El sostenido desgaste del Gobierno durante sus primeros meses y el contundente fracaso electoral del plebiscito han minado la ascendencia y el poder presidencial. Las adecuaciones a esta nueva realidad recién comienzan por lo que la temporada de ajustes aún no termina y deberíamos esperar que se ha iniciado en el centro del gobierno continúe extendiéndose y profundizándose en las próximas semanas.
Más allá de lo incompleto que resulta aún el cambio de gabinete realizado a pocos días del plebiscito, éste debe ser leído en el contexto de un giro abrupto en las estructuras de poder del Gobierno y, también, como la búsqueda de nuevas fuentes de legitimidad y respaldo para una administración que quedó gravemente herida tras la derrota.
Ya no va más lo que era un gobierno hecho a imagen y semejanza de las complicidades políticas del Presidente, en donde los “afuerinos” eran decorativos o bien cumplían funciones muy precisas apuntalando vacíos críticos de la generación pingüina. En su reemplazo, comienza a erigirse una estructura que parece estar dando paso a un modelo de gestión menos presidencial y más colegiado.
Discursos que antes estaban aplacados por la retórica de la generación de reemplazo han comenzado a asomar en distintos frentes, disputando su lugar a conceptos como el decrecimiento; los derechos de los animales; la autarquía económica en materia de comercio internacional; entre otros. Es así como en las últimas semanas un subsecretario se exhibe patrullando la ciudad desde el aire; se presenta una agenda económica llena de incentivos tributarios y compromisos del Estado para con la agilización de las inversiones e incluso un ministro reivindica el rodeo como deporte.
Nada de lo anterior habría sido posible en otro contexto y aún así los cambios no parecen suficientes para apuntalar la correlación de fuerzas en el Gobierno pensando en los meses que vienen. Hasta ahora se ha buscado incorporar figuras cuyo poder provenga de espacios distintos a los del presidente y en él se ha simbolizado el proceso de ajuste.
Sin embargo, no estamos frente a la derrota de un presidente, solamente, sino de toda una estrategia generacional de reemplazo del poder y esa lectura no parece aquilatada del todo.
Hasta antes del 4S el principal parteaguas de la práctica política era la división estructural entre el sí y el no de 1988 y frente al desgaste que fue sufriendo ésta con los años, la respuesta de la Concertación y sus herederos fue el ajuste de énfasis primero y la ampliación hacia la izquierda después, sin nunca desprenderse completamente del centro.
La generación de reemplazo, empero, forjada al alero de los movimientos sociales y muy particularmente del movimiento estudiantil, confió en que estaban las condiciones para reescribir esa historia y es esa estrategia la que chocó de frente con la realidad en estos días.
La alianza con la que la Boric, Vallejo y Jackson llegaron al gobierno ya había dado un primer paso en este sentido al marginar del todo a la DC y relegar a un segundo plano al PPD, pero sus alcances aún eran tímidos en relación con la ambición de subversión del orden precedente. Como lo dejaba traslucir el entonces hombre fuerte del Gobierno, la suya era una generación que se veía a sí misma como la encarnación de la superación del ciclo de la transición y aspiraba, como no, a hacerlo desde una hoja en blanco. Para esto, sin embargo, haría falta un segundo movimiento, que llegaría de la mano de las nuevas reglas contenidas en la nueva constitución.
Pero la política y la democracia siguen caminos sinuosos y lo que parecía ser el salto definitivo de las izquierdas a ser mayoría social, política y electoral, de la mano de una nueva generación sin los pactos y acomodos de sus predecesoras, se convirtió en una derrota rotunda tras la cual la familia en la que quedó la nueva alianza es aún más pequeña que la que surgiera del plebiscito del 88. El apruebo trazó una línea tras la cual quedó demasiada gente y demasiados votos fuera y es hora de ver cómo se puede volver al menos cerca del punto de partida.
La generación pingüina no logró multiplicar los dones que le fueron legados y, por el contrario, corre el riesgo de dilapidar buena parte de su herencia. Los días que vienen tratarán de esto, del intento por recuperar algo del capital perdido, aunque sea de la mano de quiénes antes parecían parte del problema y hoy son la solución.
Pero tal como el pegoteo inconexo de agendas y proyectos de nicho no fue suficiente para validar la nueva constitución, la suma de grupos sin un proyecto de mayoría tampoco lo será para el Gobierno. Un proyecto político es una empresa más compleja que hegemonizar una asamblea o ganar una elección y si quiénes lo conducen parecen no tener claro cuál es el rumbo, no pasa mucho tiempo hasta que los pasajeros comiencen a abandonar el barco.
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