Durante la segunda vuelta presidencial los candidatos enfrentan la compleja e ingeniosa tarea de ampliar el electorado sin perder su base de votantes. La ruta para llegar a La Moneda es una sola: quien conquiste más votos de centro, gana la elección. ¡Y pensar que hace pocas semanas algunos sostenían que el centro político carecía de valor!
En este nuevo escenario, Gabriel Boric optó por colgar su traje de superhéroe universitario, renunciar a la épica refundacional y reacomodar sus principios a cambio de obtener más votos, haciendo gala de la célebre frase que se le atribuye a Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.
Para interpretar este giro, ha procurado reforzar su equipo programático con técnicos de experiencia, a quienes ahora dice escuchar, pero a los cuales contradice públicamente, pues tanto Engel, como Repetto y Zahler, se oponen al 4to retiro que hoy “su candidato” empuja con fines electorales.
Esta conducta contradictoria no es nueva en Gabriel Boric, se da en todo orden de cosas, y se vuelve especialmente palpable en materias vinculadas con la seguridad (su talón de Aquiles), donde ahora asegura que “afrontaremos la delincuencia como una prioridad”, siendo que antes rechazó inexplicablemente en el Congreso el proyecto que indemnizaba a los locatarios que fueron vandalizados durante el estallido.
Pero todos estos acrobáticos ajustes no lograrían mover la aguja de las encuestas si no estuvieran acompañados por una narrativa que les dote de cierta coherencia y algún grado de credibilidad. Al fin y al cabo, en eso consisten las campañas políticas: en adornar la realidad. Y para ello fue necesario que Gabriel Boric se bajara del árbol y lo decorase con una serie de estrellas fugaces, que al igual que las promesas de campaña, pasan, encantan y luego desaparecen en el horizonte.
La primera de esas estrellas fue cuando el candidato magallánico recibió el respaldo del ex Presidente Lagos. De poco importa que en el pasado Boric lo haya vilipendiado y calificado como “el productor del malestar”, pues hoy opina que el apoyo del ex presidente es un “gesto valioso”. A días de la elección más importante de su vida, Boric ha resuelto cambiar su opinión respecto del rol que ejerció la centro izquierda en los últimos 30 años y nos recuerda, con nitidez, que la necesidad tiene cara de hereje.
La segunda fue cuando el candidato frenteamplista recibió el apoyo de la DC. Poco importa que anteriormente haya criticado a la falange por ser “un factor que torpedea los cambios y transformaciones” y que hoy, con menos pelo y más panza, les pida disculpas porque se dio cuenta de que “la arrogancia generacional es una mala consejera, que no hay virtud per se en la juventud”. Un gesto de ¿genuina? humildad que lo aleja de la imagen del dirigente juvenil moralista y lo acerca a la figura del estadista que algunos desean cándidamente ver en él.
La tercera, y más brillante de las estrellas fugaces, han sido las desavenencias públicas con el PC que se reactivaron con intensidad en la última semana. Cuando más moderado lució Boric fue en la primaria, justamente gracias a que el contraste con Jadue lo hacía parecer centrado. ¿Por qué perder la oportunidad de replicar la fórmula?
Como era de esperarse, en estos últimos días la “táctica de discrepancias públicas” entre líderes del PC y el equipo de Boric ha ido in crescendo, al punto que algunos – equivocadamente – pueden llegar a creer que el PC le está haciendo la cama a su candidato. Pero no, todo lo contrario; nadie ha cooperado más que los comunistas en hacer parecer moderado a Boric y pavimentarle el camino hacia La Moneda.
Así lo demuestran los resultados de los últimos sondeos: para el candidato frenteamplista no existe mejor negocio que darle la mano a Ricardo Lagos y pelearse con Daniel Jadue. Esa es la ecuación más efectiva para conquistar los votos huérfanos del centro y llegar a celebrar la navidad en el Patio de los Naranjos. Si esa noche, en medio de los festejos, Gabriel Boric olvida su palabra empeñada, no habrá espacio para arrepentimientos, pues las promesas de campaña pasan, mientras que los votos quedan.
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