Enrique Correa y las llaves del Chile fáctico. Por Héctor Soto

Ex-Ante

Es posible que pocos dirigentes políticos hayan llegado a manejar la cantidad de hilos, resortes, secretos y bemoles que Enrique Correa tuvo en su mano, tanto en la política como en los negocios, a partir de los años de la transición. La espléndida biografía escrita por Andrea Insunza y Javier Ortega introduce en nuestro país un nuevo estándar de profesionalismo y rigor en este género periodístico.


Qué tanto cuento, dirán muchos: fue un político, un hombre sin duda importante en los días de la transición a la democracia, y fue después un lobista. No es el primero ni será el último que circulará en estos mundos. Es verdad. Pero la vida de Enrique Correa tiene tantas singularidades, tantos rasgos intransferibles y tantas conexiones con coyunturas que nunca se habían dado y probablemente nunca más volverán a repetirse que su biografía puede ser leída como una novela: con asombro, con suspenso, con complicidad a veces y hasta con alguna apagada indignación en otros pasajes. Una novela que recorre palmo a palmo la historia de Chile de las últimas seis décadas.

Vaya que ha sido un personaje singular. El gran mérito del libro de Andrea Insunza y Javier Ortega es tener más datos que opiniones. No es ni quiere ser una tesis. No lo salva y tampoco lo condena. Es una biografía que introduce a este género literario en Chile un estándar de rigor, de reporteo y de chequeo que sobrepasa con mucho al habitual. En esto el trabajo de ambos es notable. Se diría que ya no se podrán seguir escribiendo biografías desde la tincada, desde el cariño, la mala fe o la pura intuición. Porque esto es totalmente distinto.

Es un trabajo arduo en materia de levantamiento de datos, de recolección de testimonios, de confrontación de versiones y de análisis o evaluación de impresiones y conjeturas. Por eso el libro ofrece tantos flancos. Por eso se deja leer no solo con facilidad sino también con combustión. Por eso además convence.

Es un libro que revela, que articula y que siempre está ordenando pequeñas historias o situando figuras, situaciones, episodios o hechos dentro de un todo mayor. En esta perspectiva, tal como su protagonista, el libro nunca se pierde. Así en la política como en los negocios.

Quien quiera encontrar aquí insumos o consideraciones para corroborar un juicio lapidario sobre nuestra transición, con sus arreglines, sus imposturas, sus transacas y sus máscaras, bueno, podrá hacerlo. Hay aquí material de sobra. Después de todo esta es la vida de un dirigente político que, proviniendo a lo mejor no de tan abajo, llevó siempre inscrita la marginalidad de la provincia y del liceo público en su rostro. De un hombre que pasó de la clandestinidad poblacional y parroquial a los exclusivos cenáculos del poder.

De una inteligencia excepcional, rara vez se confundió respecto del minuto que estaba viviendo y respecto del objetivo final que lo animaba en el día a día. Un sujeto que debió acomodar sus principios y convicciones tanto a circunstancias e intereses del momento como a la prudencia, los silencios y los sobreentendidos del pragmatismo. Un político que voló muy alto con sus ideales en las orgánicas del poder y que después, ya en la industria del lobby, aprendió a ponerle precio a su libreta de contactos y al conocimiento que había acumulado respecto del aparato público, de la lógica de los partidos y la conducta de las elites.

Esa es una de las posibles lecturas. Lectura mezclada con una cierta venganza, por así decirlo. Personalmente, yo me quedo con otra, a lo mejor más ingenua pero más fascinante: la historia de un personaje bien excepcional, raro donde quiera que lo pongan, distinto, sorprendente y fuera de norma. Por muchas razones; por lo obsesivo, por lo trabajólico, por lo austero, por sus radares. Por su empuje y vulnerabilidad, que al final tal vez sea parte del complejo sistema de pesos y contrapesos emocionales que Enrique Correa necesita en su intimidad.

