No era la Venezuela de Maduro ni el Líbano de Hezbolá. En diciembre de 2023, Argentina era el país con la inflación más alta del mundo, alcanzando un alarmante 211% anual. Este descontrol fue consecuencia de la brutal expansión del gasto público por parte del gobierno kirchnerista, que utilizó subsidios y servicios como herramientas para intervenir en las elecciones presidenciales de octubre de ese año.
Como todos sabemos, la inflación, y en particular la hiperinflación, es un fenómeno monetario. Durante años, Argentina había recurrido a la emisión inorgánica de dinero para financiar su exceso de gasto fiscal, ya que su acceso a los mercados de deuda estaba bloqueado y su estructura tributaria era débil. En otras palabras, al no poder cobrar impuestos formales, optó por el “impuesto inflación”.
El panorama era desolador. El PIB se desplomaba tras quince años de estancamiento (-4,5% en diciembre y -1,6% en todo 2023), mientras que la pobreza afectaba a más del 57% de la población. El sistema financiero se encontraba en un estado crítico: el Banco Central había cuadruplicado la base monetaria, superando incluso los niveles previos a la hiperinflación de 1989.
Este caos era el reflejo de una economía completamente intervenida por el Estado, con controles de precios en arriendos, tipo de cambio, productos básicos y exportaciones, así como subsidios que ocultaban los costos reales de los servicios básicos. A esto se sumaba un sector público hipertrofiado, que llegó a gastar casi el 50% del PIB y empleaba a uno de cada cuatro argentinos.
Cuando el nuevo gobierno asumió, enfrentó un dilema: optar por un ajuste gradual, como el de Macri, con el riesgo de desencadenar una hiperinflación y perder el impulso político, o implementar un plan de choque. Este último era el camino menos transitado por los políticos tradicionales: implicaba reconocer desde el inicio que venían “tiempos difíciles” y que los recursos eran inexistentes. Al igual que Churchill, el gobierno ofreció sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor como la única vía para superar un panorama desolador.
El verdadero milagro argentino durante 2024 no estuvo en el diseño de políticas perfectas, sino en la convicción para implementarlas. En su primer mes, el gobierno redujo el gasto público real en un 30%, logrando equilibrio fiscal. Devaluó la moneda, reduciendo la prima del mercado negro del 100% al 25%, y estabilizó la relación deuda-PIB al mantener constante el stock de deuda nominal, restaurando gradualmente la solvencia fiscal iniciando un lento camino para reconstruir la credibilidad fiscal argentina
En política monetaria, se eliminó la emisión de dinero para financiar el gasto público. En su lugar, el gobierno comenzó a acumular reservas internacionales de manera no esterilizada, aumentando así la oferta monetaria y estabilizando el sistema financiero. Este enfoque permitió iniciar un camino hacia una inflación de un solo dígito, lo que facilitaría, en el futuro, levantar los controles de capital y las intervenciones cambiarias. Si estas medidas funcionan, podrían convertirse en un modelo único de estabilización fiscal, monetaria, cambiaria y financiera.
El crecimiento económico, aunque rezagado, empezó a mostrar señales de recuperación. Tras una caída inicial, los salarios y pensiones reales del sector privado comenzaron a incrementarse, impulsando la demanda agregada y la utilización de la capacidad instalada. Los inventarios acumulados en 2023, que se habían almacenado en previsión de una hiperinflación, comenzaron a disminuir, normalizando aún más el consumo.
Desde una perspectiva estructural, el ajuste fiscal generó un incremento en el ahorro agregado equivalente al 15% del PIB. Este ahorro, en la medida en que el sector privado recupere confianza, debería traducirse en mayor inversión privada. Este fenómeno, lo podríamos llamar un “crowding-in”, el sector público reduce su presencia, dejando espacio y recursos para que el sector privado prospere.
Un ejemplo claro fue la eliminación del control de precios sobre los alquileres, que resultó en un aumento del 170% en la disponibilidad de unidades, acompañado de una caída de más del 40% en los precios reales.
A pesar de estos logros, Argentina aún tiene un largo camino por recorrer. En un año no se pueden revertir décadas de regulaciones innecesarias ni reducir un Estado hipertrofiado que millones de personas han aprendido a depender. Sin embargo, los avances superaron ampliamente las expectativas. En octubre de 2024, la inflación había caído a una décima parte de su nivel de diciembre de 2023, y el PIB del tercer trimestre creció un 3,9% respecto al anterior. Esto demuestra, una vez más, que el modelo de libertad económica, junto con la prudencia fiscal, monetaria y financiera, genera mayor prosperidad que cualquier otro que se haya intentado.
¿Qué podemos aprender de todo esto? El verdadero milagro no está en diseñar políticas técnicamente impecables. Chile, por ejemplo, siempre ha contado con buenos técnicos y ha sido pionero en la construcción de políticas públicas. El milagro está en tener la fortaleza y la convicción para implementarlas, incluso cuando los costos de corto plazo sean altos, sean impopulares o enfrenten oposición de intereses corporativos, gremios o partidos políticos.
¿Cuántas veces hemos escuchado frases como “eso no se puede hacer” debido a la resistencia de un grupo de interés o al miedo al cambio? El milagro está en hacer política con honestidad, formando coaliciones sólidas que trabajen con determinación para implementar las políticas que un país necesita con urgencia, como hoy lo requiere Chile, al igual que lo hizo Argentina.
Perfil: Luis Caputo, el ministro de Milei que calificó a Boric de “comunista que está por hundir” a Chile. https://t.co/xBVA4kyYAb
— Ex-Ante (@exantecl) December 19, 2024
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