El rotundo triunfo del rechazo significó el entierro definitivo de la propuesta emanada por la Convención. También una doble derrota para un gobierno en campaña, jugado por entero por el apruebo. Doble por los números en sí, pero también por la magnitud de la diferencia en favor del rechazo.
Así las cosas, a pocas horas de conocerse el resultado, y cuando el gobierno ya había dado la instrucción de guardar la escenografía preparada para el festejo de una victoria improbable, salió el Presidente Boric a anunciar que “los próximos desafíos requerirán cambios en nuestros equipos de Gobierno”.
Paradójicamente, un cambio de gabinete que parecía planificado pero que terminó siendo impulsivo y no sólo por el mareo en torno al puesto que terminaría ocupando el subsecretario Cataldo. Anunciado a sólo 48 horas de la derrota, la nueva configuración reflejó un escenario diseñado para una derrota de 6, 8 o quizá 10 puntos porcentuales de diferencia, pero no para una de 24 puntos como terminó siendo.
Un reordenamiento ministerial que se quedó corto a la luz del resultado del domingo 4, pues no pasó de mover el eje del poder desde Apruebo Dignidad al Socialismo democrático dentro de la misma coalición de gobierno.
Un nuevo diseño que busca subsanar temas específicos de gestión, que aparecían como urgentes y necesarios de resolver, independientemente a la decisión plebiscitaria pero que, sin embargo, no se hace cargo del contundente mensaje que chilenos y chilenas mandaron al gobierno el pasado 4 de septiembre: el programa de gobierno articulado principalmente en torno al cambio constitucional, es decir, el relato que el mandatario propuso a la ciudadanía, ha sido defenestrado en las urnas.
Visto así, el nuevo gabinete reordena las fuerzas internas de cara a mejorar la articulación parlamentaria y una gestión deficiente, pero desde ninguna perspectiva instala un nuevo relato que redibuje una propuesta de contrato social o, si se quiere, otra oferta de valor del gobierno hacia una ciudadanía que le puso un parelé electoral a sólo seis meses de iniciado el mandato.
De hecho, la magnitud de la derrota ha mostrado ya a un Presidente débil, que no ha logrado instalarse como un actor relevante frente a la continuidad del proceso constitucional y es difícil imaginar si tendrá fuerza para llevar adelante su agenda de reformas.
Más que un segundo tiempo, el gobierno tiene que empezar de cero y el nuevo gabinete sigue siendo el gabinete del apruebo, del 38% y, posiblemente, a la baja. Un gabinete de la derrota que no instala un antes y un después, que no pone un dique de contención a la posibilidad de transformar el 62% del rechazo en oposición dura al gobierno, descapitalizándolo social y políticamente.
Un contexto complejo para el gobierno que difícilmente se resolverá con un gabinete del apruebo y que me recordó un reciente estudio realizado por Tenemos que hablar de Chile (TQHDC), “reflexiones de una ciudadanía constituyente”. El reporte habla de las amplias expectativas ciudadanas por relatos que apunten a acuerdos, por una política menos partisana y conectada con la voluntad política para encontrar los puntos donde convergemos en detrimento de la divergencia.
Pero esta voluntad política no tiene que ver solo con la idea de “atreverse a hacer los cambios”, sino también y de manera principal, con la capacidad de producir acuerdos que generen cambios estabilizadores de la vida. Es decir, una voluntad de hacer política, más allá de las ideas o intereses partidistas.
Visto lo expuesto por TQHDC, la lógica (no necesariamente la política) indica que la nueva redistribución del poder hecha por el gobierno será tan insuficiente que a corto andar requerirá un acercamiento hacia el centro para ampliar sus bases de sustentación y gobernabilidad. Una aproximación al centro que incluso pueda incorporar referentes del rechazo para salir del rincón al que, en los hechos, quedó atrapado tras los resultados del plebiscito.
Si el oficialismo quiere apostar por una verdadera transformación narrativa que dé pruebas de su voluntad política por alcanzar grandes acuerdos, dejando de lado los intereses partisanos y abocándose a la búsqueda de un horizonte común, tendrá que apostar inexorablemente por un gabinete de unidad, claramente más transversal al actual.
Hoy, la dinámica política hace sonar como de una total ingenuidad la idea de un gobierno de unidad. De seguro suena tan ingenuo como en su momento sonaba la necesidad de abrirse a una tercera vía para asegurar la continuidad del proceso constituyente. Porque claro, ironías del destino, quién podía imaginar en ese entonces un posible un triunfo del rechazo.
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