Donald Trump ha marcado la última década de la historia estadounidense y mundial. El éxito de su irrupción desde el mundo del entretenimiento hasta la Casa Blanca, sin tener ninguna experiencia previa en política, fue una sorpresa mayúscula a nivel global. Llegó a la Presidencia no a pesar, sino precisamente en razón de su desprecio por las reglas, la simpleza de sus propuestas, la nostálgica promesa de un éxito económico basado en el proteccionismo, y su fama de fiero especulador y depredador en cada área: inmobiliaria, comercial, televisiva, personal, sexual. Era y es el ganador que disfruta ofendiendo y escandalizando sin razones ni pausas. El narcisista cruel que conquista aprendices y nuevos fans aplastando y humillando con fruición a sus rivales.
El electorado tenía clara la personalidad e historial de quien llegó a la primera magistratura. Por tanto, estaba cantado que durante su candidatura y Presidencia, su conducta se manifestaría en actuaciones reñidas con normas éticas y legales; y que esas actuaciones serían objeto de investigaciones que derivarían, probablemente, en procesos judiciales de distinta naturaleza.
Hay que recordar que ya durante su mandato, en una situación sin precedentes, Trump enfrentó no uno sino dos juicios políticos, o impeachment: el primero por abuso de poder y obstrucción del Congreso; y el segundo por insurrección, al incitar el ataque al Capitolio. Ambas veces se salvó de ser removido de sus funciones gracias al Senado. Los votos republicanos hicieron imposible obtener la mayoría calificada necesaria.
Hoy, Trump es el primer ex Presidente estadounidense que comparece ante un Tribunal local por estar formalmente acusado de un delito. La Fiscalía de Manhattan ha trabajado cinco años en el caso de los dineros pagados a través de terceros para silenciar ex amantes (la actriz Stormy Daniels es la más conocida, pero hay otra; una modelo que recibió un pago aún mayor). Y lo sucedido hoy es que ha comenzado la etapa judicial propiamente tal, con resultado incierto.
Trump podría ser condenado a una pena baja y remitida, o incluso no recibir castigo alguno. El caso Daniels es, de todas las investigaciones en curso contra Trump, la de menor gravedad y bases más débiles. Entre sus complicaciones está el intento, por vía interpretativa, de que no opere la prescripción que corresponde a gastos electorales de 2016. Además, Trump tiene en este caso una defensa plausible: dirá que el contexto real de estos pagos no tuvo que ver con aportes electorales y alteraciones contables, porque su objeto simplemente era evitar una vergüenza a su familia. Que la verdadera naturaleza del asunto es una ofensa menor, humanamente entendible.
En contraste con Daniels, las otras investigaciones contra Trump que están activas involucran, en cambio, delitos de enorme seriedad. Aquí están la investigación por el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, donde murió una persona y se puso en riesgo la vida de Congresistas y funcionarios; aquella por retención de documentos de la Casa Blanca, pertenecientes por ley al Archivo Nacional, que motivó un allanamiento en su domicilio; y finalmente, aquella por el intento de manipulación de resultados electorales en Georgia, donde consta en grabación telefónica su demanda de que “le encuentren los votos que faltan” para impedir su derrota.
Sin embargo, es Daniels la instancia que primero reunió los elementos para que comience un proceso penal, en aplicación del principio de igualdad ante la ley. Hay precedentes internacionales: los casos paradigmáticos de Silvio Berlusconi (múltiples causas en su contra, incluyendo por abusos sexuales, y una condena por fraude fiscal, con pena de trabajo comunitario); Nicolás Sarkozy (hoy apelando su condena a tres años de presidio por tráfico de influencias); y Boris Johnson (investigaciones y multas por el Partygate pueden llevarlo a enfrentar proceso penal).
La peculiaridad de Trump radica en que avanza en preparativos para una nueva postulación a la Presidencia mientras las investigaciones en su contra corren por diferentes carriles; y en todo caso sin que ellas puedan evitar, en términos estrictamente constitucionales, que Trump se postule o incluso que gane la Presidencia, ya sea que haya acusaciones formales, o incluso condenas.
Para el comienzo de las elecciones primarias, falta bastante (enero 2024). Pero en el intertanto, la narrativa que impulsa Trump es pintar las investigaciones en su contra como una conspiración de la izquierda radical. Y este relato rinde frutos. Trump ha aumentado su recaudación de pre-campaña (más de 5 millones de dólares desde el día de su acusación formal); y además ha aumentado exponencialmente su ventaja sobre su probable y más cercano rival (más de 20 puntos sobre Ron De Santis).
Pero quizá una de las consecuencias más graves de la entronización de Trump como candidato seguro a las primarias -reforzada y no debilitada por las investigaciones en curso- sea la verdadera transformación del Partido Republicano en el Partido Trumpista. El miedo a perder la popularidad que Trump despierta significa que el partido se ha vuelto rehén del culto a su personalidad. El respaldo unívoco frente al caso Daniels de todos sus posibles contendores en primarias, y de su ex Vicepresidente, es la mejor señal que los delitos de los que se le acusa, en el partido, no le importan a nadie. Los Republicanos no Trumpistas ya no existen, así como toda sombra de la ideología que alguna vez los inspiró.
El más reciente discurso de Trump en Palm Beach evoca aquel en Washington, donde incitaba a sus partidarios a atacar el Congreso. Ha llamado “radicales lunáticos” a los fiscales que lo investigan. Ha catalogado a Biden de “criminal”, que “ha destruido al país”. Y lo ha culpado de la posibilidad de una guerra mundial.
Trump engulló al partido Republicano, la frontera entre lo real y lo falso, y el respeto cívico mínimo.
Trump hoy no ha sido aprehendido. Ni de lejos. La aprehendida es la democracia.
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Desde los movimientos para deslegitimar procesos electorales hasta la posible participación en el asalto al Capitolio (que terminó con cinco víctimas fatales): las graves investigaciones que involucran al expresidente de EE. UU. Donald Trump.
— Ex-Ante (@exantecl) April 2, 2023
Diseñar políticas públicas de largo plazo requiere paciencia, análisis riguroso y, sobre todo, valentía para nadar contra la corriente. Pero nuestros liderazgos actuales parecen incapaces de hacerlo. Mientras tanto, la calidad del sistema político nacional sigue deteriorándose.
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