En mayo señalé que, tanto el fin de la Convención Constitucional, como un giro en la agenda desde el actuar performático de algunos constituyentes hacia los contenidos del texto, posibilitarían al apruebo acortar su brecha con el rechazo.
El hecho es que, en junio, antes de la entrega definitiva del borrador constitucional, la encuesta Criteria mostraba un margen favorable para el rechazo de 17 puntos porcentuales, una brecha que, de acuerdo con los resultados arrojados por esta semana, se acotó a 9 puntos.
Pese a la importante reducción, la brecha sigue siendo amplia y, a un mes de la elección, mi visión es que el apruebo la tiene cuesta arriba. Más aun, cuando entrados de lleno en la discusión sobre los contenidos, la misma encuesta muestra que hay más opiniones negativas que positivas en torno a la propuesta. Mientras un 41% de los encuestados le pone notas rojas a la oferta constitucional (notas entre 1 a 3), sólo un 24% otorga una buena evaluación con notas entre 6 o 7 y, frente a la pregunta ¿dirías que el contenido de la propuesta de Nueva Constitución es peor, igual o mejor que la actual Constitución vigente?”, un 46% respondió peor versus un 41% que dijo mejor.
Un camino cuesta arriba, marcado por un juicio crítico de los votantes a los autores (la Convención) y, ahora, Criteria nos dice que también frente a su obra. Sopa a la que además se le añaden varios pelos para el apruebo en la medida que el presidente Boric y sus ministros se han afanado con todo a la campaña, ya con un rendimiento decreciente que, asimismo, ha instalado dudas sobre cuán dedicado a gobernar está el mandatario en relación a las horas y energía que le entrega a su cruzada.
Priorización del Ejecutivo con un potencial efecto paradojal en la medida que, al encontrarse indisolublemente vinculado al apruebo y estar incurriendo en una seguidilla de errores (esta semana ha sido particularmente mala), pudiera atentar directamente contra su propia opción.
Digámoslo de otra forma: la administración de Boric ya ha tirado buena parte de la carne disponible a la parrilla para reducir la brecha (bonos, cambio de agenda, bacheletización, distribución de propuestas constitucionales impresas, politización, polarización y un largo etc.). No obstante, sigue habiendo una diferencia sustancial en favor del rechazo.
Así las cosas, al apruebo no le queda otra que articular un relato de campaña en tono y contenido esperanzador, relevando al texto propuesto como un dispositivo capaz de hacerse cargo de las demandas ciudadanas que dieron origen al proceso de remodelación constitucional. Pero ese relato será incapaz de mitigar las inquietudes colectivas ya instaladas frente a los alcances de la nueva constitución si no se posa previamente sobre una oferta concreta y realista de reformas a aquello que según lo evidenciado por Criteria, inquieta a una gran mayoría de chilenos y chilenas.
Este acuerdo requiere ser tan verosímil como para que incluso pudiera ser visado por el expresidente Lagos. Pero como ese eventual acuerdo es materia de tensión y fuerte fricción entre las distintas facciones que componen el apruebo, resulta difícil proyectar cómo la cuesta podría llegar a aplanarse para el sector.
La defensa férrea del texto, y la tozudez de muchos convencionales y sectores aprobistas con el no comprometerse a moverle ni una coma “si es que” después del plebiscito, le pone coto a la capacidad de crecimiento del apruebo. Más bien deja sus posibilidades de triunfo depositadas en la esperanza de errores no forzados del mundo del rechazo que en las propias competencias para seducir al electorado.
La cuesta está empinada para el gobierno y su opción y, por lo que se ve hasta ahora, nada hace pensar que logrará aplanarse de aquí a septiembre.
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