De todos los errores en materia internacional que como país estamos coleccionando, los más graves son aquellos como el de esta semana: obra directa de la cabeza del Estado, sin consultar a nadie. Caminando, al parecer, entre una Corte de aduladores que comparten la fantasía del traje nuevo, el mareo de las portadas, la negación de la derrota electoral, y las simples ganas ilimitadas de cambiar el mundo sin tener el conocimiento y la experiencia indispensables para intentar cambiarlo un poco, allí donde se pueda, sin poner en peligro el interés nacional.
Cada día son más numerosos los artículos volcados a examinar el desempeño del gobierno en materia de política exterior. Las tribunas más recientes coincidirán ampliamente en criticar la performance personal del Presidente Gabriel Boric en el agravio hecho al Estado israelí (lamentablemente éste no ha podido evidenciar, a lo largo de su carrera política, que entiende la diferencia entre Estado, Gobierno, y comunidad chilena-judía).
Esta semana se subrayará, con justicia, la impericia de creer ir por lana -en repetido gesto mesiánico -, y salir diplomáticamente trasquilado. Ya pasó en la Cumbre de las Américas, al arrogarse una representación política regional sin tener mandato para ello; y pasa hoy, al saltarse torpemente el abanico de posibilidades disponibles para expresar condena en materia de derechos humanos sin que eso signifique poner en riesgo el contacto de Estado a Estado. Como el país ya hace, por ejemplo, respecto de China (donde el genocidio contra los Uygures está claro), o Arabia Saudita (que descuartiza periodistas, decapita homosexuales, mutila a delincuentes comunes, y azota mujeres, impidiéndoles trabajar e imponiéndoles tutela para simples actos cotidianos).
La opinión pública sin duda mostrará bastante consenso en la inconveniencia de importar a Chile el largo e intrincado conflicto palestino-israelí y sus implicancias (por ejemplo, en cuanto a alianzas), agregando un problema extra a la lista que ocupa a la actual administración, como hoy resulta tener que enfrentar las felicitaciones a Boric que le envía Hamas, una organización terrorista, en una maniobra donde Chile no tiene nada que ganar. Además, si de vidas humanas se trata, no faltará quien haga referencia a la falta de gestos concretos de empatía presidencial hacia las numerosas víctimas que la violencia cobra diariamente en nuestro propio país.
Las columnas también declararán inaceptable la improvisación de La Moneda en materia de relaciones entre Estados, potenciada a su vez por la falta de expertise en el gabinete presidencial y también en Cancillería. Así lo reflejan atolondrados comunicados con los que se intenta explicar las gaffes que ya se acumulan, imprudentes declaraciones de personeros nombrados en importantes plazas pese a carecer de suficientes calificaciones o años de experiencia, y la evidente contradicción entre los esfuerzos de Hacienda para atraer inversión extranjera, versus las señales dadas por la Subrei para desestimularla (por ejemplo, con un discurso contrario a los mecanismos de solución de controversias relativas a inversión, los que están presentes en todos los TLCs con que ya cuenta el país).
Otros recordarán, con pertinencia, que no sólo Israel está observando un ”desconcertante y sin precedentes comportamiento de Chile”. En días pasados varias notas de prensa se centraron en explicar el tardío y a todas luces fútil intento de renegociar mediante cartas un tratado multilateral que opera desde hace cuatro años de forma muy exitosa para los que lo han ratificado (el CPTPP), pero cuya aprobación Chile ha demorado, no obstante haber sido negociado y firmado por la segunda administración de Michelle Bachelet.
Otras tantas notas reportan también la perplejidad de la Unión Europea ante la insistencia chilena en que el acuerdo bilateral cuya modernización ya se negoció permita “hacer política industrial” a Chile, cuando eso es algo que la UE nunca nos ha impedido hacer y que en general se logra mediante políticas nacionales y no presionando a otros Estados.
Finalmente, no faltará la opinión que evoque otra intervención presidencial que generó estupefacción generalizada: la idea de Boric de que condicionemos nuestras exportaciones como forma de forzar la adopción de políticas ambientales por parte del mundo desarrollado (que nos lleva ventaja en el área). Huelga decir que hay proveedores alternativos para todo lo que Chile vende al exterior.
Si la letanía de diagnósticos críticos de la gestión Boric en materia de política exterior y comercial es cada día más clara, más extensa y compartida, y se acompaña además de numerosas deserciones, la pregunta que cabe hacerse es qué impide el choque con la realidad. Porque no tomar cartas reales en el asunto no sale gratis: la confianza internacional respecto de Chile -noción clave de los vínculos- se erosiona día a día, sin signos de remontar.
Y de todos los errores en materia internacional que como país estamos coleccionando, los más graves son aquellos como el de esta semana: obra directa de la cabeza del Estado, sin consultar a nadie. Caminando, al parecer, entre una Corte de aduladores que comparten la fantasía del traje nuevo, el mareo de las portadas, la negación de la derrota electoral, y las simples ganas ilimitadas de cambiar el mundo sin tener el conocimiento y la experiencia indispensables para intentar cambiarlo un poco, allí donde se pueda, sin poner en peligro el interés nacional.
¿Habrá alguien en Palacio dispuesto a decirle al impetuoso Rey que va desnudo?
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