Contento se le vio al Presidente durante su gira por Europa. Y, pese al aterrizaje en el barro del caso Convenio-Fundaciones, y las presiones por la salida del ministro Giorgio Jackson luego del robo en su Ministerio, Gabriel Boric siguió animoso en la semana.
Seguramente, el viaje le permitió ver los conflictos locales con más distancia y minimizarlos en comparación con el éxito de una gira en que firmó múltiples acuerdos sobre inversión extranjera cooperación, científica y cultural.
Durante su estadía se nutrió también de una buena cantidad de bilaterales con jefes de Estado y gobierno donde fue validado como un político adelantado y virtuoso dentro de la fauna de líderes de la izquierda latinoamericana.
Pero, como la única verdad es la realidad, el Mandatario también habrá reflexionado a su llegada al país algo similar a lo que todo el mundo político piensa: que el baño de realidad local terminaría con su buen ánimo.
Es que razones hay. Cada día que pasa se hace más evidente que de su gobierno no habrá un legado relevante. Que, de su apuesta constitucional, en el mejor de los mundos, no quedará nada y en el peor terminará firmando una nueva Constitución soñada por Jaime Guzmán.
De las reformas emblemáticas tampoco habrá mayores resultados y, si los hay, serán más bien del agrado de la derecha que de la izquierda, y un triunfo del mercado por sobre el Estado.
Y qué decir de la cosecha política. Pésima, marcada por dos derrotas electorales y una sociedad que ha devenido en lo contrario a lo que como candidato propuso. Hoy somos una sociedad menos solidaria, menos estatista y más individualista, según reveló la encuesta CEP de la semana. Y, como si fuera poco, las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina y los políticos mejor evaluados son alcaldes de oposición.
Con esa dramática perspectiva, el Presidente no tendría razones para sostener más de una semana su buen ánimo. Pero también es posible que desde el otro lado del charco Gabriel Boric se haya encontrado consigo mismo. Con alguien que ha aprendido y resistido, como pocos, los duros embates recibidos en sólo un año y medio de mandato.
Quizás tomó nota de que cada derrota electoral, cada mala gestión y cada chambonada o franca inmoralidad de sus amigos, más que amilanarlo, le habían endureciendo el cuero. Como si en un mismo tiempo hubiera encontrado la anestesia para los golpes y un horizonte de largo plazo, menos contingente, al que aspirar luego de su gobierno.
A fin de cuentas, pese a todo lo vivido, no me he hundido, habrá pensado. Mantengo firme un 30% de aprobación, a diferencia de Bachelet que luego de Caval estuvo peor y no se paró más. O de Piñera que, si no es por una pandemia, termina en el subsuelo tras el estallido.
Es posible que el viejo mundo le abriera una perspectiva y un propósito para lo que queda: cuidar ese 30%. Es que no será un gran legado para el país, pero ese 30% para una izquierda en ruinas como la ha dejado el Frente Amplio, sí que es un tesoro a cuidar. Un 30%, además, mayoritariamente anti concertacionista que seguirá siendo boricista.
Por eso, capaz que haber el afirmado que “una parte de mí quiere terminar con el capitalismo” haya sido un error calculado, y por lo mismo, apostar por politizar los 50 años del golpe puede ayudar a consolidar ese 30% de adhesión.
Por lo mismo, cuando aterrizó venía decidido a soportar todo lo posible a Giorgio Jackson. Si antes la permanencia del ministro era un dique para avanzar en las reformas ahora, visto desde el 30%, quizás no fuera tan mala idea aguantarlo. O al menos, dejarlo caer con otros.
Alguna parte del Presidente pareciera haberse convencido que lo que queda es cuidar su imagen. Que este gobierno ya pasó de ser uno del Frente Amplio para ahora ser su gobierno. El desastre frenteamplista le impuso el paso del nosotros al yo.
Ese yo que ha logrado más de lo que pareciera: la fidelidad de quienes lo votaron en primera vuelta; percibirse dialogante; cautivar con su presencia y dejar ante el país la huella de un hombre con vocación de Estado en sus cuentas públicas. Definitivamente, en Europa, Gabriel Boric llegó a la convicción que sólo sobre él recae el peso de salvar electoralmente a su lote para cuando el péndulo de las subjetividades sociales vuelva a favorecerles.
Un 30% como legado que parecía abominable hace tan poco, pero que hoy, frente a la verdad de la realidad, no deja de tener sentido para la nueva izquierda y una razón para mantener contento al Mandatario.
¡Seguimos!, se le escuchó decir bajando del avión.
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