Las expectativas de que la Convención Constitucional lograría procesar las demandas sociales y condensarlas en un texto que renovase el pacto social devinieron en frustración. La propuesta plebiscitada estuvo lejos de interpretar a la mayoría del país por su profunda desconexión con la sociedad a la que buscaba reflejar en el texto.
Pero el macizo triunfo del rechazo no estuvo marcado por celebraciones ni festejos multitudinarios. El silencio de las calles el día de la elección y los posteriores, dejaba entrever lo que vendría a ser una sensación colectiva de “salvarse” de un mal posiblemente mayor que de ganar algo tras la votación.
A las altas expectativas de entrada al proceso le acompañaron grandes desilusiones en la salida. Desilusiones que acrecentaron la frustración de origen y la rabia ante una clase política que una vez más no llegó a puerto con lo que prometió: ofrecerle al país un nuevo pacto social en sintonía con las subjetividades sociales dominantes y la idiosincrasia chilena. Y si bien a una mayoría le hubiese gustado aprobar, el peso de la evidencia de una mala propuesta, los llevó forzosamente a decir no.
Así las cosas, entre las urgencias diarias, los deseos de cambios profundos, la falta de pacto social normativo y la desconfianza en la clase política, nos encontramos desorientados como sociedad. La última edición de ChileDice, “Una radiografía de la sociedad chilena”, encuesta realizada entre la Universidad Alberto Hurtado y Criteria, da cuenta de este desaliento post plebiscitario y de las señales de ese pesimismo.
Para empezar, los datos muestran que el fracaso de la Convención agudizó la crisis de confianza institucional. La apuesta a que la renovación de rostros electos para la Convención acotaría la adversarialidad y la fragmentación propia del Congreso, quedó en nada ante el nulo clima de diálogo que se observó en la Convención. Un 82% de los encuestados por el estudio confía poco o nada en las instituciones y el 87% cree que esta situación empeorará o seguirá igualmente mala.
Una desconfianza que se retroalimenta con un ambiente cargado de pesimismo, caracterizado por una mirada oscura sobre el presente y el futuro que no se observaba hace décadas. En una suerte de movilidad social en reversa, sólo para el 16% de las personas los ingresos resultan mejores que hace 10 años, lo que contrasta con la mayoría (57%) a la que le resultan peores. Y mirando adelante, las cosas no parecen aclararse pues la calidad de vida en el país se proyecta a la baja dentro de los próximos 10 años.
Otra variable que salta a la vista para entender el abatimiento colectivo es que tras el fracaso constitucional se siente que la convivencia social se verá aún más afectada, lo que alimenta una sensación de mayor polarización social. La gran mayoría de chilenos piensa que la sociedad está muy polarizada (59%) o algo polarizada (26%) y que la situación se mantendrá igual o peor en el corto plazo.
Impresión de confrontación social cuyo correlato subjetivo se verifica en interpretaciones binarias sobre el resultado del plebiscito. Mientras que para quienes votaron rechazo “Chile se salvó de un desastre”, para quienes votaron apruebo los rechazadores “nos hicieron perder dos años y quedar donde empezamos”. Suma y sigue, los aprobadores sienten que “el rechazo nos pone en riesgo de que no haya ningún cambio”; los rechazadores piensan que el resultado “da la oportunidad de aprender y hacer un mejor proceso”. Asimismo, el mundo del apruebo juzga que la ciudadanía votó muy mal informada y engañada, algo que contradice la mayoría que rechazó.
Tampoco se ve luminosa la situación política en vista del mareo constitucional en el que estamos enfrascados. El disenso sobre cómo continuar el proceso se levanta como la tendencia general y también divide aguas entre los distintos tipos de votantes. Porque si bien la gran mayoría de la población sigue aspirando a una nueva Constitución, hay matices: quienes votaron rechazo, no quieren iniciar un nuevo proceso Constituyente, prefieren reformar la actual Constitución. Caso inverso es el de quienes aprobaron. Por otra parte, mientras los votantes del “apruebo” prefieren que el texto rechazado en el plebiscito sea la base de la próxima discusión constitucional, los votantes del “rechazo” optan por que sea la constitución vigente.
Ni siquiera hay consenso sobre si mantener medidas de discriminación positiva en una eventual nueva elección de constituyentes. La mayoría de los que votaron “rechazo” no quiere ni paridad, ni listas de independientes ni escaños reservados. Entre los votantes del apruebo en cambio, hay una mayoría a favor de la paridad y una relativa preferencia por los escaños indígenas.
En fin, la radiografía de la sociedad chilena post plebiscito retratada en el estudio ChileDice es bastante más acabada, pero no por ello particularmente optimista. Con una clase política deslegitimada (según el estudio cualquier solución es preferible a que el Congreso redacte una nueva propuesta), y una demanda constitucional importante pero no urgente, la búsqueda de un nuevo proceso está cruzada de impugnaciones y recriminaciones entre los parlamentarios que se experimentan críticamente por parte de la ciudadanía.
Ese escepticismo ciudadano es de por sí da una campana de alerta para asegurar el éxito de un nuevo proceso. Quizá llegó el momento de pensar “fuera de la caja” y delegar en el mundo académico el nuevo diseño de una nueva etapa constituyente. No por nada, tras el primer fracaso, hoy la ciudanía demanda la participación de expertos y valora a las universidades como las instituciones más idóneas para liderar el proceso.
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