Desde el retorno de la democracia nunca una ministra de Estado se había involucrado en el proceso de elección del presidente de la Cámara. Ana Lya Uriarte lo hizo con total descaro situándose en el centro de las negociaciones, usando el poder del Gobierno, según denuncias de algunos parlamentarios.
No había ocurrido porque el rol de los ministros es concurrir al Congreso para la tramitación de los proyectos de ley o de las mociones parlamentarias cuando lo estimen necesario, para lo que tienen acceso a la sala de sesiones y comisiones y preferencia en el uso de la palabra.
Pero no corresponde que los ministros se involucren en las elecciones de las autoridades de la Cámara o del Senado, que se constituyan in situ, en el hemiciclo para hacer gestiones ni ejercer presiones.
En el caso de la ministra Uriarte además demuestra un enorme falta de criterio, toda vez que ella es la encargada de las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso, cuya función es procurar acuerdos con la oposición para que los proyectos del Gobierno avancen; lo que exige los máximos esfuerzos por mantener las mejores relaciones posibles con la oposición, sobre todo considerando que su gobierno es minoría en ambas cámaras.
Al principio, la ministra Uriarte parecía haber entendido perfectamente su papel y estar consciente que había sido escogida para corregir los graves errores cometidos por su antecesor Giorgio Jackson, cuya arrogancia le había enajenado la buena voluntad de los parlamentarios, lo que entorpecía la agenda del Presidente Boric.
De hecho, tuvo un papel destacado en las negociaciones que llevaron a la reanudación del proceso constituyente cuando proclamó que el protagonismo lo tenía el Congreso y que ella como representante del Gobierno actuaría como “acompañante”.
Cómo se explica entonces que haya tomado la determinación de instalarse en el Congreso y participar protagónicamente en el “pirquineo” para conseguir votos para que la presidencia de la Cámara siguiera en manos del oficialismo, comprometiendo su capital político y la buena voluntad que había acumulado con la oposición.
¿Qué la llevó a refregarle en la cara a la derecha su “triunfo”, saltando eufórica, abrazada al diputado Soto con un gesto agresivo de brazo en ángulo empuñado, contribuyendo al ambiente circense de la jornada, reminiscente de la diputada Pamela Jiles durante los retiros, que incluyó denuncias por el halito alcohólico de un diputado?
La ministra, entusiasmada con la elección de Vlado Mirosevic, declaró a la prensa estar dispuesta “a todo, a jugármela 100%, lo entrego entero si eso sirve para la causa de la gobernabilidad y del cumplimiento de mi tarea”. Hasta la ministra Vallejo se vio un tanto anonadada con los dichos de Uriarte y tomó distancia señalando que “toda conversación corresponde liderarla a los partidos oficialistas”.
Contrariamente a lo que afirma la ministra en ningún momento la “gobernabilidad” del país estuvo comprometida por la llegada de un opositor a la testera de la Cámara. Muchos gobiernos convivieron perfectamente con una Cámara o Senado presidido por un opositor.
El presidente de la Cámara no tiene realmente facultades para manejar la agenda ni para impedir la discusión de un determinado proyecto de ley. Todo lo que él resuelva puede ser dejado sin efecto por la sala, donde la oposición tiene amplia mayoría y las urgencias las maneja exclusivamente el Ejecutivo.
La única explicación es que un gobierno inseguro, impopular y confundido entró en estado de pánico ante un posible quiebre entre las bancadas oficialistas si se perdía la presidencia de la Cámara; y decidió intervenir aun a costa de entrometerse en las decisiones de otro poder del Estado y de dañar la capacidad de Uriarte de dialogar con la oposición.
En vez de dejar el asunto en manos de los diputados como correspondía el Gobierno enrareció el ambiente justo en momentos en que se tramitan dos de sus reformas más importantes, una de las cuales -la previsional- requiere de un quorum de 3/5 para ser aprobada.
No valía la pena incendiar la pradera por la presidencia de la Cámara. Fue un error grave del Gobierno y del Comité Político haber expuesto a su ministra encargada de las relaciones con el Congreso a participar en un enfrentamiento con las bancadas opositoras que necesariamente dejaría, como en los hechos ocurrió, muchos heridos en el camino. Fue un despropósito y falta de profesionalismo de la ministra reírse en la cara de aquellos con quienes tiene que sentarse a negociar para sacar adelante los proyectos del Gobierno.
Sin embargo, la ministra Uriarte no parece tomarle el peso al daño causado por su intemperancia y vuelve a la carga calificando las mociones de censura contra algunos presidentes de comisiones como “venganzas tras la victoria de Mirosevic”
Desgraciadamente esta no es la primera vez que el Gobierno se equivoca y se hace daño. Asimismo ocurrió durante la Convención cuando no supo aquilatar las trágicas consecuencia de no intervenir a tiempo para moderar el texto, cuando demora la entrega del TPP11 y cuando dilató más allá de lo que le convenía el cambio de gabinete que se caía de maduro.
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