitucional y en medio de un choque entre la política realmente existente y las fuerzas políticas emergentes requerirá de mucha gestión. Por donde pasa cada señal o símbolo, se abre una zanja que debe ser llenada antes que los propios aliados caigan en ella.
Por lo pronto, el conflicto institucional dominante del ciclo político, el choque entre el poder constituyente y el poder constituido (representado en el Congreso) puede ser administrado en búsqueda de una síntesis o azuzado para generar un cisma. Ese tipo de tareas no es posible acometerlas a punta de señales, por más necesarias que estas sean, pero tampoco es posible gestionarlas sin comprender el poder de ellas.
Jackson parece estar consciente de su mandato a este respecto. Una mirada a lo que han sido los meses entre la primaria, las dos vueltas de campaña presidencial y el proceso de preinstalación del nuevo gobierno, ratifican que el compañero de ruta de Boric es quién mejor encarna esa síntesis entre el mandato simbólico y los requerimientos prácticos. Al mirar los nombramientos y sobre todo los equipos que acompañan a los ministerios clave, también es posible ver la mano del hoy ministro secretario general de la presidencia.
Jackson aparece como lo hacen los visires: al lado del mandatario y con una presencia permanente, pero en tono bajo, no interfiere, pero se escucha. Está o se presume que está y ahí precisamente radica su poder.
La primera tarea del visir de Boric será hacer funcionar una coalición que, a diferencia de la usanza tradicional, no es un grupo creado antes de la campaña sino después de la elección, más cerca de las democracias parlamentarias y siguiendo un imperativo precisamente legislativo: crear una mayoría suficiente para intentar legislar.
En paralelo, deberá intentar convertir a la coalición de gobierno en un grupo coherente dentro de la Convención Constituyente, porque a partir de hoy, lo que hagan los partidos de Gobierno, independiente de la sede en la que lo hagan, será materia del Gobierno.
A esta compleja situación general habrá de sumarse todos y cada uno de los problemas propios de un escenario de conflicto en Chile y en el mundo. La resolución de promesas de campaña de alta carga política (y electoral) como son el CAE, la reforma de pensiones y la tributaria; la reactivación del empleo y de la actividad económica; la gestión del orden público; la continuidad territorial del estado, entre otras tantas materias.
El equipo de Boric entra a jugar con el público a favor pero con las matemáticas en contra. El éxito del Gobierno requerirá de un estadista y un buen visir, pero también de la ayuda de una maga o un mago ¿habrá alguno (a) disponible?
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