El presidente Gabriel Boric ha de estar esta semana paseando por los jardines de Cerro Castillo en Viña del Mar escuchando los ecos de las voces infantiles que poblaron la residencia de descanso tras el incendio que destruyó sus casas en el verano pasado.
¿Pensará que esos niños que perdieron todo en escasos minutos seguirán en estos días a la intemperie entumecidos por el frío y la lluvia junto a los que sobrevivieron de sus familias? ¿O preferirá escuchar los lamentos de los jóvenes profesionales deudores del CAE que se niegan a entregar el 10% de sus ingresos para pagar la deuda que les permitió convertirse en profesionales?
Estará pensando Gabriel en los consejos de sus partidos más a la izquierda que sostienen que esta es la última oportunidad de defender el Programa, o ¿escuchará las voces de las decenas de miles de familias sin casa que sobreviven en campamentos y tomas entre el barro y la basura a merced de mafias, traficantes y asesinos?
Es cierto que he tenido que apoyar a Carabineros, se dirá Gabriel, pero es que nunca pensé que nuestro apoyo terminaría volviendo a la violencia tan heavy. Pecamos de ingenuos. Lamento las muertes de los carabineros. En eso sí que ahora no me pierdo.
Mientras reflexiona sobre su discurso, sonarán en la conciencia del presidente los lamentos de los cientos de miles que esperan una interconsulta o una intervención quirúrgica en las listas de espera de los hospitales públicos o esta desesperación será tapada por las voces de su frente amplio que piden cumplir con el Programa y se lamentan del salvataje a las Isapres.
Recordará Gabriel sus aguerridas y masivas marchas por una educación pública gratuita y de calidad y quizás se esté preguntando en qué nos equivocamos que ahora la educación pública está peor que cuando marchábamos. Si, porque ahora los colegios emblemáticos dejaron de serlo como vía de progreso y los muchos niños pequeños aún no encuentran matrícula para este año 2024. Y para qué hablar de la calidad, esa consigna que movilizó a nuestra generación haciendo pensar al país que nuestro interés era la cultura y la excelencia, cuando en realidad se trataba simplemente de una astucia, una pillería chilensis.
Nunca antes se había invertido tanto dinero en educación pensará el presidente, así que voy a defender nuestras políticas. Claro, pero el mayor porcentaje se gasta en la gratuidad de la educación superior mientras la educación inicial, que es aquella que abre las oportunidades para los más desfavorecidos, es la hermana pobre del presupuesto. Pero bueno, pensará Gabriel, no les podemos fallar a nuestros electores.
Es verdad que las cosas no están del todo bien. Estando tan cerca de las elecciones, pensará Boric entre los árboles centenarios de Cerro Castillo, tengo que señalar a un culpable fácil de identificar: ¡¡los empresarios coñetes!!, esa está buena, siempre volver a la lucha entre ricos y pobres nos deja del lado bueno. Lo del imperialismo ya nadie se lo traga, mejor los empresarios.
Y así el Presidente de la República encaminará el 1º de junio sus pasos hacia la sede del Congreso Nacional para ofrecer al país un difícil discurso en que deberá optar por reivindicar viejas promesas improbables (dar la batalla cultural en palabras de su delfín Gonzalo Winter) o reencauzar con pragmatismo la gestión gubernamental hacia logros posibles, o quizás decida un poco de cada, así todos pueden quedar contentos.
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