Por su erótica irrefrenable y visceral con el poder. Por su respeto a las formas. Por su contención. Por su verba esclarecedora y entrecortada. Por su compulsión de estar en todas. Por atávica conexión con la iglesia y con el mundo sacramental de la fe. Por su capacidad de moverse indistintamente en la pobla, en las grandezas y miserias del exilio, y -no mucho tiempo después- con el mismo desplante, la misma humildad, en los adustos pasillos del poder político o en los bien calefaccionados cuarteles de los grandes magnates de Chile. Correa lo hizo aunque, claro, pagando un precio: nadie puede pasar por estas experiencias saliendo indemne.

La pregunta no es qué tan bien o qué tan mal queda Enrique Correa en estas páginas. No es para eso que se escribió este libro sino más bien, en alguna medida, para dimensionar de dónde partimos, adonde llegamos a estar en un cierto momento y adonde hemos venido a dar actualmente. Al final es eso lo que más cuenta. Cuenta también la brecha entre las palabras, los discursos, las intenciones y buenas vibras, por un lado, y los hechos, la realidad, por el otro. Porque, como en todo, ciertamente que hubo un desfase entre el país que se quiso y se prometió en los años 90 y el país que efectivamente resultó. No es un dato anecdótico que varias de las distorsiones o contradicciones acumuladas en esos tiempos nos hayan pasado la cuenta en los últimos años.

No hay quizás personaje que encarne mejor que Enrique Correa el Chile fáctico. Tanto en lo que tuvo de eficiente como en lo que tuvo de opacidad. Fue quizás el último poder fáctico en actividad. En el plano individual, bien puede él haber sido el caso más nítido de adicción al poder que apareció en su generación. Lo fue incluso al interior de esa implacable y parasitaria maquinaria de poder que fue el Mapu.

Para Correa no había problema, crisis o conflicto, que una buena conversa o una negociación más o menos jugosa, a puertas cerradas y con poca luz, no pudiera resolver o desactivar. Todo era cuestión de incentivos. Y de telefonazos al interlocutor indicado. Garrote y zanahoria siempre. Porque hablando se arreglan las cosas y al final todo tiene arreglo. El show siempre debía continuar. A veces Correa puede haberse pasado de listo en estas prácticas, como el propio Presidente Aylwin lo creyó respecto en sus tratos con los militares, pero es fácil ahora, desde la platea y muchos años después, decir que fue entreguista. Es posible; tal vez lo fue. Pero una cosa es decirlo hoy y otra muy distinta es haber estado ahí, cuando las sombras eran largas.

Hay rasgos entrañables en Correa. Sus lealtades de juventud. El respeto que profesó a sus orígenes y lo que fue su biografía. La capacidad de adaptación que tuvo para procesar tanto éxitos como fracasos. Porque también los tuvo. Aunque no hubo día que no se desgastara en lo suyo, conversando, seduciendo, pastoreando, mangoneando, influyendo, persuadiendo, conteniendo, enseñando, protegiendo, animando, consolando o reprendiendo, no siempre le fue bien.

La transición, por ejemplo, no salió de la matriz política a la cual él apostó. Otro traspié suyo: no obstante ser de los ministros más brillantes de la transición, no terminó del todo bien con el presidente Aylwin. El lío de las platas políticas, por otro lado, en el cual le tocó intervenir para controlar el daño de la dupla Peñailillo y Jorrat, no fue una operación muy limpia y lo terminó salpicando.

También se recordará su empeño por sostener la estantería de la Iglesia golpeada por el tema abusos, pero igual el tinglado se vino abajo. Más grave que todo esto, su nombre como consultor, su autoridad, su relevancia pública quedaron asociados a un Chile endogámico, elitista, concentrado y poco transparente, que cabía en una libreta de teléfonos y era capaz de doblegarse sin mayor problema a los dictados del poder. Es verdad que fue una época en que a la sociedad chilena le fue bien. Pero es un tiempo que irremediable y felizmente ya pasó. Cuesta creer que haya gente buenamente interesada en que vuelva.

 

Enrique Correa. Una biografía sobre el poder

Andrea Insunza y Javier Ortega. Ed. Catalonia- UDP Escuela de Periodismo. 2025. 555 págs.

 

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La biografía de Enrique Correa, una historia de poder

 

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