Podrá haber corrido mucha agua bajo los puentes, pero hasta hoy seguimos sin saber muy bien qué hacer que una buena novela sea buena. Es la prosa, afirman unos. Es la historia, dicen otros. Es el estilo. Es el carácter. Es el interés: triunfa si entretiene, fracasa si aburre. Hay quienes apuestas a la originalidad; también a la imaginación, a la credibilidad, a la captura así sea por un instante, por un solo fogonazo, de la complejidad de la vida. Los más estudiosos valorarán la observancia y continuidad de una tradición o bien la ruptura con la matriz de la cual proviene. No lo sabemos. Estamos a ciegas.
Donde sí no hay mucha discusión, sino más bien un raro consenso, es respecto de novelas que son capaces de abrirnos un mundo y de modificar nuestras percepciones. Antes pensábamos A, ahora pensamos B. Sí, porque los libros son capaces de cambiarnos, de enriquecemos, de hacernos ver que las cosas, tal como los icebergs, tienen volúmenes, colores y profundidades distintas de las que normalmente vemos.
Solito es una de esas novelas. La escribió un salvadoreño, Javier Zamora es su nombre, casi como un acto de catarsis y sanación. El libro es la historia de la experiencia que vivió cuando tenía nueve años y sus abuelos lo enviaron solo, en un grupo de otros cinco inmigrantes ilegales, desde un poblado pobre y perdido de El Salvador a Phoenix, Arizona, donde habían emigrado sus padres tiempo antes. Su padre se había ido cuando él tenía un año; su mamá cuando cumplió los cinco.
El viaje durante casi ocho semanas y es conducido por distintos coyotes. De El Salvador a Guatemala. De Guatemala a México. Y de México a los Estados Unidos, por el desierto de Sinaloa. En el grupo va un sujeto de unos 30 años, grande y fortachón, que proviene del mismo pueblo del niño y al cual el abuelo se lo encomienda. Va también una mujer con su hija y un chico de 19 años al que llaman El Chino. La historia es la crónica de esa travesía. De sus tensiones, de sus horrores, de sus plenitudes y bajezas.
Si hay una zona donde Solito triunfa es al recomponer la voz del niño que Jaime Zamora fue. No hay un ápice de puerilidad o infantilismo bobo en estas páginas. Nada o casi nada, tampoco, de ese efecto de esos chicos sabelotodo que tanto daño le han hecho a la narrativa de todos los tiempos. A veces, de un solo trazo, este niño es capaz de definir dos o tres personajes secundarios notables. Pero sigue siendo un niño, un ser sobrepasado por cosas que no entiende o que entiende cosas que no son.
Es un niño gordito avergonzado de sus rollos y que prefiere no quitarse la polera. Es un niño que nunca ha estado en una casa de dos pisos. Que jamás se ha bañado con una ducha. Pero que sin embargo lleva en su mochila productos tan comunes en América Latina como puede ser un dentífrico Colgate o un champú Head&Shoulders. Sí, es cierto: la globalización no es cuento.
¿En qué plano esta novela emotiva y entrañable cambia lo que sabemos? Primero, en lo que es la mirada infantil. Sin ella esta novela sería otra cosa. A lo mejor sería un thriller. A lo mejor -¡Dios nos libre!- un paper de alguna ONG. Nos cambia también la mirada en el servicio que proveen los coyotes. Son unos desalmado a veces, es cierto. Pero lo hay también que son acogedores y de gran bondad. Sin coyotes, sin su conocimiento, sin su intuición, sin la astucia de zorros que los mueve, Solito no habría llegado al otro lado. Quizás con mejores coyotes habría llegado antes. Pero hay ahí un mundo del cual sabíamos poco.
La novela, en fin, hace entrar también una luz distinta al tema de la migración. No, desde luego, para suscribir esa consigna boba y políticamente irresponsable que repetía el Frente Ampli, cuando proclamaba que “la inmigración era un derecho humano” que los países receptores tenían que acatar. No, eso es estupidez. La luz que deja entrar Solito al tema es distinta: está hecha de lirismo, de piedad, de genuino humanismo.
Solito desgraciadamente -hasta donde sé- no está en las librerías locales. Pero es un libro que se puede encargar sin problemas. Está disponible también en versión digital y en ese caso el lector lo tendrá en el acto en su tablet, en su kindle o en el soporte que prefiera. Lo editó en español Random House el año 2022. Tiene 460 páginas y posiblemente le sobran 80. La edición original, puesto que Zamora lo escribió en inglés, exactamente 20 años después de su odisea, debe ser de muy poco antes.
El libro figuró en algún momento entre los mejores publicados en las listas del New York Times. Javier Zamora vive en Estados Unidos, se formó en las universidades de Berkeley y Nueva York y actualmente es poeta, escritor y activista de asuntos migratorios. No solamente escribió un buen libro. Ayudó a remover esas costras y peñascos que, en la forma prejuicios, a veces nos bloquean el entendimiento. Y también la compasión.
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— Ex-Ante (@exantecl) September 8, 2024
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