En las últimas décadas Medellín, la segunda ciudad más poblada de Colombia, sufrió una enorme transformación. Solo entre 1991 y 2010 la tasa de homicidios se desplomó en casi un 80%. En estos años se construyeron bibliotecas públicas, se transformaron basureros en parques, se levantaron escuelas en los barrios pobres y se idearon medios —como escaleras mecánicas en los cerros y teleféricos— para acercar los sectores marginales a los centros comerciales e industriales.
Trampolín político. Sergio Fajardo fue alcalde de la ciudad de Medellín entre 2007 y 2004, y luego gobernador del departamento de Antoquia, cuya capital es Medellín. Fue candidato presidencial en 2018 y quiere volver a postular al Palacio de Nariño en 2022. Sin duda, su trampolín político fue su elogiada gestión como alcalde. Durante ese período impulsó una gestión con mirada integral para cambiar la cara de la ciudad, con una fuerte agenda social para borrar el estigma de haber sido la sede del cartel de drogas de Pablo Escobar.
Medellín como modelo. En medio del reciente aumento de hechos de violencia criminal en Santiago, la experiencia y el ejemplo de Medellín toman fuerza. Fajardo (64 años) explica en esta entrevista cuál fue su apuesta para transformar su ciudad natal.
¿Bastaba con construir gimnasios y escuelas, y ampliar avenidas para ganarse la confianza de parte de la ciudadanía que por años estuvo abandonada por parte de las autoridades y a la suerte de las bandas criminales?
No creo que haya sido abandonada en los términos que está utilizando. Hay que entender muy bien el fenómeno del narcotráfico, la violencia asociada al narcotráfico y las diferentes etapas que ha tenido el narcotráfico como fenómeno en Colombia y en muchas otras partes de América Latina. No creo que se pueda hacer una analogía entre lo que ocurre hoy en Chile, que no tengo los detalles, y lo que ocurría con Medellín en un período de 20 años con todo lo que fue el narcotráfico.
¿En qué centró su apuesta cuando usted fue alcalde de Medellín?
Uno de los puntos fundamentales fue entender a esa población, fundamentalmente joven, vulnerable, que no tienen algunos elementos o herramientas para enfrentar la vida, que viven muchas veces en espacios en un sector de la ciudad con condiciones de pobreza y marginalidad. Esa población, en primera instancia, se convierte en objetivo del mundo criminal para llevar esa criminalidad y para darles una oportunidad.
¿Cómo ayuda la construcción de bibliotecas, de canchas de fútbol?
Cuando se dice que se pueden hacer canchas, parques, bibliotecas y una cantidad de infraestructura social, eso no significa que si yo hago una cancha de futbol, se acaba la violencia. Eso es una intervención social donde hay una expresión física, donde hay unos espacios para la comunidad donde este grupo de jóvenes vulnerables encuentra una serie de actividades —ellos, sus familias y su comunidad— para su desarrollo. Hay un error que muchas veces se comente pensando ‘haga canchas de fútbol, haga esto y se resuelve el problema’. No, esto es una intervención social profunda. Entender esa vulnerabilidad, saber dónde está la criminalidad, saber construir las oportunidades para la comunidad. Como son, por ejemplo, las cifras de desempleo en esa comunidad. Hay una cantidad de elementos que cada lugar tiene que evaluarlos, entenderlos, caracterizar para tomar las acciones que corresponda.
¿Cómo se enfrenta a las bandas criminales?
Eso no lo hace solo un alcalde. No es un alcalde solo enfrentado con un cartel del narcotráfico, a una organización criminal. Él no tiene las herramientas para enfrentarlo solo. Ese es un proyecto de país, y se requiere de policía, de la inteligencia que se tiene que hacer no solo en el nivel territorial local sino como país, saber dónde está la criminalidad, dónde están los recursos económicos de esos grupos.
Cuando usted llegó a la alcaldía, ¿logró sumar a su apuesta a la gobernación del departamento de Antioquia y al gobierno nacional?
Claro. En el momento que nosotros llegamos el gobierno nacional [de Álvaro Uribe] había hecho una negociación con los grupos paramilitares o de autodefensa en el país. Eso tenía repercusiones en lo que ocurría en Medellín. Dentro de ese mundo criminal con el que el gobierno nacional había tenido una negociación, unos de esos [paramilitares] estaban en Medellín y tuvo impacto porque personas que estaban en el mundo de la criminalidad acordaron retirarse del negocio y hacer un proceso de reinserción.
No siempre las autoridades, alcaldes, gobernadores o gobiernos nacionales creen en ese enfoque integral del que usted habla. Para algunos la solución está en más policías o en mayor represión. ¿Cómo usted convenció a esas autoridades con las que tenía que unir fuerzas?
Así es. Esa es una mirada política de los problemas, pero nosotros lo teníamos muy claro. No es solo un problema de represión, tiene que ser una intervención integral, que entienda los diferentes fenómenos. Se necesita a la policía, la inteligencia, se necesita una cantidad de articulaciones. Es un tema integral, que tiene que pasar por la acción con las personas, fundamentalmente jóvenes y hombres, con las comunidades y con la sociedad como tal. Es una integración de los diferentes gobiernos del orden nacional, territorial y local, y al mismo tiempo, por supuesto, con la participación de la policía para enfrentar un mundo criminal que tiene además cada día unas herramientas más sofisticadas, más complejas.
Dentro de su enfoque, ¿se incluyó una política más punitiva, de aumentar penas a los que delinquen?
No. Ese no es un problema del nivel local y nosotros nunca nos preocupamos por eso. El problema no era incrementar las penas en la ciudad en ese momento. Era entender las circunstancias sociales, afectar esas circunstancias sociales de manera que la posibilidad de un joven llegue a transitar un camino hacia la criminalidad sea cada vez menor.
¿El sector privado aportó en esta estrategia integral?
Sí. Nosotros convocamos a diferentes actores, en el sentido de presentarle a la ciudad ese mundo de la vulnerabilidad, de las desigualdades sociales, la necesidad de las intervenciones y de convocar a que aportaran en la solución de un problema que nosotros liderábamos, que teníamos identificado.
Los alcaldes de Medellín que vinieron después de usted no cambiaron lo que usted había hecho, sino que mantuvieron la misma mirada para resolver los problemas sociales y de crimen de la ciudad. ¿Cómo se logró eso?
Eso es cierto. El que yo lideré como alcalde fue el primer gobierno cívico alternativo en la ciudad de Medellín, por fuera de la estructura política tradicional. Después vino un compañero nuestro [Alonso Salazar] que gobernó en la misma línea y después han venido tres alcaldes que, —puede sonar inmodesto— sobre el éxito que nosotros tuvimos en esos ocho años, entendieron la naturaleza de ese éxito y han venido avanzando sobre lo que nosotros construimos, con algunas diferencias, ya que los problemas y las circunstancias van cambiando y quien gobierna tiene que cambiar también de estrategia y miradas porque ya tiene otros problemas. Pero partió de nuestro éxito, de nuestra ruptura, de la forma cómo lo hicimos.
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